O: "Extraños compañeros de cama". Y no, no es lo que parece.
El día amaneció nublado y tarde. Las once de la mañana y con una ligera resaca, y miles de cosas que hacer antes de revisar por última vez la mochila para no olvidarme nada. Claro, luego pasaría lo que tenía que pasar. Las perspectivas no eran demasiado halagüeñas para nuestro plan original de pasar unos días haciendo el naturista y comulgando con el cosmos (playero) en San Pedro, Almería. El tiempo que hiciera en Valencia daba igual, pero las previsiones para el sur de la península pintaban las nubes muy negras. De todas formas, estábamos animados y listos para la primera etapa del viaje: Liétor, Albacete. Lo cierto es que juntamos un grupete extraño, que incluía a gente que apenas se conocía o que nunca se había ido de vacaciones con el resto, y supongo que ése fue un factor importante para que saliera tan bien.
Finalmente llegamos a Liétor con bastante retraso respecto al plan inicial, que por entonces todavía teníamos esperanzas de mantener. No importaba demasiado porque de todas formas había que hacer noche allí, pero ya estaba oscuro cuando descargamos los dos coches (7 personas, 2 perros, 3 tiendas de campaña, sacos, hornillos y demás equipo) en casa de Ana. Hambrientos, nos dirigimos al bar El Labrador (recomendadísimo), y allí empezaron a terminar todas las reservas que pudieran tener entre sí los miembros del Comando Almería. Cerveza, vino con gaseosa. Y una frase de Ana mientras pedía al camarero: "¿Queréis rabo? ¿Habéis comido rabo alguna vez?", que dio inicio a las carcajadas que siempre arranca el humor sutil y refinado, y que ya no nos abandonaron en todo el viaje. El segundo condicionante fue el orujo casero. Supongo que será algo típico de toda la parte sur de la provincia de Albacete, pero al menos en Liétor hacían un orujo con miel que quitaba el hipo, o más bien que lo daba a largo plazo. El primer chupito, delicioso. El segundo ardía en la garganta. Y tras terminar la botella que nos dejaron sobre la mesa, ya quedaba claro que no íbamos a irnos a casita a dormir para tener fuerzas al día siguiente.
El canto de sirena (en plena montaña) de los cubatas a 3€ guió nuestros pasos hasta el pub más cercano, donde conocimos y bailamos con lo mejorcito de la flora y fauna local, las mujeres compararon el tamaño de sus glándulas mamarias, un miembro de nuestra expedición cantó a capella a su novia a través del equipo de sonido, y acabamos abandonando el local por vergüenza ante la hora que era ya y llevándonos al Disco Penélope de Liétor (increíble, están por todas partes; ¿será una franquicia?) al barman, que quería hacer negocio fingiendo su propio secuestro. La discoteca, por una vez, no fue repelente, aunque seguía la política de canción-buena-canción-mala para obligar a gente como yo a endeudarse ya desde el principio del viaje y aprovechar las malas para confraternizar con las camareras del local y pedirles cubatas de vodka.
El colofón final consistió, ya de vuelta en casa de Ana, en dormir cinco de los siete en dos colchones de matrimonio y, ya con Susana rendida y roncando, recapitular y llegar a la conclusión de que nuestra tabla de salvación frente a una noche de volver a casa prontito y dormir para estar frescos en la segunda etapa del viaje fue el orujo (no sabíamos la razón que acabaríamos teniendo). Y el rabo, por supuesto. La lástima era que nos íbamos al día siguiente y no pudimos obedecer el anuncio en forma de cartel que estaba por todo el pueblo:
Lo de "entrada gratuita" me dio que pensar...