De economía sé lo justo para poder definir empréstito en voz alta mientras camino por la calle y evito mearme encima. He dado algunas clases particulares de mate financiera a gente de ADE y, si a mis alumnas pueden haberles servido para aprobar, a mí me han servido para confirmar que las altas finanzas son, básicamente, un modelo deliberadamente enrevesado y difícil de entender que sirve de mecanismo para que unos pocos se forren sin dar un palo al agua y, ya puestos, de vez en cuando montar la de dios es Khorne y poner a la clase media en su sitio, que es el de la clase baja.
Hace poco se ha empezado a hablar en internet de la situación islandesa. Y cuando ha salido el tema en la terracita del bar, me encuentro con que no puedo comentarlo más que en términos muy, muy generales. Dado que la cobertura en los grandes medios ha sido poco más que nula, me veo obligado a quedarme fuera del fondo del asunto mientras doy caladas a mi cigarrillo y, sí, contengo la vejiga. Así que supongo que se veía venir que acabaría documentándome un poco. Lo vuelco todo aquí, sin enlaces ni fuentes ni nada, para futura referencia y por si le sirve a alguien para sus propias arengas.
Islandia se comió lo peorcito de la crisis económica a finales de 2008, con el país gobernado por la derecha ultraliberal, pero la tragedia venía mascándose desde 2001. Con el cambio de milenio, la Reserva Federal estadounidense empezó a rebajar los tipos de interés, es decir, el precio de los préstamos. En esencia, y siempre teniendo en cuenta el enrevesamiento del que hablábamos, esa maniobra es equivalente a inyectar dinero a mansalva en la economía global. Los principales bancos islandeses, algunos recién privatizados, hicieron lo mismo que todos los demás en el planeta: conceder créditos como si no hubiera mañana y expandirse captando clientes extranjeros. Los beneficios de la banca se inflaron mientras la pesca -base tradicional de la economía del país- empezaba a decaer. Los grandes productos bancarios (operaciones deliberadamente difíciles de describir) fueron a parar a empresas e inversores situados, sobre todo, en el Reino Unido y Holanda. Los bancos islandeses pedían crédito tras crédito para respaldar esos productos bancarios que ofrecían al extranjero, y mientras tanto enriquecían a sus altos ejecutivos. Todo iba de puta madre.
Hasta que dejó de ir. Se declaró oficialmente la crisis económica. El colapso bancario islandés resultó ser el más grande de la historia mundial, respecto al número de habitantes. Reino Unido congeló los activos de las filiales islandesas (¡hasta las añadió a su lista de organizaciones terroristas!). Y, qué cosas, resultó que la deuda acumulada con alegría por los bancos ascendía a casi seis veces el producto interior bruto del país. En esa situación, los bancos islandeses no podían recurrir al Banco Central de Islandia, que es lo que suele hacerse cuando alguno revienta. En palabras de Davíð Oddsson, presidente del Banco Central de Islandia entre 2005 y 2009, «[los bancos] estaban acumulando deuda a un ritmo tan rápido que habría sido una idiotez construirles una montaña en la que pudieran apoyarse si fracasaban. Las pérdidas tenían que afrontarlas los acreedores que estaban haciendo esos préstamos temerarios a los bancos». El gobierno tomó el control de los tres bancos más importantes del país. En octubre de 2008 un equipo del Fondo Monetario Internacional llegó a Islandia para convencer al gobierno -de centro-derecha, en coalición con los socialistas- de que aceptara un préstamo de 1.580 millones de euros, y que así sus bancos pudieran hacer frente a las deudas. Islandia aceptó el préstamo y todo hacía pensar que tomaría el camino recto, pasaría por el aro y finalmente respaldaría a sus bancos con dinero público cayera quien cayese, como habían hecho las demás potencias económicas.
Pero la gente empezó a protestar. Lógico, teniendo en cuenta que, para colmo, la caída de la tasa de cambio había hecho que en la práctica se multiplicaran las deudas al extranjero de particulares y empresas. Lógico, dado que desde entonces se ha sabido que el Independence Party había recibido sustanciosas donaciones de inversores y bancos, algunos privatizados cinco años antes, que parecían irregulares como mínimo. Y sobre todo, lógico si la deuda ascendía a 11.800 euros por habitante y el 80% de ella era culpa de tres banqueros, con el visto bueno del gobierno. Cada sábado se concentraban de 3.000 a 6.000 personas (entre el 1% y el 2% de la población) para protestar por las medidas aprobadas y exigir que se depuraran las responsabilidades del colapso. La policía respondió en un par de ocasiones con gases lacrimógenos y sus tradicionales porras, pero el movimiento terminó llevándose por delante el gobierno de Geir Haarde. Dimitió en enero de 2009, seguido por buena parte de sus ministros, y las elecciones de abril dieron la victoria a la coalición de centro-izquierda encabezada por Johanna Sigurdardottir. Mientras tanto, los bancos islandeses -ahora refundados y en manos del estado- siguieron operando internamente, pero no pagando las deudas externas que habían acumulado con tanta alegría. O mejor dicho, lo que hicieron fue situar dichas deudas en un nivel de prioridad bajo. Y como en economía sí se cumple la máxima de que el tiempo es oro, la presión internacional obviamente se incrementó a lo bestia.
La situación estaba muy lejos de mejorar. El paro se había disparado del 1% de 2008 hasta el 9% en febrero de 2010, por lo que tampoco es de extrañar que, cuando en marzo se sometió a referéndum el plan con que el gobierno pretendía devolver los 4.000 millones de euros que debía a Inglaterra y Países Bajos, ganara el «no» con una mayoría aplastante. El dios de la economía castigó al país haciendo que entrara en erupción un volcán de nombre impronunciable. Aun con lo mal que tenían la cosa, el ministro de economía Arnasson declaró que «si hubiéramos respaldado todos los pasivos de los bancos, estaríamos en la misma situación que Irlanda».Y, aunque Islandia está lejos de recuperarse por completo -recordemos que dejó de lado su principal negocio, la pesca, en favor de la banca-, los bancos tuvieron beneficios en 2010 y están vendiendo sin prisa las acciones y bonos que poseen, esperando a las buenas ofertas. Por increíble que pueda parecer, el mundo no se ha acabado. Birna Einarsdottir, presidenta del Islandsbanski, confía en que el sistema estará reestructurado a finales de 2011, y afirma: «Al principio, los bancos y otras instituciones financieras europeas nos decían que jamás volverían a hacernos préstamos. Luego lo redujeron a diez años, y después a cinco. Ahora dicen que pronto podrían estar listos para volver a prestarnos dinero.»
Mientras tanto, el pueblo de Islandia no se ha quedado con las manos en los bolsillos. De hecho, 31 de ellos (delegados escogidos democráticamente) están redactando una nueva constitución para el país. Uno de ellos, el economista Thorvaldur Gylfason, ha declarado: «Tenemos que asegurarnos de que el tipo de malas prácticas y negligencias que llevaron al colapso de la economía islandesa hace dos años no pueda volver a darse». El ex presidente Haarde está acusado de negligencia en el ejercicio del gobierno y lo juzgará el Landsdómur (un tribunal especial para la mala conducta gubernamental que se instauró en 1905 y nunca antes se había convocado), que ya ha rechazado un par de peticiones de la defensa. También se están investigando las circunstancias del pedo bancario en sí, porque parece ser que en los días previos salieron bastantes fondos de forma muy sospechosa: hay cinco detenidos en Reino Unido y el jueves pasado interrogaron a dos famosos ejecutivos/playboys islandeses. Y el gobierno tiene preparado un segundo plan para tratar con la deuda externa, pero tampoco va a aprobarlo por decreto. El referéndum se celebrará el próximo 9 de abril.
Y lo más curioso: en las pocas ocasiones en que los grandes medios dan alguna noticia sobre la crisis islandesa, se apresuran a matizar que la situación no es exportable a otros países más grandes o con tal o cual característica de su sistema financiero. Pero en realidad, Islandia se ha limitado a nacionalizar bancos imprudentes, tumbar gobiernos cuando no cumplen la voluntad delegada en ellos, consultar los asuntos importantes en referéndum y, ah, sí, juzgar delitos. No debería ser nada del otro mundo, pero por desgracia sí lo es. Me huele a mí que las únicas diferencias reales están en lo que los islandeses han tenido los huevos de hacer y el resto (todavía) no.