Flash. Viernes por la noche, carretera desierta. Seguimos en dirección Rosell al dueño de la casa donde pasaremos el fin de semana todos los colegas. El conductor de mi coche me dice: "Aguántame la cerveza, que les voy a hacer un marcianito". Apaga las luces de posición, enciende las de emergencia y se pone a dar destellos con las largas. Un minuto después el dueño de la casa ha parado en el arcén, preocupado. Me toca a mí decirle por la ventanilla: "No pasa nada, no pasa nada, sólo era un marcianito". Me llama payaso a mí, que lo único que he hecho ha sido sostener una lata. Una bicicleta nos adelanta.
Flash. Ya en Rosell, instalados y de fiesta, alguien dice que podríamos levantarnos pronto el sábado para ver el pueblo. Los que teníamos pensado acostarnos pronto el sábado cruzamos miradas significativas.
Flash. Diez de la mañana del sábado, o algo así. Paseando un rato a Thor (el poderoso perro de Javi), nos damos cuenta de que en Rosell tampoco hay tanto que ver. Lo más interesante del pueblo está en nuestra casita. Nos volvemos.
Flash. Cinco y media de la tarde del sábado. Despierto después de dormir 5 o 6 horas. En el salón hay gente jugando a la consola y una partida a El Golpe en marcha. Me apunto, aunque pierdo miserablemente porque el único que sabía jugar de antes tiene a la mitad de la mesa engañada y cumpliendo sus órdenes. Qué se le va a hacer.
Flash. Cuatro de la mañana. El dueño de la casa quiere que dejemos de armar escándalo a esa hora, así que los que quedamos despiertos decidimos irnos a un bancal en las afueras que descubrimos la noche anterior. Preparamos bebida y partimos. Hay mucha niebla y en la carretera del fondo se ven luces borrosas de vez en cuando. Los árboles no tienen hojas y hace frío. Si Thor ladra una vez más, tendré que prepararme para repeler el ataque de la horda zombi.
Flash. Poco después. Una conversación sobre órdenes de alejamiento a maltratadores ha degenerado en una competición para inventar aparatos de medida estúpidos. El más demencial, por una vez, es mío: el Galactusómetro. El galactusómetro mide el grado de galactusismo de cualquier individuo, es decir, su tendencia a ponerse cascos rosa con forma extraña y a devorar mundos. En su momento tiene mucha gracia, aunque esté feo que lo diga yo. Poco después, un error de dicción nos lleva a inventar el galactusódromo, lugar donde los Galactus hacen carreras. Ha sido ese tipo de noche.
Flash. Domingo por la tarde, volviendo a Castellón en coche después de recoger la casa y comer algo. De día no se puede (ni se debe) hacer marcianitos. De todas formas, estamos tan cansados que ni siquiera se nos ocurre.
Enviado por Manu, 10 de Noviembre 2003 a las 09:43 PM