Advertencia: Razonamiento resacoso.
En vista de la publicidad que hacen por televisión, el mundo de la cosmética debe avanzar incluso a un ritmo superior que el de la informática. O de lo contrario no se explica que, incluso dentro de una misma gama de productos, cada dos meses aparezca una innovación que deja todo lo anterior a la altura del betún. Cuando creíamos que la experiencia orgánica era lo máximo para el cuidado capilar, resulta que las microceras son muchísimo mejores. Y ya veremos con lo que nos salen mañana.
Recuerdo la risa que me entró hace unos años cuando Vidal Sasoon (TM), pionera del dos-en-uno, lanzó como idea genial los productos separados como si fueran una novedad cuando ya todas las marcas se habían apuntado al carro del champú con acondicionador. En el fondo, no creo que sea más que un camelo, una excusa para poder seguir haciendo publicidad de productos en los que, si no está inventado todo ya, poco falta. Una amiga que estudia Publicidad me contaba que un profesor suyo les explicó las dos cosas que siempre debían tener en cuenta los creativos publicitarios: (1) la demanda del mercado, y (2) el sexo. Teniendo esto en cuenta, la estrategia de los champús (o del rímel, o de los dentífricos) es perfecta. La gente quiere cambios e innovación, pero se suele detener en los detalles, en modificar algún aspecto insustancial de la vida sin que cueste demasiado esfuerzo. Cambiar de marca en los productos de belleza es una idea poco atrevida, pero resultona. Y, por supuesto, con un cabello llevado a su perfección absoluta por las ceramidas naturales se folla más.
Lo cual, dado el estado de mi pelo (hoy sobre todo), explica bastantes cosas.