21 de Octubre 2004

Racionalizando

Que cada uno racionaliza las cosas a su manera es evidente. Los niños adoptados deciden que sus auténticos padres son la gente que los ha criado pese a lo que diga el señor Mendel; algunos viajeros deciden que irse de tours organizados no es viajar de verdad; un tipo que conozco dijo una vez que "menos de tres gramos y nueve pastillas no es drogarse". Los ejemplos vienen a cuento porque también es evidente que algunas racionalizaciones son más mayoritarias que otras. La primera la comparte casi todo el mundo, la segunda tiene sus adeptos y la tercera... bueno, dejémoslo en que la tercera es peculiar.

Llevo algún tiempo dándole vueltas al tema del trabajo, supongo que se nota. Mi situación actual es que sigo dando clases particulares y ahora también hago cuatro horas semanales (que espero que se amplíen a seis o siete pronto) en una academia. Con eso aguanto más o menos el mes, sin demasiado vicio. No puedo gastarme 100 euros en un fin de semana loco ni comprarme el último de Terry Pratchett sin pensarlo, pero sí pagar el alquiler, comer, fumar y salir de baratillo. Mi economía es bastante inestable, sobre todo porque me quedaré en bragas si un mes me fluctuan las clases particulares, pero la cosa se estabilizará tan pronto como consiga dos o tres alumnos más. Estoy en ello. Por supuesto, también podría mandar todo a tomar viento y conseguir un trabajo al uso: hacer pizzas, servir hamburguesas, reponer productos en las estanterías del Carreful, convencer a verduleros de que se pongan un ADSL. Ir acostumbrándome para cuando oposite (supongamos) y tenga que seguir un horario estricto. Tener unos ingresos fijos cada mes.

Cambiar mi racionalización del trabajo. Porque en el fondo no es más que eso. La mayoría ve el trabajo como algo necesario, inherente a la vida, incluso como lo único que te define para los más extremistas. En según qué círculos (y la opinión está más extendida de lo que pueda parecer a primera vista) cuesta concebir la vida sin la jornada completa de ocho horas, la pareja, la hipoteca, el seguro del carro y el mes de vacaciones, que este año no me dejan partirlo, joder. Pero en realidad trabajar no es más que la única manera legal de intercambiar tiempo por dinero. Donde difieren de verdad las interpretaciones es en el alcance de ese intercambio. Jornada de ocho horas equivale a estabilidad, a poder afrontar gastos a los que te has comprometido. No seré yo quien diga que está mal, sobre todo si hay gente que depende de uno. Pero cuando no es el caso, cuando no hay hipotecas ni críos ni ganas, se reduce a una cuestión de cómo racionalizarlo. "Es que así no me aburro". "Es que así junto un dinerito para el coche". "Es que así puedo gastarme 100 euros en un fin de semana loco". O por otra parte, mi caso: no lo necesito. Puedo mantenerme -admitido: de aquellas maneras- sin renunciar a otro tercio largo de mi tiempo (porque ya se me va uno durmiendo). Al menos de momento, no debo nada a ningún banco ni gasto dinero en combustible y seguros. Vivo de alquiler y sí, pagando algo más podría meterme en un piso que acabaría siendo de mi propiedad, pero no me rasgo las vestiduras por no tenerlo. En pocas palabras: una jornada laboral de ocho horas no me es necesaria y por lo tanto decido conscientemente no tenerla mientras no me guste el trabajo, mientras sea cuestión de vender el tiempo y no disfrutarlo. ¿Incomprensible? No. Cuestión de racionalización. De alcance del trato que estás dispuesto a firmar.

O eso, o lo que ocurre es que soy un asocial. O un vago, que creo que está peor visto. Tampoco lo negaré tan de buenas a primeras, pero si no os importa prefiero que me llamen "racionalizador minoritario" que "vago". Me consuela saber que, pese a todo, la frase-resumen "no me sale de los cojones currar ocho horas al día" está mejor considerada que "menos de tres gramos y nueve pastillas no es drogarse". Por poco, pero lo está.
 

Enviado por Manu, 21 de Octubre 2004 a las 08:05 PM

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