Qué cosas. Iba yo caminando de vuelta del trabajo y, como de costumbre, meditaba con nostalgia sobre un bono-metro mágico que poseí una vez. Aquel billete se congeló cuando todavía me quedaban siete viajes y, sin que ninguna máquina le descontara ni uno solo más, me estuvo abriendo todas las puertas de la red subterránea valenciana durante un par de meses hasta que hubo un cambio de tarifa y, también como de costumbre, el IPC desvaneció la magia. Aquel bono-metro acabó convertido en un trozo de cartulina inútil y, supongo yo, recorrería el habitual ciclo de bolsillo trasero del pantalón, lavadora, cara de fastidio y confeti en la papelera. Fue un suceso triste porque ya me había creado mis expectativas y esperaba que ese billete fuera a permitirme viajar gratis para siempre. Pero la realidad es una amante cruel. Con el tiempo oí hablar de otros billetes con poderes e incluso llegué a ver uno, pero todo el mundo sabe que un objeto mágico que te abre las puertas de otra dimensión no aparece más de una vez en tu vida.
Llegué a la estación de metro. En la zona metropolitana de Valencia, gran parte de la red subterránea solamente lo es en teoría, en los documentos oficiales y en los periódicos: la mayor parte de las paradas están en la superficie. De hecho, mi recorrido habitual es completamente sobre el suelo, por lo que no hay ningún impedimento físico que me obligue a usar billete. Lo que hay es revisores, ante los que un bono-metro mágico al uso sirve de bien poco. Este pensamiento, aunque lógico y cabal, no me libraba de la nostalgia por mi perdida cartulina milagrosa mientras introducía mi actual, anodino bono sin poderes en la máquina de ticar.
No hay sonido de impresora.
El bono-metro sale por la ranura correcta.
Si hubiese habido un paso cerrado, me lo habría abierto.
Coño.
Es mágico.
La idea de que (dado mi recorrido usual) esta magia me sirve de bien poco no mitigó en absoluto mi alegría. ¡Un bono mágico! Solamente me sirve para fingir que lo paso por la máquina y, los fines de semana, para llegar a la estación de trenes, sí. ¡Pero tengo un bono mágico! Y para mi regocijo, a los pocos días mutó. Escuché un sonido de impresora y en un principio maldije todo lo maldecible pensando que había sucedido lo inevitable, que el hechizo se había disipado. No fue hasta pasados unos cuantos días más cuando me fijé en las inscripciones mecánicas con que las distintas máquinas habían mancillado mi cartulina y las vi aglomeradas, todas en la parte izquierda. Según pude descifrar, me quedaban 127 viajes en el bono-metro. Era un tipo distinto de magia, y solamente tenía que encontrarle una utilidad práctica. Eso fue anteayer.
Ayer se abrieron las puertas del vagón y, ¡sorpresa desagradable!, había una revisora al otro lado, en la parte de dentro. Unas chicas a mi lado que no llevaban billete cancelaron el gesto de subirse y optaron por esperar 20 minutos más al siguiente tren en la estación. Bajo la atenta mirada de la revisora, se hizo la luz en mi cerebro. Entré con paso decidido y me apoyé contra la puerta del otro lado. Vi que la mujer se me acercaba directamente, me quité los casquitos de las orejas y saqué la cartera del bolsillo sin que me temblara el pulso. Extraje mi bono-metro mágico de nivel 2 y se lo mostré. Mirada atenta. Ceño fruncido.
-Tú no has ticado. -Esa frase es como el "Ave María Purísima" de los revisores.
-Sí que he ticado.
-No puede s... uy, sí que es verdad. Pero es de... ¿has cogido el metro esta mañana?
-Sí, aquí mismo, volviendo del curro.
-Este billete es muy raro -descubrió ella-. Mira, está escrito por todas partes.
-A ver... Pues sí que es verdad, qué raro.
-Mira, no te lo voy a agujerear ni nada, pero tienes que cambiarlo por otro en una taquilla.
-Vale, ahora lo hago dentro de dos paradas.
-Hombre, tampoco hace falta que te bajes a posta.
-No, si tengo que cambiar al tranvía igual -dije yo-. Ya que estoy, me paso por taquilla.
-Vale, pues nada.
-Muchas gracias.
Quedé como un señor y viajé gratis y a mi hora. Y llegué a la conclusión de que este bono-metro me es mucho más útil que el otro que tuve porque con este puedo descolocar a los revisores, además de abrir puertas mecánicas. Probablemente el truco no me funcione con los más cabrones (desde luego, no volverá a funcionar con esta revisora en concreto). Y solamente me quedan 125 viajes con los que engañar al resto. Pero son más que suficientes para llegar al maldito cambio de tarifas de febrero que, si se comporta como suele, acabará con los poderes de mi bono-metro de nivel 2.
Y al menos, esta vez estoy sobre aviso.
¿Has pensado alguna vez que quizá lo mágico no es el billete, si no algo que llevas en la cartera y que le transfiere su poder? Porque ya es casualidad que dos de los tres bonos mágicos que se imprimieron en el albor de los tiempos, hayan ido a parar a tu mano. Me parece demasiada suerte.
Yo de tí iría probando a ver ;-)
Enviado por: Harapos, 20 de Octubre 2006 a las 02:31 PMPues no es mala idea. A ver si puedo forrarme vendiéndolos y me quito de currar...
Enviado por: Manu, 20 de Octubre 2006 a las 08:42 PMBuaaah!!
Pues yo también tenía uno de esos hasta precisamente ayer, cuando se quedó metido dentro de la máquina y cuando vino la taquillera me lo vio con cara de espanto y me dijo que me lo tenía que cambiar :@
No sé qué será exactamente lo que lo hará mágico, pero tengo que descubrirlo!! XD
Un saludo!
Enviado por: tonny, 22 de Septiembre 2007 a las 05:50 AM