Estábamos llegando a París. Nuestros planes para aquel viaje consistían en visitar unas cuantas tiendas de juegos de rol (por entonces en España el material de importación era casi imposible de conseguir), echar un vistazo a algunos monumentos y pasarlo tan bien como pudiéramos mientras tanto. Yo tenía un contacto en París. El nombre es Marine, la había conocido meses atrás en Edimburgo y nos habíamos hecho amigos. Cuando llegáramos a París y estableciésemos contacto con ella, podía proveernos de suministros y hacer de enlace para que disfrutáramos de una fiesta de nochevieja como dios manda. Pero sus agentes en la Tierra (me refiero a los de Dios) no iban a ponernos las cosas fáciles. El sacerdote estaba explicando algunos detalles de nuestra estancia en la ciudad. Había comidas y cenas multidudinarias organizadas cada día a lo largo y ancho de París, y las familias con que íbamos a alojarnos nos indicarían la forma de llegar o nos llevarían allí en coche. Familias. Familias. Íbamos a dormir en casas particulares, no en hostales pagados por Juan Pablo II.
El autobús nos dejó en lo que parecía una parroquia enorme. El edificio se había convertido durante aquellos días en uno de los miles de centros neurálgicos del encuentro parisino. Allí se nos tenía que organizar en grupúsculos y esperar a las familias que iban a hospedarnos. Nos repartieron unos horarios en castellano y un ticket de metro por persona. El ticket llevaba escrita la palabra mística "Taizé" (que en realidad era el nombre de la organización mundial juvenil), y nos franqueaba las puertas de todo el subsuelo mientras durara la concentración cristiana. Nos dieron los datos y números de teléfono de nuestros anfitriones y resultó que Bolingo y yo estábamos en la misma casa. Braktor, no. Desgraciadamente no había sitio para grupos de tres, pero Braktor se alojaría con su hermana, si no recuerdo mal. Por aquel entonces no había móviles, así que nos intercambiamos papelitos con los números de teléfono antes de separarnos.
La familia en cuya casa dormí aquellos días era extraña. En realidad solamente recuerdo a la señora, que era bastante antipática y poco habladora. Fue una suerte, porque aquello significó que (1) ella no pensaba mover un dedo para llevarnos a ningún sitio, y (2) los remordimientos que pudiera tener por el hecho de estar estafando a una pobre mujer de buena voluntad y no al Papa de Roma se evaporaron al instante. Seguro que la Santa Sede le daba una compensación económica; indulgencia plenaria como mínimo. Bolingo y yo compartíamos habitación, y también había en la casa unas chicas españolas y una pareja de polacos heavys que parecían buena gente. De todas formas, nosotros dejamos nuestros trastos y salimos de allí enseguida con la excusa de acudir a algún acto de Taizé. Compramos una tarjeta telefónica según nos habían recomendado, llamamos a Braktor y nos perdimos por las benditas tiendas de rol de la capital francesa.
Después de cenar volvimos cansados a nuestro refugio. Bolingo y yo abrimos la ventana de la habitación para fumar hacia afuera apoyados en el alféizar, pero los sensores de la señora (diría "madame" para que quedara más pintoresco, pero igual se malinterpretaba) debían estar bien calibrados y detectó el olor casi al instante. Antes de aspirar la última calada ya teníamos a una mujer vociferándonos en la cara, diciendo que en aquella casa no se podía fumar. No hubo forma de explicarle que estábamos echando el humo a la calle y no iba a oler a tabaco más de lo que ya olíamos nosotros. Pero tampoco era necesario: al fin y al cabo, era su casa. Dimos la última calada y tiramos el humo y el cigarrito por la ventana. Desde aquel incidente, por alguna razón, no volvió a dirigirnos la palabra a ninguno de los dos.
Sólo era la primera noche en París y ya nos habíamos perdido la primera cena/misa/festival católico. En lugar de acudir habíamos estado dejándonos dinero en módulos del Cyberpunk 2020 y cartitas coleccionables de Jyhad, y dando un par de vueltas por la ciudad. Por si fuera poco, ya habíamos incurrido en las iras de la mujer en cuya casa teníamos que hacer dos noches más como mínimo. Me dormí pensando si no acabaría siendo necesario abusar un poco de Marine y pedirle que diera asilo a dos indigentes en casa de su madre.