Despertar marciano. Anoche, tras las advertencias (malintencionadas, creo) del regente de un chiringuito contra el acto de dormir en la playa, encontramos un cráter lunar contra el mar donde pasar la noche. Sin viento, sin frío, pero con infinitos insectos contra los que combatir. De momento voy perdiendo, pero todo se andará. Los biólogos también han empezado a sufrir los efectos de la naturaleza en sus carnes. Desayuno cojonudo, por otra parte. Cafeses con leche, ensaimada, tostadas con aceite y sal y con tomate y queso. Diría que no tienen precio, pero es que sí lo tienen: 12 euros. Ha valido la pena cada céntimo.
Mis estudios científicos demuestran que en Formentera se encuentra el epicentro de una singularidad en el continuo espacio-tiempo. No hay forma de ponerse de acuerdo en la hora, los días pasan volando, no deja de haber estrellas fugaces en el cielo. Todo indica que el núcleo está cerca.
Seguiremos investigando. De momento, hemos adquirido superpoderes (enlace mental, para empezar) y sospecho que aquí las leyendas se hacen ciertas. Acabo de invocar un autobús tan sólo encendiéndome un cigarro y dejando que transcurrieran cinco segundos. Claro que, dada la singularidad espaciotemporal mencionada anteriormente, puede que fuera más tiempo.
Pero si hay algo que imponga su peso incluso ante las oscilaciones del universo, ese algo son los autobuses. El que nos dejó en el Pilar de la Mola, la parada más oriental de la isla, lo hizo a dos kilómetros y medio de nuestro objetivo real, que era el faro. Y en cuanto al tiempo... bueno, andábamos justos. El último autobús que podía sacarnos de allí salía a las tres en punto. Podíamos tomárnoslo con calma y andar de vuelta, claro, pero el camino era largo y serpenteante porque estábamos en un lugar elevado de la isla, a unos 150 metros sobre el nivel del mar y aunque las vistas eran estupendas desde el autobús, íbamos cargados con mochilas y bolsas de plástico. Nuestra mejor opción era la velocidad, tanto que nuestra visita relámpago al faro incluso nos dejó tiempo para tomar algo antes de coger el autobús que nos llevaría a Platja Mitjorn, en la costa sur de Formentera.
Después de andar cinco kilómetros para ver el faro de La Mola y el fin del mundo (2'5 de ida y 2'5 de vuelta) a buen ritmo, hasta la Cruzcampo sabe a gloria.