Todo parece indicar que me he hecho un esguince. El pie me duele y me he tomado media pirula de ibuprofeno, que, a saber por qué, siempre me obliga a hacer de vientre al instante. Mejor que el café y el cigarro de buena mañana, oiga. Pero por mis huevos que antes de ponerme a escribir esta entrada no me he ido directo al váter. He recorrido media casa coixín coixàn, que decía mi abuela, buscando el periódico de hoy, porque el pie podrá doler, pero antes muerto que apretar mirando el techo si puede evitarse. Que no haya encontrado el periódico de hoy sino el del 28 de diciembre es solo la última de las jugadas que el destino ha tenido a bien depararme el penúltimo día del año.
Tenía que levantarme a las diez, y anoche me debí dormir sobre las cinco de la madrugada, pero a las seis y media me ha despertado la tonadilla entre guitarrera y electrónica que identifica a mi amigo el Avatar del Caos. Me ha costado veinte segundos razonar que el Sweet emotion de los Aerosmith que tengo para despertarme suena bastante distinto, y que mejor sería coger la llamada, no fuera a pasarle algo serio. Pero no lo era: ruidos indistintos. Otros diez segundos para recordar que me había llamado anoche, decidir que probablemente el Avatar del Caos le había dado sin querer al botón y serían ronquidos, colgarle y cerrar los ojos de nuevo.
Ya es por la tarde. Recojo los trastos, salgo del piso de Valencia y cojo el autobús que me llevará a la estación de tren y, de ahí, a Castellón para ir preparando la fiesta de nochevieja. Cuestión de un par de horas. Pero la primera media me la paso esperando a un autobús rojo que no llega y, cuando lo hace, me arrepiento de haber estado plantado en la parada en lugar de caminar, por muy cargado que fuera. Me ha tocado el conductor más lento de toda Valencia. Bueno, me costará dos horas y media, qué le vamos a hacer. Pero resulta que en Valencia estaban montando una maratón benéfica o alguna pollada por el estilo y, tratándose de la ciudad que se trata, obviamente debe cerrarse a cal y canto todo el centro, que la gente corriendo quedarà de categoria por delante de la catedral.
Ya nos había adelantado otro bus de la misma línea. Los policías locales avanzaban con furgonetas, plantando conos en la última avenida grande que nos quedaba por recorrer a nosotros. Otros maderos iban desviando el tráfico fuera del centro pero, al llegar nosotros, han hecho gestos al conductor para que siguiera por donde iba. El hombre se ha bloqueado: no ha entendido la excepción, se ha quedado sin ideas y ha seguido al rebaño. Al intentar arreglarlo con su valiente falta de decisión, la ha liado más parda todavía. Total, que en la primera parada que ha hecho hemos vaciado el autobús mientras yo, al menos, reconsideraba mi diagnóstico original: no era el autobusero más lento de Valencia, sino el más inepto del multiverso.
Caminaba a buen ritmo, ya sin molestarme en predecir la hora en que llegaría a mi ciudad natal. Además, delante de mí andaba una morena espectacular, con vestido liso y lanosito, cinturón, medias, botas y unas piernas de impresión. Tremenda, pero sin estridencias: perfecta. Y entonces no se me ocurre otra cosa que resbalar con un bordillo, perder el equilibrio y verme forzado a torcer mucho un tobillo para evitar la caída. Duele, pero sigo. La morena no se ha parado, y yo tengo una buena torcedura o quizá un esguince; en cualquier caso, si me enfrío estoy perdido. Sigo a la morena hasta que se para en un semáforo en rojo. A regañadientes, constato que no vienen coches y lo cruzo.
Imaginad el peor escenario: tengo un esguince serio y mañana es nochevieja. Esta vez no será cuestión de posponer una antitetánica por si las moscas, como hice hace unos años. Eso meditaba yo en el tren parado cuando, caída del cielo, la morena se ha sentado junto a mí. Ella y su amiga venían para coger el mismo tren que yo. Sus nalgas perfectas ocupaban el asiento contiguo al mío. Ya estaba empezando a apartar las gilipolleces kármicas de mi mente y a planear la forma de hacerme con su número de teléfono cuando, sin ningún miramiento, ella me ha dado la espalda para girarse hacia su amiga, sentada al otro lado del pasillo. Y se ha puesto a hablar con ella. En francés. Sin pausa que me permitiera llamar su atención para averiguar si sabía inglés, aprovechando que tenía el libro Unseen Academicals en las manos. Han hablado y hablado ininteligiblemente durante tres paradas, y entonces se han bajado del vagón.
Más le vale al puto karma de las narices tenerme preparado algo de categoria, ché, o tendremos más que palabras. Olivia Wilde y Sara Carbonero, para empezar.
Ha habido más, pero creo que basta con esto para ilustrar el día. Esguince en nochevieja y mujeres perfectas pasando fugaces por mi vida, sin mirarme siquiera. Pero resulta que, aunque el periódico que había en casa no fuera el de hoy sino el del 28, la noticia que me ha gustado no era una inocentada. Y el tiempo que he pasado en Valencia antes de salir de casa, esperando para nada, me ha servido para subtitular el vídeo Battlestar Rhapsody, que he visto en ZonaFandom:
Mañana, en el peor de los casos, mis amigos se desplazarán más lentamente de garito en garito o se arriesgarán a recibir un muletazo. Lo mismo le pido un bastón a Zonk, le pongo una pegatina de llamas, pillo una bata de laboratorio de mi hermana y me dedico a diagnosticar a quien me cruce. Quién sabe, igual resulta que la gilipollez del karma es cierta y me da lo que a todas luces merezco. Venga, karma, animo. Me conformo solo con Olivia Wilde.
Así que, gente, qué coño: Happy frakkin' 2010 a todos.