Los Premios Gorrilla se establecieron para reconocer la labor de aquellos personajes televisivos que, viendo como su fama decae y se ven abocados a indicar a los coches el lugar óptimo donde aparcar en cualquier callejuela, se aferran con uñas y dientes a la pantalla tonta participando en engendros como La isla de los famosos o llevando a cabo maniobras rastreras equivalentes.
Este año no se han producido nominaciones públicas, pero el jurado de los Gorrilla no ha descansado en su esfuerzo por recopilar candidatos. Y 2008 ya habría sido un año bien productivo aunque no hubiera existido La batalla de los coros para dar cobijo a unos cuantos candidatos firmes al galardón. Pero una persona ha destacado por encima de todos los demás por el enfoque directo que ha utilizado recientemente en sus apariciones televisivas: Rosa Valenty.
Estrella del destape en los años setenta, con éxitos en su haber como La chica de las bragas transparentes o Máscara: la revolución sexual de una adolescente, el ostracismo que le trajo la llegada del nuevo siglo la llevó a participar en programas como Noches de Gala o Supervivientes, interpretando el papel más difícil de todos: ella misma. Pero esta luchadora no se ha rendido cuando, tras mucho arañar apariciones televisivas, acechaba en su horizonte el destino del gorrillismo. Allí donde otros se han rendido y han llegado a darse con un canto en los dientes si les llamaban para leer algún pregón de pueblo a cambio de cenar gratis, nuestra heroína ha hecho un arte del lloriqueo y el morbo, sin resistirse a usar ningún medio a su alcance (graves enfermedades de amigos incluidas) para lograr su objetivo: medrar o, a una mala, seguir chupando como se pueda del bote en la jaula de los buitres. Vaya con Rosa Valenty, pues, nuestro más profundo respeto y admiración.
Y a todos ustedes, les esperamos en la ceremonia de entrega de los Premios Gorrilla 2009, en esta casa suya.