Porque titular «Correos más» daría una idea errónea del sentido de esta entrada, claro. Aunque también podéis hacerlo si... si podéis. En fin, yo a lo mío.
He terminado una traducción hace poquito, así que en teoría al menos ya ha pasado la fase «Bajo Ataque por las Fechas de Entrega» y volvemos a la alerta amarilla, tirando a naranja, más típica del cubil del mal. Al disponerme a imprimir las cuatrocientas cincuenta paginazas a doble espacio me he dado cuenta de que mi impresora se comporta como una mascota caprichosa. Se ha negado a imprimir nada hasta que le alimentara cartuchos nuevos de amarillo y cian, que los viejos se los había bebido ya enteros. De nada ha servido intentar convencerla de que solo necesitaba tinta negra para lo que iba a encargarle, hasta el punto de prohibirle usar los demás colores para hacerme la traducción. Pero ni con esas. Que no y que no, o me enfado y te downgradeo el USB. Al final, como tiende a pasar con las mascotas caprichosas, he tenido que bajar a la calle y comprarle el caprichito de marras. Aunque luego ella no lo haya usado para nada e incluso me haya echado la bronca por no traerle los cartuchos de marca que le gustan.
Pero lo peliagudo del asunto ha venido luego. Como tenía la impresora de morros, ha costado horrores que procesara el paquete casi entero de folios que, acompañado de dos copias de la novela original, debía enviar a Barcelona. Me he copiado la dirección y, tras dejar dormir a la maquinita de marras, he bajado cargando los tres bultos a la oficina de Correos más cercana. Ya era casi la hora de cerrar, y yo llevaba desde antes de las ocho y media de la mañana en pie. En la oficina había cola única de clientes, pero dos mostradores atendiendo. Uno de los mostradores avanzaba a ritmo normal. El otro es el que, circunstancias del destino, me ha tocado a mí.
Ni gracias ni adiós, pero es que en la cabeza me hervía la respuesta que tendría que haberle dado si no fuera casi un zombi a esas alturas: «Para tenerlas ahí porque si alguien las ve y las pide, le dirás que no te quedan, ¿no?». Me habría servido de poco, y seguramente me habría puesto a la oficina completa en contra, cosa que me interesa poco si les quiero encomendar mi trabajo. Pero ninguno de esos razonamientos ha pasado por mi cabeza mientras balbucía mi burda ironía como despedida y me marchaba con el rabo entre las piernas a buscar un sobre acolchado por ahí. Solo una idea rebotaba en mi poco lúcida capacidad craneal: que cuando se es funcionario, se es funcionario hasta la muerte.
Yo estoy en la beca ésta en Córdoba gracias a que se enrolló un funcionario de Correos: entré para echar la convocatoria justo cuando estaban chapando la persiana. O_o
Enviado por: Santo, 21 de Enero 2009 a las 02:34 PMDios!!!!
El Pratchett en plan soldado universal!!!!
I si, doy fe: cuando se es funcionario, se es hasta la muerte =P
Eso si, podría haberse currado una triste caja de cartón la petarda esa, no?
Sí que podría, sí. Los funcionarios son capaces de lo mejor y de lo peor. Que me lo digan a mí, que soy descendiente directo de uno de ellos...
Enviado por: Manu, 23 de Enero 2009 a las 12:56 PMaaammmmmmmmm qe qeso
este es mi correo agregenme andreiita__29@hotmail.com