O: «Mierda a bordo». Un relato bastante más trágico que cómico escrito por Amador.
Los habituales de este blog ya sabrán que un servidor (Manu) lo ha utilizado en diversas ocasiones para despotricar contra la compañía ferroviaria española. De hecho, la primera entrada que escribí aquí en 2003 trataba del tema. Precisamente en los comentarios de esa entrada es donde Amador nos relata su trágica, indignante y (por qué no decirlo) algo escatológica historia, que a continuación reordeno para darle coherencia cronológica y edito ligeramente. Amador realizaba el trayecto Barcelona-Salou acompañando a su hija, que acababa de ser tratada por una herida laboral en la mano.
Los de RENFE, o la RENFE en cuestión, sin duda son unos auténticos hijos de puta. Lo que a mí me ocurrió es largo de contar, pero los voy a denunciar, aunque se lo pasarán por el forro de los huevos. Grosso modo: La puerta de un media distancia me aprisionó el pecho varias veces hasta que por fin me pudieron arrastrar hacia dentro los otros viajeros. Íbamos como sardinas enlatadas. Yo, enfermo cardíaco y asfixiado, sufrí un ataque de ansiedad agudo. Esto me descompuso el vientre y, al ser imposible llegar al servicio del tren, me cagué encima.
Pero empecemos por el principio. Mi hija se sometió a un tratamiento médico en Barcelona para evitar una cicatriz de unos seis centímetros a consecuencia de un accidente laboral. En la estación de RENFE, con la mano inmovilizada y dolorida, le fue imposible empujar entre el embudo que se formó para subir al tren, por lo que, al quedarse la última, acabó en tierra sin poder viajar. Yo monté y, al intentar darle la mano para ayudarla, la puerta me enganchó repetidas veces. El tren se me llevó y estuve viajando solo, con dos billetes, mientras mi hija seguía tirada en Barcelona con mis medicamentos para el corazón en su bolso.
La deposición fue instantánea, y a la altura de Torredembarra ya pude sentir, abatido y muy a mi pesar, que otra exoneración era inevitable. Al tiempo que me alivié de aquel primer peso, noté una nueva carga en mi interior, la de los callos con garbanzos que había comido a las seis de la tarde en un bar de mala muerte -donde además me clavaron- que, unidos al calor sofocante y la ansiedad, terminaron por hacer su efecto.
Aunque la escena que sufrí fue angustiosa y vergonzosa, como persona agradecida que me considero quiero reconocer la labor de estos asquerosos, ya que por su incompetencia pude vivir una experiencia de hora y media (Barcelona - Salou) que, aunque repugnante, me ha inspirado para escribir varias páginas de la novela que estoy acabando. Por si lo anterior fuese poco, mi nariz pasó todo el viaje pegada como una lapa al sudoroso sobaco de un gigante africano que viajaba hasta Tortosa (fin del trayecto), por lo que dicha hora y media se me hizo infinita. Aun así, quiero dar las gracias a quienes compartieron conmigo tan duro viaje en aquella cuadra, pues se comportaron como auténticos seres humanos: al verme apesadumbrado por el mosquerío que convocaron el hedor de mi pantalón y el asfixiante calor, tuvieron el formidable miramiento y cortesía de hacerse los locos. Disimularon como auténticos jabatos, como si no pasara nada.
Mientras tanto, mi hija y yo permanecíamos en contacto por el móvil. Decidió protestar por lo ocurrido y, después de marearla todo lo que quisieron y más, por fin localizó a un gualdrapas a quien explicar la situación. El gualdrapas no tuvo más argumento que decir a mi hija que RENFE no se responsabiliza de los viajeros que se queden en tierra, a pesar de haberle explicado el motivo y saber que el tren estaba abarrotado. Mi hija me informaba de todo por teléfono, por lo que mi indignación iba en aumento, así como la desesperación de ambos frente a tal atropello de nuestros derechos y al mal obrar del maquinista que casi me parte el pecho y la cara con la puta puerta.
Al llegar a Tarragona (dos paradas antes de mi destino), aproveché una parada de varios minutos para ir a pedir explicaciones al maquinista, no solo acerca de la irracionalidad de dejar a mi hija en tierra sabiendo que era el último tren del día, sino también por golpearme de aquel modo con la asquerosa puerta. Su respuesta fue que las puertas se cierran automáticamente y que, además, él acababa de relevar al maquinista que venía de Barcelona. Hombre, digo yo que alguien deberá activar ese automatismo. En fin, una patraña como tantas otras. Me tuve que aguantar y continuar en aquellas condiciones lamentables e injustas. A mamar toca.
Ya podrían aprender algo de civismo y humanidad todos aquellos orgullosos y arrogantes que tanto pecho sacan porque llevan una mierda de plaquita anunciando que son funcionarios de RENFE. En los 51 años que tengo, jamás me había sentido tan denigrantemente tratado. Al presentar reclamación me respondieron que tururú, que me dieran por el culo... aunque por ahí, ni el bigote de una gamba. La verdad, dudo mucho que alguien se atreviese a penetrar un culo en tal estado. Lo preceptivo es presentar cualquier reclamación al momento de suceder la anomalía, por lo que a mis moscas y a mí no nos quedó más alternativa que plantarnos en el mostrador de la estación, ya que en Salou la ventanilla cierra a las 22:30 y ya pasaba la hora.
Os podéis imaginar la escenita: tuve que explicar a la muchacha el motivo de mi queja antes de que me facilitara el bloc de colorines donde debía escribir dicha queja. Durante todo el proceso no pude dejar de bailotear a causa de la incomodidad y el escozor que me embargaban, además de la angustia y la fatiga. Lesionados en nuestros derechos, mi hija y yo debimos soportar este impresentable atropello al ciudadano, que está hasta los cojones de pagar impuestos para recibir tan miserables contrapartidas.
Esto ocurrió el 9 de agosto de 2010. La reclamación está entregada, ahora denunciaré a RENFE y apelaré al Defensor del Consumidor con la esperanza de que no sea otro bribón como los de RENFE.
Podéis leer la historia completa en los comentarios originales de Amador, hacia el final de esta página. Por mi parte, solo confirmar que en ocasiones los trenes (y otros transportes públicos) superan con mucho su capacidad legal... algo que, por supuesto, no sucede en las modalidades más caras de RENFE. ¿Costaría tanto programar las máquinas de cercanías y media distancia para que no se superase el aforo máximo en ningún momento? Claro que no. Lo cual nos lleva a pensar por qué no se hace y, como consecuencia inmediata, qué respeto muestra RENFE a sus viajeros de segunda.