28 de Julio 2010

Olé

Adiós, corridas de todos, adiós

El parlamento catalán ha decidido prohibir, aunque sea de forma parcial, la tortura de animales como espectáculo en sus tierras. Dicho así, clínica y asépticamente, sin añadir ninguna valoración visceral de uno u otro signo, la noticia debería considerarse como un avance legislativo normal. Aburrida, incluso. Desde luego, nada para echar cohetes: anda que no queda camino por delante antes de que la ley se acerque lo más mínimo a la justicia. Ciertamente, el anuncio no debería bastar para que yo sobreimprimiera el titular en un paisaje bonito, cosa que suelo hacer cuando -por una de aquellas- me alegra algún resultado de la política actual.

Pero con el problema de los toros, como con tantos otros, sucede que unas voces suenan mucho más altas que otras. No es ya el argumento manido (aunque válido) de que el toro no entra por voluntad propia a su tormento y ejecución. Es que se trata de una iniciativa que se ha llevado a cabo con todas las de la ley (presentación de firmas, tramitación, aprobación por mayoría hoy mismo); es que Catalunya no es ni siquiera la primera comunidad autónoma que prohíbe usar los ruedos para lo que Dios los creó al octavo día; es que ni siquiera prohíbe todos los actos festivos basados en la tortura. Con todo, parece que utilizar los cauces legales para aprobar una medida positiva es un acto de lo más antisistema. Los medios de comunicación se llenan de gritos y exabruptos hasta tal punto que parece que el parlamento catalán lo lleve una horda punki. Quienes más deberían querer blindar el proceso político (porque viven y chupan de él) son los que más hostias reparten contra un resultado que, total, les supone quitarse un capricho.

Últimamente tiendo a ver la pelea política en términos de patio de colegio. En cualquier asunto que discutan nuestros legítimos órganos de representación se puede distinguir a todos los participantes de una bronca infantil: el matón al que no conviene tocar las narices, el que le hace la pelota por interés, el miedoso lameculos (no es difícil adivinar quién suele interpretar este papel últimamente) y, en alguna ocasión muy poco frecuente, el chavalín tímido al que los otros acaban hinchando los cojones y se descubre más fuerte de lo que creía. Tampoco pasa nada por que ese chavalín se apunte una de vez en cuando, que ya lo machacan bastante a diario. Y si el matón rabia, que rabie a gusto: para colmo, le han colado sin que se diera cuenta un paso más para la división de Catalunya en veguerías, no en provincias.

En cuanto a los toros, van dos. Quedan quince.
 

Enviado por Manu a las 6:46 PM | Comentarios (3)
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