El domingo pasado caminaba hacia la estación de trenes cuando vi un perro andando solo por ahí. Era parecido a un pastor alemán, bonito, con el pelo cuidado. Sin collar, eso sí. Cruzó con vida la calle de enfrente solamente gracias a que era domingo por la tarde y los conductores, que circulaban despacio por la resaca del fin de semana, pudieron detenerse a tiempo. Puede que se hubiera perdido, que no llevara collar porque se porta muy bien. Pero también puede, como pensé yo en el momento, que haya mucho hijo de puta suelto. Que no haga ninguna falta ser constructor, político o banquero. Que el vecino de al lado, a su miserable escala, pueda ser capaz de quitarle el collar a su perro.
Cójase a un cabronazo de ese estilo. No hace falta ni siquiera que sea el peor de todos: basta con cualquier tipo resentido, mediocre, mezquino. Otórguesele cualquier tipo de poder y el resultado inevitable es que el único impedimento a sus fechorías es precisamente la magnitud del poder que se le dé. El presidente de comunidad de vecinos hará la vida ese poquitín más desagradable a quienes le rodean. La alcaldesa de pueblo de pijos (o el presidente de diputación, ya puestos a aludir) liquidará la costa a precio de saldo. El presidente de un país de segunda lamerá cipote americano a cualquier precio. Pero por seguir con nuestro experimento, pongamos a nuestro sujeto de prueba (porque llamarle hombre es otorgarle demasiado crédito) al frente de un gran país de fanáticos religiosos, lo suficientemente importante como para que acabe convencido de que sus actos tienen una trascendencia que rebasa la de respetar unas cuantas vidas humanas y, por último, con una mayoría de ciudadanos lo bastante agilipollada como para reírle las gracias al niño. El resultado lo estamos viendo cada día en las noticias. Cuestión de escala.
Casi parece que está en la naturaleza de algunos hacer tanto mal como puedan. Será la educación, o el entorno. O será que el pobre desgraciado no da para más y de donde no hay, no se puede sacar. La razón no importa nada: el asunto es que nos las hemos ingeniado para crear un sistema político en el que un completo bastardo no sólo puede llegar a lo más alto y mantenerse allí, sino que lo tiene muchísimo más fácil que una buena persona. La democracia será el menor de los males, pero combina muy mal con aditivos como el armamento, los intereses económicos desbocados o, sí, los hijos de puta al mando. Y cuando un combinado es imbebible, o se le echa alguna otra cosa a ver si mejora o directamente se tira por el retrete.
O se enfría mucho, que es donde entra la foto de más arriba. A ver si sacando a la Tierra de órbita a base de saltos controlados se calman un poquito los ánimos. O a ver si algún caótico efecto gravitatorio manda a unos cuantos que yo me sé directos al espacio exterior, a tomar por culo y más allá.
La ausencia ha sido larga por lo de siempre (porque en verano, al contrario que el resto de la humanidad, un servidor curra más que cualquier otro mes del año), pero la ocasión merece con creces el retorno: mañana, por si algún despistado no lo tenía en sus agendas, es el Dia Mundial del Salto. Entre todos, con un simple gesto, podemos llevar nuestro planeta a una nueva órbita más benigna, estupenda y chuli. ¡Evitemos el calentamiento global! ¡Mejoremos las condiciones de vida en las zonas más desfavorecidas! ¡Saltemos todos!
La hora oficial del salto son las 12 h 39' 13'' (hora española) de mañana jueves. Podéis sincronizar vuestros relojes en World Time Server. A mí me pilla en mitad de una clase particular, así que supongo que enredaré a mi alumna para que salte también, o al menos para que me haga la foto. Si algún parroquiano consigue que alguien le fotografíe también, la dirección de correo <siempreatope5.0[algarroba]gmail.com> está lista para recibir los impresionantes documentos graficos... siempre que no nos vayamos directos hacia el sol como consecuencia de nuestra irresponsabilidad, por supuesto.