11 de Agosto 2004

[Formentera] Primer asalto

Esto es Ibiza

Desperté. Seguíamos en nuestro rinconcito de la muralla de Ibiza City y nadie nos había molestado para nada. En lugar de los guardias civiles con los que esperaba despertar había en el parquecillo de al lado un tipo con chándal haciendo Tai Chi. Dormité otro ratito en armonía cósmica, huyendo del sol de la mañana.

Desperté. El místico se estaba dedicando a hablar con una mujer en el parque, tal vez indiferente a las necesidades mundanas. Nosotros, en cambio, no veíamos la hora del café con leche. La mañana se nos fue entre el desayuno y las expediciones en equipos de dos (sin mochilas) para conseguir los suministros que, faltos de sabiduría astral, habíamos olvidado traer de la península: el Cuchillo Único y la Linterna Única, sin la que probablemente hubieramos vuelto algo más magullados de los paseos nocturnos por Formentera que vendrían después. Y sin comerlo ni beberlo (y nunca mejor dicho, por cierto) llegó el momento de acercarnos de nuevo al puerto para conseguir los billetes que nos llevaran a la isla de al lado. 17 euros ida y vuelta en un ferry de los que tardaban una hora en hacer el recorrido, y con el tiempo justo para visitar alguna playa ibicenca antes de largarnos.

La elegida fue la playa de Ses Salines, más por cercanía y disponibilidad de autobuses que por otra cosa. La playa era espectacular, aunque la masificación y los dos chiringuitos másquepijos con que contaba (que servían comida con mesa y mantel en la misma playa y bandejas con cubatas a los barcos fondeados cerca) la deslucían un poco. Por suerte, los habitantes naturales de la playa no habían descubierto los encantos de zamparse unos sandwiches a la sombra de unos pinos y pudimos estar bastante anchos, sin mantener demasiada relación con ellos excepto cuando salí con la misión de conseguir agua. 2'50 por una botellita de medio litro, señora. Y tras mirar la lista general de precios, fue imposible no hacer la siguiente anotación, que espero que sirva de advertencia para otros incautos del futuro que piensen que no vale la pena cargar con litro y medio de agua desde la parada de bus hasta la propia playa:

Playa de Ses Salines. La sangría tiene el nombre muy bien puesto: 19'50€ la jarra. Pa quien la quiera.

Ya de vuelta en Ibizápolis, carajillo y embarque en un carguero-ferry donde compartíamos pasaje con unos camiones a rebosar de suministros para Formentera. No es que fueran mala compañía, pero a veces los vaivenes del barco hacían temer un poco por su suspensión. Y por su peso al volcar si esta última fallaba, claro. No llegó a ocurrir, y el carguero nos dejó sin contemplaciones en el Port de la Savina, algo desorientados entre tanta empresa de alquiler de vehículos. Con cinco días por delante y sin planes definidos, con la casa a cuestas y casi anocheciendo. Perfecto. Por supuesto, decidimos tomar una cervecita en el primer bar que encontráramos y pensar allí qué haríamos a continuación.

Tomarse una cervecita para pensarse las cosas es lo mejor que hay. Si la senadora Amidala (traje blanco) me dijera de tomar una cervecita para pensarme si follamos, me la tomaría.

Y menos mal, porque el camarero del bar le explicó a Susana que en la isla había ocurrido un asesinato hacía nada. La historia cantaba cosa mala a crimen pasional (a crimen de celos, vamos) y a la vista de los hechos estaba claro que no hacía ninguna falta el CSI-Formentera para resolver el caso, pero las autoridades lo habían tomado como excusa para hacer una pequeña purga de hippies en la isla. Opinión del camarero, no mía, que conste. A los 35 picoletos que vagaban por allí normalmente se habían añadido otros 50 procedentes de Ibiza y estaban peinando el sur "en busca del culpable", así que no era muy recomendable bajar en un par de días, tanto por el posible asesino como por los seguros guardias civiles. Mil gracias, buen hombre, diga qué le debemos por las cervezas.

Foto tomada desde el váter del ferryLa siguiente misión era encontrar un supermercado para aprovisionarnos, y en ella atestiguamos la certeza de un hecho del que estábamos sobre aviso de antemano. Los supermercados de Formentera son caros. Sabiendo comprar (y andando con dos vegetarianas) no es algo abusivo, pero hay que irse con ojo. De todos modos, al final decidimos dejarlo para el día siguiente. También decidimos cenar de caliente aunque fuera una vez y en esa segunda misión descubrimos otro hecho que no conocíamos pero que nos acompañaría durante todo el viaje: que te nieguen la entrada en algún bar por las pintas y las mochilas es algo que te conviene, ya que normalmente el cabrón prejuicioso de turno te allana el camino para encontrar algún otro sitio de puta madre. En nuestro caso fuimos a parar al Café del Lago, una especie de pub-restaurante regentado por italianos donde puedes cenar medio rissoto de marisco, media pizza, cervezas y carajillo por algo menos de 10€. Incluso con 50 italianos coreando los goles de su equipo en la televisión de dentro, aquel restaurante a orillas del Estany des Peix era un oasis. Poco hippie, admitido, pero un oasis de todas formas.

Y la noche acabó con un paseo nocturno, linterna en mano, en busca de una playita al norte del puerto donde pudiéramos caer agotados para pasar la noche y esperar a que el sol nos dijera que había llegado la hora del primer baño en la isla.

Anoche las estrellas se mecían al ritmo del barco. De vez en cuando una de ellas, parpadeando en rojo de debilidad, nos adelantaba hacia el lugar donde mueren los luceros. Hoy, en la playa, nos saludan cayendo del cielo. La propuesta de usar los deseos como arma me plantea una duda táctica. Ellos son tres biólogos, pero yo aguanto más tiempo despierto...

Fin de la paranoia. Apago la luz. Bona nit.

El Café del Lago
  Enviado por Manu, 11 de Agosto 2004 a las 11:59 PM

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