Pensaba yo que la jornada laboral de ocho horas al día, cinco días a la semana, había sido un logro social de cierta magnitud. Digo "cierta" porque cuarenta horas siguen pareciéndome una aberración en términos de tiempo de vida. Incluso la propuesta que se puso de moda hace unos años, la de reducirla a 35 horas, no me parece aceptable a menos que la gente esté disfrutando mínimamente con su trabajo; sigue siendo inhumana para el resto. Pero basándome absolutamente en nada (no me había molestado en mirarlo), por alguna razón tenía metida en la cabeza la idea de que los sindicatos habían luchado a brazo partido hasta que, en algún momento indeterminado del pasado, obligaron a los empresarios a ceder: ¡La estrategia de la huelga japonesa ha fallado, así que nos toca ir a las barricadas, hermanos! ¡Mierda para el empresario!
Y es cierto que algo de eso hubo. Bastante, más bien. Con muertos y todo. Así que mi intuición original no iba desencaminada, al fin y al cabo. Pero me ha sorprendido descubrir que, aunque los movimientos obreros ya reclamaban las 40 horas a finales del siglo XIX, las grandes empresas solo empezaron a adoptarlas en masa después de darse cuenta de que, coño, les salía rentable. En la primera década del siglo XX se publicaron distintos estudios que demostraban algo obvio para cualquiera con dos dedos de frente: un trabajador cansado rinde menos. Y no solo eso, sino que también la caga más. En términos empresariales, trabajar demasiado afecta negativamente a cualquier tipo de producción, aunque los efectos son más acusados en la intelectual que en la física. Esos estudios y otros que les siguieron acabaron hallando la milagrosa cifra mágica, el cero en la primera derivada, el punto G de los patronos: 40. Ese es exactamente el número de horas semanales que optimiza la producción de un trabajador. Con 40 horas se cansará y odiará la vida, pero no lo suficiente como para perjudicar su rentabilidad, que es lo que interesa. Y así, en 1926 Henry Ford estableció en sus fábricas el modelo que más le convenía y que, de rebote, dejaba tiempo a sus trabajadores para que consumieran y así el dinero fluyera de vuelta a sus legítimos propietarios. Casualmente también era lo que las organizaciones de trabajadores pedían, aunque por razones completamente distintas. No importa. La medida de Ford y el hecho de que los demás empresarios, que no se habían parado a sacar estadísticas, se le pusieran automáticamente en contra lo convirtió en un héroe popular. Y el resto es historia, como si todo esto no lo fuera bastante.
A lo que voy es a que, si bien es cierto que las 40 horas fueron un logro, también lo es que fueron un logro consentido. Si el tope de productividad estuviera en 72 horas repartidas en seis días, probablemente esa seguiría siendo la media a fecha de hoy. Después de enterarme de esto, me he dado unos pocos cabezazos contra el teclado por no haber pensado antes algo tan obvio como que no se estaría haciendo si no conviniera económicamente. A continuación mi cerebro me ha hecho la jugarreta de recordar las maravillosas y justísimas medidas que hasta ahora han tomado los gobiernos contra la actual crisis: básicamente, transferir nuestros impuestos a los bancos. Por último me he quedado un momento quieto, he encendido un cigarro y he decidido escribirlo. Y ahora creo que dejaré pasar algún tiempo antes de investigar otros logros sociales de la humanidad, que con la de curro que tengo encima solo me falta deprimirme.
...¡y es por eso que, mamá, quiero ser artista! :P
Enviado por: Santo, 14 de Noviembre 2008 a las 05:51 PMBueno, eso de las 40 horas semanales es algo, digamos, teórico. Ya sabes eso de que en teoría, teoría y práctica coinciden, pero en la práctica no tienen por qué ¿no?
Pues eso. Que lo de las 40 horas "más las horitas de más no remuneradas" está a la orden del día. Mi jefe, de hecho, si pudiera, nos ataba a las mesas. Lo que pasa es que eso le obligaría a dejar encendidas las luces de la oficina, con el consiguiente gasto. Creo que todavía no ha pensado en el Milagro de las Velas.
Enviado por: agente_naranja, 17 de Noviembre 2008 a las 12:24 AMLo sé, lo sé. Mi jefe en la academia entraba en las clases en verano y apagaba los aires acondicionados. Imagínatelo en un aula pequeña llena de adolescentes a las 12 de un mediodía de agosto. Al final de la jornada mirábamos quién había recibido más Llamadas del Ahorro entre los profes, al menos eso era gracioso :-)
Enviado por: Manu, 17 de Noviembre 2008 a las 03:26 AM