Lo único que teníamos claro era que no había intención de pagar por dormir, cosa completamente lógica si se piensa un poco pero que se practica menos de lo que debiera. Eso, y que el viaje tendría por destino las muy, muy soleadas tierras del sur de la península. Como poco, tocaríamos pared en el Mediterráneo mirando a África antes de volver.
Pero la primera parada tras la reunión tenía que ser en cierto pueblecito albaceteño donde se produce un licor de orujo con miel que necesitábamos como parte fundamental de nuestro abastecimiento. Y ya en tierras manchegas comunicadas por carretera de montaña, nos acercamos a determinado bar del pueblo donde sabíamos por experiencias anteriores que nos sería posible conseguir tan preciado elixir. El camarero no recordaba nuestra anterior visita, más de un año atrás, y tal vez por ello nos miró con suspicacia (putoz jipiz) cuando le pedimos orujo e indicaciones para llegar a cierto paraje cercano donde nos habían recomendado que pasáramos la noche. Conseguimos tres botellas de licor y nos hicimos el firme propósito de consumirlas durante el viaje y regresar a la vuelta para comprar más y poder afrontar así el duro año que se avecinaba entre excursiones. Pero respecto al lugar para dormir, o él nos indicó mal o nosotros le entendimos mal, o tal vez buscar desvíos de noche en carretera todavía no fuera lo nuestro; en cualquier caso, recorrimos un buen número de pueblos de la sierra en busca de unos metros cuadrados de terreno llano junto al río Mundo. La suerte, como de costumbre, se puso de nuestra parte. Es demasiado fácil acostumbrarse a ella.
Al cabo de poco tiempo, los insectos deciden que tampoco sois tan interesantes como parecía y te dejan en paz. El río sigue tragando agua helada. La ruta Madrid-Alicante sigue su curso hacia el mar. La Osa Mayor sigue en busca y captura.
Y tú te duermes.
O no.