Entre los efectos del alcohol hay uno que no aparece en ningún panfleto del Ministerio de Sanidad: el peligro de las promesas. Puede que no sea algo tan alarmante como la degradación de neuronas (que a algunos nos preocupa poco), ni tan inmediato como un vómito repentino en el coche de alguien, pero debería estar catalogado por sus temibles consecuencias a largo plazo.
El problema de los juramentos alcohólicos suele ir asociado al de la falta de memoria. No dispongo de estadísticas al respecto, pero por alguna razón son las mismas personas que siempre hacen promesas imposibles quienes no las recuerdan al día siguiente. Sospecho que no es más que una manera de saltárselas, de escurrir el bulto; que en realidad no es tan complicado recordar aquellos compromisos con los que todo el mundo reía la noche anterior. Pero nadie duda de la amnesia selectiva de un resacoso. Y con esas se escapan...
... a menos que se encuentren con alguien como yo. No es que normalmente recuerde todo cuanto hago con unas copas dentro, pero sí tiendo a acordarme de hechos trascendentes. Lo olvidaré, sin duda, si alguien me dice "mañana te llevaré el CD a casa", pero no cuando Susana afirma que "podrás ser el copiloto de mi coche nuevo siempre que quieras", cosa que hizo este fin de semana. ¿Siempre que quiera? Perfecto, ya no es necesario que me saque el carnet de conducir. O cuando un tanga de Patricia pasó a ser de mi propiedad por una apuesta, aunque se lo devolviera nada más requisárselo y permita que se lo siga poniendo ella. O cuando Andrés, mi amigo cocinero que ocasionalmente nos utiliza como conejillos de indias, me dio permiso para aparecer sin pagar un duro y sin avisar en cualquier cena que él organizara. Sin saberlo, por culpa del alcohol, me garantizó un plato caliente al día de por vida. Y algo así tiene un valor grandioso, sobre todo cuando se le ofrece a un estudiante de matemáticas.
No sé qué es lo que nos impulsa a prometer imposibles, o meros improbables, tras unos cubatas. Supongo que es lo mismo que nos hace bailar, nos avergüenza o, en contadísimas ocasiones, nos sopla la frase perfecta. Si lo comprendiera sabría mucho más acerca de todo. Pero de momento, no. Soy una víctima cándida como otra cualquiera: aunque de verdad procuro moderar mi labia en cuanto a apuestas y promesas (y nunca juro amor eterno si no me va a ser fácil mantenerlo), tengo pendiente encontrar tiempo para dar clases a unos cuantos amigos, perpetrar un cunnilingus, arbitrar una partida de Rolemaster, grabar una maqueta con mi viejo grupo. Y acabar la puta carrera este año, claro, que cuando uno va borracho pierde mucho el control.
Lo dicho: Etiquetado responsable en las botellas de alcohol ya.
¡Tienes más razón que todo!... La experiencia de al amnesia etílica selectiva no es nada comparado con los ruegos y preguntas del díasiguiente... si ya lo decía mi madre: lo mejor de las copas es jugar a que las paguen otros.
Enviado por: mibolibic, 17 de Diciembre 2003 a las 09:06 AM