4 de Enero 2007

¡Timmy!

Mi primer amanecer del año fue tan penoso que llevo ya unos días resistiéndome a escribir sobre él. Pero esconder la cabeza bajo tierra, lloriquear y huir de los hechos nunca ha sido la solución a nada, así que allá vamos. Mi primer amanecer del año fue, en realidad, un anochecer desde la perspectiva de la rotación terrestre: eran como las seis de la tarde en Salamanca. La fiesta de la noche anterior se había prolongado hasta las once de la mañana y había incluido una serie considerable de cubatas de vodka, por lo que las feas sustancias químicas de la resaca causaban estragos en mi cerebro. En casa de Ruth (nuestra estupenda anfitriona) no se movía ni un ratón, pero yo bajaba las escaleras pensando erraticamente en los pasos a seguir para obtener un café con leche.

El primero de dichos pasos consistía en abrir la puerta de la cocina. Al hacerlo me encontré con Sherry, la simpática rottweiler que me deseó feliz año nuevo con un lametón en la mano. Pensé entonces que la pobre no había salido de la cocina desde la noche anterior. Pensé que podía empezar el año haciendo el bien y sacarla antes de que se levantara su dueña. Pensé (y este fue mi error principal) que el café podía esperar, cuando la experiencia demuestra que el café debe ser lo primero del día, para que todo lo demás funcione mejor.

Para sacar a Sherry al jardín había que encerrar primero al resto de perros. En particular Sasha, la otra hembra, debía mantenerse aislada de la rottweiler porque las perras, al contrario que los machos (que ladran, intentan asustarse mutuamente y en general utilizan la guerra psicológica y cualquier otro truco sucio que se les ocurra), van directas al grano cuando luchan. Salí al jardín después de dejar junta pero no cerrada la puerta principal de la casa. Hacía frío. Había niebla. Yo tenía ya controlados a los dos perros machos enormes y cabezones porque (afrontémoslo) los seres semejantes se entienden entre sí, y mientras los dirigía a su cuarto de reclusión temporal me giré para llamar a Sasha. Lo que vi fue una rottweiler que se las había ingeniado para salir de la casa y, silenciosa y directa como un ninja, se lanzaba sin mediar ladrido contra la otra perra. Antes de que yo pudiera reaccionar, Sherry tenía el pellejo del cuello de Sasha entre sus mandíbulas.

La adrenalina canceló temporalmente la resaca. Sin importar el precio que sabía que exigiría la adrenalina después, me lancé a separarlas. Imposible: las fauces de una rottweiler requieren un gato hidráulico para soltar su presa. Y yo no conocía el truco de levantarle las patas traseras, así que por el momento tuve que concentrar mis esfuerzos en evitar que Sherry hiciera fuerza en serio. Mis energías, debilitadas por la fiesta de la noche anterior, se agotaban inexorablemente y lo único que lograban era evitar por el momento un mal mayor. Así que tomé una decisión: arrastrar a las dos perras al interior de la casa, tragarme la dignidad y pedir ayuda con la voz de pito que (pensaba yo) era más probable que despertara a alguien. Estaba cansado, lleno de baba de perra y temeroso de un desenlace fatal que sería, única y exclusivamente, responsabilidad mía.

¡Ayuda! ¡Socorro!

Dos cosas ocurrieron en el mismo momento: Ruth bajó las escaleras y sus padres entraron por la puerta. Todos encontraron la misma escena: una perra mordiendo el cuello de la otra, un macho cabezón intentando montar a la agredida y otro macho cabezón (humano esta vez) haciendo todo lo que podía, que era más bien poco con solo dos manos, para separarlas. Por suerte el segundo par de manos hábiles de Ruth solucionó la situación. Abrió las mandíbulas de Sherry. Sacó a Sasha y a los cabezones de casa. Me vio en una silla, los ojos muy abiertos, la adrenalina retirándose de mi interior y abriendo el paso a un contraataque sin piedad de las hordas de la resaca. Me ofreció un café. Habló con sus padres. Lo arregló todo.

Pero aprendí algo. Aprendí por las malas que de verdad, de verdad de la buena, lo primero del día ha de ser un café. De lo contrario no hay forma de hacer un razonamiento en condiciones. Muy yonqui, sí, pero también muy cierto. Aprendí el truco de levantar las patas traseras al agresor. Y aprendí que lo peor que puede hacerse de resaca no es limpiar pulpo, actividad que hasta el momento encabezaba mi lista, sino separar a perras peleonas. La lista completa la dejaremos para otro día.

Feliz año.

Imagen que no viene a cuento:

XKCD - A webcomic of romance, sarcasm, math, and language

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Enviado por Manu a las 11:18 PM | Comentarios (6)
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