Supongamos, solo por suponer, que el ayuntamiento de una localidad costera decide imponer las siguientes reglas en sus playas:
· Nadie podrá acceder a la playa entre las seis y las once de la mañana. A lo mejor hay gente durmiendo y no sería de recibo que los domingueros invadan la zona con sus sombrillas, sus bolsas nevera, críos y abuelas gritonas. Un respeto. El incumplimiento de esta norma conllevará una sanción de 750 euros.
· Los niños no podrán correr por la playa a una velocidad superior a 7 km/h, ni levantar arena cerca de otra gente. No se podrá dar paseos fuera de las zonas delimitadas a tal efecto, lejos de las mozas de buen ver que están poniéndose morenas en sus toallas. También queda prohibido a los paseantes hurgarse cualquier zona protegida por el bañador. La sanción, en cualquiera de estos casos, será de 120 euros.
· Queda prohibido el consumo de bebidas no alcohólicas en la playa. Mínimo, minimísimo, cerveza con gaseosa. Basta ya de llenar la arena de latas de Coca Cola o envases de Sunny Delight vacíos, que luego hay que recogerlos. Las latas de cerveza, obviamente, no son un problema. Quien sea sorprendido ingiriendo bebidas prohibidas deberá pagar 300 euros de multa.
Igual de absurdas, solo que por supuesto al revés, son las nuevas reglas con que se ha descolgado el Ayuntamiento de Benidorm, por la espalda y por sorpresa, en pleno noviembre. Menos mal que, por mucho que nos vendan el pueblo como "un destino turístico excepcionalmente ponderado por cuantos lo conocen", no hay dios que se quiera tomar unas vacaciones a lo hippie por esa zona, ni siquiera antes de que la tomaran al asalto Zaplana y sus amigotes. Eso sí, como empiece a cundir el ejemplo en otras playas, vamos apañados...