Posiblemente esta sea de las últimas entradas que escriba en este piso de Burjassot, porque a lo largo de este fin de semana y la que viene el Doctor Maligno, el sargento Pauix y un servidor se mudan a su nuevo Cuartel General en Valencia. Así que supongo que no es mal momento para hablar de un personaje singular antes de que salga (supongo que definitivamente) de mi vida: la casera.
Mi casera no se pasaba nunca por casa. Fue una incógnita hasta que un buen día decidí relevar al Doctor Maligno, que ya llevaba tiempo viviendo aquí, en los pagos del alquiler. Me pareció una ancianita agradable, concienzuda (siempre con recibos y papeles de acá para allá) y normal, para que luego digan que la primera opinión es la que cuenta.
Al poco de instalarnos, una investigación arqueológica de la que hablé en su momento nos reveló la oscura verdad: la mujer a la que pagábamos cada mes tenía una imprenta casera desde la que distribuía panletos falangistas. O tal vez fuera su marido, ya que una carta de la Hermandad de la División Azul que recibimos en casa dos años después iba a nombre de él:
En realidad no se les notaba. Nunca intentaron vendernos ejemplares de la revista Milenio Azul ni convencernos para pasar el verano en el Campamento Hispanidad. Lo cierto es que para entonces evitábamos tanto mantener conversaciones largas con la casera que le habría sido bastante difícil. Pero ahora, con la perspectiva, queda bastante claro que nunca le gustamos mucho. De hecho, llegó un momento en que podíamos saber su estado de ánimo hacia nosotros por las reacciones de la vecina del primero (amiga suya de toda la vida y comerciante ilegal de naranjas) hacia nosotros: saludo y sonrisa, bueno; cambiar de acera y ceño fruncido, malo.
Hace algún tiempo terminamos de hartarnos de la miserable presión de agua que teníamos en el Cubil del Mal. Las duchas eran tan horribles en invierno (lentitud y poca agua caliente implica frío) como en verano (yo creo que no había bastante potencia como para arrancar el sudor de la piel), y fregar los Instrumentos del Caos para la cena se convertía en un suplicio eterno, así que nos plantamos un día en su casa y le dijimos que llamara a un fontanero. Ilusos. La señora se convenció a sí misma de que era capaz de solucionarlo sin llamar a nadie, supongo que a consecuencia de sus sesenta y tantos años arreglando instalaciones hídricas día sí, día también. Pese a nuestras muchas protestas, se plantó en casa con una llave inglesa. Así que, con la esperanza de que se desengañara y se marchara rápido a buscar un teléfono, le franqueamos el paso hasta la cocina. Todos juntos: ILUSOS. En el momento en que penetró en el sancta sanctorum de la haute cuisine quedó embelesada por unas manchas que había en las paredes y olvidó por completo el tema de la presión de agua.
- Esto no lo podéis tener así.
- Tranquila, señora, que eso se va con KH-7. Mire qué poca agua sale del grifo.
- Pero, ¿y si sube alguna vecina y lo ve?
- ¿Qué vecina tiene que subir? Mire, esto es toda el agua que sale.
- No, no, no, esto tenéis que quitarlo ya.
- Nos gustaría, pero es que no tenemos presión de agua. ¿Miramos lo del grifo y luego hablamos de las paredes?
- Bueno, bueno, pero eso hay que limpiarlo. ¿Ves la toma de agua que hay fuera de la ventana?
- Sí, ¿por?
- Dale con la llave inglesa.
- ¿Está segura? Esto debe llevar años sin girarse. Mire, no se mueve nada.
- Tú haz fuerza.
- Vale, ahora no sale nada de agua. ¿Le doy hacia el otro lado? Nada, hace tope y el chorro se queda igual. Ya le había dicho que no era cosa de este grifo, que a las vecinas de al lado les pasa lo mismo.
- Ay, cómo me tenéis esa pared.
En ese momento comenzaron a desarrollarse dos historias paralelas: la Búsqueda de la Presión de Agua y la Pared Maldita. Llegamos al consenso de que tan pronto como tuviéramos una presión decente dejaríamos la pared como los chorros del oro y ella podría pasarse a comprobarlo. Pero la señora agotó todas las posibilidades: llamó a un técnico de Aguas de Valencia por si el problema era de suministro, cosa que era imposible porque no a todos los pisos les pasaba lo mismo. Pero tuvo que venir el pobre hombre, despertar a este pobre inquilino y hacerle bajar un cubo vacío para no inundar el bajo al enseñarle el muy señor caudal que llegaba al edificio, como si a mí hiciera falta convencerme. No era el suministro, demostrado. A la casera se le debieron abrir las puertas del infierno cuando finalmente no le quedó más remedio que llamar a un fontanero, que (tras visitar dos o tres pisos de la finca) diagnosticó un serio problema geriátrico en las tuberías y recetó unos cuantos implantes. Toda la instalación nueva, vamos.
Sí, finalmente dejamos las paredes de la cocina como una patena. Pero entonces nuestra amiga salió con que quería hacer revisión de paredes cada dos meses, ante lo cual adoptamos la técnica de decirle que sí a todo y darle largas. Empezó a llamarme con algo más de frecuencia para hablar de paredes, y casualmente sacaba también el tema cada vez que iba a pagarle el mes. No sé si la Psicosis del Tabique Impoluto está catalogada por los loqueros, pero harían bien en planteárselo.
Con el tiempo empezó a remitir el tema de la cocina, pero solamente porque le dio por subirnos el alquiler y firmar un nuevo contrato. Cierto era que sólo aparecía el nombre del Doctor Maligno en el documento original, pero yo sospecho que para entonces la señora alucinaba con que éramos unas sanguijuelas dispuestas a sacarle hasta el último céntimo en reparaciones sin raspar diariamente los azulejos a cambio, y quería tener nuestros nombres y DNIs por si acaso había que denunciar un incumplimiento de la Ley de Paredes.
No llegamos a firmarlo, ni lo haremos: a mediados de julio se descolgó con que una sobrinita suya se venia aquí a estudiar y, bueno, que nos largáramos en quince días. Le contó al Doctor Maligno que yo me había puesto "violento" al teléfono, total por un par de tacos que solté en medio de una explicación perfectamente razonable y lógica acerca de la imposibilidad de encontrar piso y llevarnos todos los trastos en ese tiempo. Tal vez fueran tres o cuatro tacos, ahora que lo pienso. Pero los resultados están a la vista: aquí estamos, mes y medio después (qué menos), a punto de mudarnos a la nueva Base Secreta de Operaciones en la bella capital del Túria.
Cuando no son los vecinos, son los caseros falangistas. Y cuando no, todo a la vez. Pero mirándolo por el lado positivo, si en lugar de todo esto estuviera cometiendo la insensatez de pagar una hipoteca no tendría estas historias que contar. Y tampoco sería ese el peor de mis males.
Papá Cerdo (Hogfather es el título original) está en casa, sufriendo el habitual proceso de tachones y cosas escritas a mano que terminará la noche anterior a la fecha de entrega. El próximo libro de Terry Pratchett que verá la luz en castellano va de la navidad y del origen de los cuentos (y de lo que pasa cuando una personificación antropomórfica se pone a hacer el trabajo de otra, guiño, guiño), así que es una lástima que no vaya a salir hasta bien entrado enero del año que viene. Sobre todo teniendo en cuenta la miniserie basada en la novela que el canal inglés Sky One planea emitir estas navidades.
Pero yo, a lo mío.
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Espero, en primer lugar, que el mes de agosto no se os haya hecho demasiado difícil de digerir sin la ayuda y guía espiritual que supone este weblog. La actualidad puede ser incomprensible entre tanta siesta y jarra de tinto de verano, pero a poco que uno se despierte y encargue una birra para variar es fácil darse cuenta de que básicamente agosto ha consistido en lo siguiente:
Y se supone que es en septiembre cuando todo despierta, cuando empieza el curso político además del académico y cuando de verdad empiezan a pasar cosas. Vista la tendencia veraniega, no me queda otra cosa que ir pensando en exiliarme a alguna islita y preparar la garrota para defenderla a mamporros cuando empiecen a llegar las grúas. Bienvenidos de vuelta a la vida real.