9 de Diciembre 2003

Regalos

Llueve. Seguirá haciéndolo cuando salga de mi cybercafé privado para marcharme a casa a dormir un poco, y todavía no me he resfriado en lo que llevamos de invierno. Conociéndome, no dudo que mi cuerpo (el muy cabrón) esperará a fechas más señaladas para dejar entrar los virus. Hoy puedo mojarme tranquilo, que mañana me iré a dar clases particulares fresco como una rosa.

Mi puente de la constitución ha consistido en celebraciones (bodas de plata en una familia, cumpleaños en la otra) y, claro, en sus consiguientes regalos, presagio de lo que se nos viene encima. Normalmente aprovecharía este pie para soltar una diatriba anticonsumista, antisistema y antitó, pero supongo que el tema ya está bastante trillado. Lo curioso es que cada vez veo más gente que se resiste al disco o a la figurita de tienda de artesanía y se lanza a hacer regalos más elaborados. Regalos que llevan pegada la etiqueta de "me he pasado una tarde preparándolo" y no la de "me he dejado medio sueldo". Hablo de cajas llenas de paquetitos envueltos que muchas veces contienen otro envoltorio, una foto, condones de la jornada antisida, un Shin-Chan que canta al apretarlo, un CD grabado o un tanga de fantasía. No sé si será algo común, pero parece que hay cada vez más gente que tiene en mayor estima su tiempo que su dinero, al menos a la hora de intentar expresar torpemente, con un objeto, su estima por otro. Y yo el primero. El tiempo vale mucho más que el oro, y que le den bien por culo al Corte Inglés.

Sin embargo, esas cosas tan curradas pueden acabar siendo simples trastos. El collage de fotos que hicieron sus amigotes a mis tíos no se quedará en ninguna de sus paredes, sino en el trastero. Pero sé que Belén atesora el álbum de fotos que le preparamos para su despedida de soltera (a la que he de decir que fui el único hombre invitado), donde reescribíamos su historia como cyborg enviado por el Vaticano para defender los valores del matrimonio. El truco, como siempre, está en la otra persona.

Yo antes guardaba recuerdos: llenaba las estanterías de cosas a las que mi alzheimer, el alemán cabrón, robaba el significado al cabo de un año. La evolución natural y la falta de espacio han hecho que ahora, prácticamente, sólo permanezcan los libros, los discos y la ropa interior (aunque esto último no en la estantería). Lo demás, al no llevar etiqueta firmada, ha perdido el sentido. Conservo los peluches pero a veces no recuerdo de quién provenían, y al cabo del tiempo acaban arrinconados por otros peluches más nuevos cuya procedencia también olvidaré. Preferiría conservar la memoria, pero la muy cabrona me rehuye y nunca estoy seguro de que vaya a permanecer nada en ella aparte de unos morreos furtivos una noche cualquiera, que mira por dónde, no se olvidan. De ahí que guarde las cartas que recibí antes de internet, una botella vacía de Jack Daniel's, un billete de tren a Alicante o un CD que grabé con Javi para nochevieja.

Lo cual no significa en absoluto que todo lo demás sea basura: aprecio el tiempo (e incluso el dinero) perdido en hacerme un regalo. Y quiero pensar que un libro que regalo no es sólo texto y dinero, sino más bien cavilación y tiempo, aunque tienda, como buen borrego, a hacerlo en fechas señaladas y no cuando me apetece. Pero claro, eso ya no depende de mí. Es sólo que tengo muy mala memoria y no todo el mundo está cualificado para meterme la lengua en la boca.

Coño, ha dejado de llover. En el fondo daba igual.

Enviado por Manu, 9 de Diciembre 2003 a las 05:04 AM

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