El Peugeot sale de la noche y sigue su trayecto por la N-340, que necesita desdoblarse en autovía pero no lo hará nunca, a este paso. El fin de semana ha sido intenso, sobre todo para el copiloto. Aun así, él y el conductor ríen comentando sus dos noches anteriores. "Tu alumna está aquí": esa es la peor frase con la que se puede despertar a alguien que ha dormido cinco horas y tiene resaca, siempre después de "McClane, hay un tipo llenando de bombas la ciudad y dice que quiere hablar contigo".
Nos cruzamos con varios camiones que lucen letreros electrónicos detrás del parabrisas. Acierto a leer nombres propios, así que llegamos a la conclusión de que los letreros deben ser una forma de personalizar los mastodontes que conducen varios camioneros. O eso, o una manera de obligarnos a saber que "Ramón ama a Luisa" aunque sea de noche.
De repente el mundo se vuelve irreal. Los faros del coche iluminan algo en la carretera. Son como motas de polvo pero del tamaño de canicas, en suspensión hasta una altura de un par de palmos sobre el asfalto. Justo después de que los tripulantes se pregunten qué será eso, se inicia una llovizna con la que los limpiaparabrisas consiguen ensuciar la luna delantera. Solucionando el problema con chorros de agua jabonosa, conductor y copiloto se olvidan de las canicas etéreas.
Hay que poner los diez sentidos en la carretera porque los accesos a los pueblos de Valencia están diseñados por algún cretino esquizoide. El Peugeot vuelve al mundo real y se pierde de vista en la noche.
Enviado por Manu, 23 de Noviembre 2003 a las 09:57 PM