Vuelvo a tener trabajo entre manos: ¡revisar a Terry Pratchett! Esta mañana ha llegado a casa el siguiente Mundodisco que saldrá en castellano, Monstrous Regiment. Me pongo inmediatamente a ello, señor. A la orden, señor.
La contraportada:
Empezó como un anhelo extraño y repentino...Polly Perks tuvo que transformarse en chico a toda prisa. Cortarse el pelo y ponerse unos pantalones fue fácil. Aprender a tirarse pedos y eructar en público y caminar como un simio le llevó más tiempo...
Y ahora se ha alistado en el ejército y está buscando a su hermano perdido.
Pero hay una guerra en marcha. Siempre hay una guerra en marcha. Y Polly y sus compañeros reclutas se ven de pronto en pleno meollo, sin ninguna formación y con el enemigo tras su pista.
Lo único que tienen de su parte es al sargento más astuto del ejército y a un vampiro con ansia de café. Bueno... tienen el Secreto. Y mientras llevan la guerra al corazón del enemigo, deberán utilizar todos los recursos del... Monstruoso Regimiento.
Quien no sepa de qué va esto es porque no tiene cuenta en Caralibro, o porque sus contactos no están a la última en humor. Los chistes de pedos pasaron, Muchachada Nui va de capa caída y ya nadie hace caso a Jackass. Lo más vanguardista es unirse a todo grupo que contenga la palabra «Señoras»: «Señoras que dicen cocreta», «Señoras que lo dan todo bailando politonos en Tele5», «Señoras que se parecen a Paul McCartney» o uno de mis favoritos, «Los padres no existen, son las señoras». ¿Es que los grupos de Facebook, que ya no valían para mucho, se han visto reducidos a circular frases graciosas entre amigos? En absoluto. Se han convertido en el vehículo perfecto de difusión para los chascarrillos sobre mujeres mayores, el equivalente en internet a la más pura forma de humor que existe en el mundo real: imitar a Chiquito de la Calzada.
Y encuentra su máximo exponente en la página de CaraLibro Señoras, el videojuego, cuyo creador incluso ha diseñado la carátula. Al contrario que en la mayoría de páginas de Señoras, alrededor de esta se ha creado toda una comunidad de jugones que comparten noticias, trucos y consejos para personalizar el juego. Por ejemplo, una combinación de teclas otorga a la protagonista todas las llaves de casa, kibis y cocretas para lanzar, e incluso plátanos mejorados del Lidl para hacerse invencible.
Por si os quedáis atascados en el nivel 3, especialmente difícil, aquí tenéis un montaje con la portada del juego y el walkthrough para pasárselo:
Mejor esto que andar atracando a gente por las calles, señora.
... que don Antonio Santo, entre otras muchas cosas editor del periódico digital NuevaTribuna.es, ha cometido la imprudencia de enchufarme para escribir un nuevo blog allí. El invento se llama La ducha fría (tercera mejor opción, siempre por delante de quedarse con el calentón a dos velas) y, a una entrada o dos cada semana, embutirá lo que quepa de actualidad en mi pobre cerebro y publicará la empanada resultante.
Este blog sigue adelante, claro, y de hecho espero que al imponerme la obligación de escribir allí también saque más cosas aquí de rebote. Y no avisaré en este blog de lo que se vaya publicando en La ducha fría para no entrar en un bucle de autorreferencia dospuntocerista que amenace con destruir las leyes de la causalidad, pero se puede seguir aquello sin problemas mediante su feed RSS.
Espero que os guste.
No puedo hacer más que quitarme el sombrero ante la respuesta que ha dado Obama a la gente de Wall Street, que había protestado por el nuevo impuesto que quiere imponerles la administración estadounidense. Traduzco directamente las palabras de Barak Hussein, sacadas de una entrada del blog de la Casa Blanca:
El presidente a Wall Street: «Queremos recuperar nuestro dinero y lo vamos a conseguir»En lugar de mandar una falange de grupos de presión para combatir esta propuesta, o de emplear un ejército de abogados y contables para intentar evitar la tasa, les sugiero que tal vez puedan considerar la simple medida de atender a sus responsabilidades.
Me comprometo a recuperar hasta la última monedilla que se le debe al pueblo americano. Y mi resolución de lograr este objetivo se incrementa al ver los informes de beneficios masivos y obscenas bonificaciones en algunas de las mismísimas empresas que deben su existencia continuada al pueblo americano, a gente a la que no se ha resarcido y que sigue enfrentándose a dificultades muy serias durante esta recesión.
Queremos recuperar nuestro dinero y vamos a conseguirlo. Y es por ello que propongo imponer una Tasa de Responsabilidad sobre la Crisis Económica a las principales firmas financieras, hasta que el pueblo americano esté plenamente compensado por la extraordinaria ayuda que proporcionó a Wall Street. Si estas compañías están en la suficiente buena forma para permitirse unas bonificaciones inmensas, sin duda podrán pagar hasta el último penique que deben a los contribuyentes.
No podemos volver a los negocios de siempre. Y cuando vemos los informes de empresas que, una vez más, se embarcan en apuestas arriesgadas para cosechar una recompensa rápida, cuando vemos el retorno a unas prácticas compensatorias que no parecen reflejar la situación que ha atravesado el país, todo eso me da la impresión de ser los negocios de siempre. La industria financiera incluso ha lanzado una masiva campaña de grupos de presión, haciendo piña con el partido opositor, para entorpecer las reformas encaminadas a evitar otra crisis. Eso, por desgracia, también son los negocios de siempre. Y ya se escuchan los gritos y lamentos de Wall Street, dando a entender que la tasa propuesta no solo es poco grata, sino también injusta; que, por alguna lógica retorcida, es más apropiado que el pueblo americano cargue con el coste del rescate en lugar de la industria que se benefició de él, aunque esos ejecutivos estén ahí fuera otorgándose enormes bonificaciones a sí mismos.
En definitiva, solo asumiendo nuestras responsabilidades –en Wall Street, aquí en Washington, hasta Main Street– lograremos superar este período de agitación.
Por mucha sintonía que a nuestro amado presidente Zapatero le guste mostrar que tiene con el líder estadounidense, me temo que jamás oiremos salir de su boquita de piñón unas palabras similares. Es un tremendo esfuerzo de imaginación verlo abroncando en términos parecidos a las caras bonitas del capital español, diciéndoles «la jodisteis, ahora apechugáis» a los grandes empresarios. O a la Conferencia Episcopal, que últimamente, más que palabras, merece que los castiguen en su casa, sin paga y sin el Sing Star. O a los controladores aéreos, por llorones. O al grupo de presión de las discográficas, que a este ritmo no sé de qué le va a servir en las próximas elecciones. O al tipo que le estafa dos euros por café en el bar de la esquina, ya que estamos. ¡Jamás! ¡ZP tiene talante!
A estas alturas no voy a ponerme a defender la actitud chulesca en los presidentes de países (aunque no haya forma de confundir el discurso de arriba con la mierda que suelta Berlusconi cada vez que ladra), pero tampoco es necesario tener las tragaderas que demuestra ZP cada día que pasa, digo yo. Para el estómago colectivo no puede ser saludable esto de tragarse marrón tras marrón.
No se si ya había puesto la imagen,
pero las escobillas de los restaurantes
chinos pueden ser muy inquietantes.
Compré este libro hace algún tiempo (en octubre, según aNobii) y llevaba tiempo con ganas de reseñarlo, pero supongo que me echaban hacia atrás dos factores. El primero era cierta vergüenza de fanboy: me gusta Extremoduro y este libro está escrito por su cantante y letrista. Posiblemente, si la novela estuviera escrita por Fulano Gutiérrez no le habría dedicado un segundo vistazo en su estantería. Pero claro, tampoco he visto cómo escribe letras de canciones Fulano Gutiérrez y con Robe sabía que, como mínimo, salvaría bastantes frases cortas aunque resultara ser un petardo. El segundo motivo para resistirme a escribir esto (supongo que me resistía, aunque tal vez fuera simple vagancia) era que comprendo la reticencia del autor a que el argumento se comente demasiado. No estamos en un caso de El sexto sentido y aquí se descubre el pastel cuando pasa el primer tercio de novela, pero supongo que es cierto que el libro gana si uno no sabe del todo de qué va. Baste como spoiler, pues, decir que la la ilustración de portada refleja fielmente una escena de la novela.
El protagonista de El viaje íntimo es don Severino, último de una larga saga de grises notarios de provincias. Su vida se resume en la palabra «rutina», que don Severino se resiste con todas sus fuerzas a modificar mientras le quede otro remedio, por estrafalario que sea. Casa, oficina, cafetería algún domingo, casa, oficina. Pero los cimientos de su vida, que don Severino cree bien firmes aunque obviamente sean de lo más enclenque, van a jugarle una mala pasada que lo pondrá todo en movimiento. Argumento de folletín, si no tenemos en cuenta que, en realidad, se trata de una novela de fantasía cuyo eje argumental me estoy reservando. La segunda parte (de las tres que tiene el libro) es una aventura alocada durante la que el protagonista se desquicia, se sumerge en las capas de rutina que pensaba que lo definían y, una vez allí, se ve obligado a mirar por si hay algo debajo.
Pero el libro no cae en simplificarlo todo como una profunda (y manida) autoexploración a través de la fantasía. Es una historia íntima –don Severino, aparte de protagonista, es casi el único personaje durante buena parte de la historia– contada con habilidad y sin tomarse demasiado en serio a sí misma. Como ya esperaba, la novela tiene frases sueltas míticas. Cuenta con muchos momentos absolutamente hilarantes, de carcajada limpia, increíbles. (De hecho, creo que Iniesta sería un gran escritor humorístico si esparciera esos momentos con más homogeneidad.) Tiene una trama simple, que no se anda con la tontería de apoyarse en la relación causa-efecto pero que, a medida que avanza, empieza a mostrar una inesperada coherencia interna. Guarda algunas sorpresas, aparte de la que desata el argumento. Está bien escrita, con frases cuidadas y buen ritmo, aunque el narrador se entretenga en dar vueltas a ciertos hechos cuando el lector ya los tiene claros, sobre todo durante la primera parte sobre la rutina de don Severino. Se ve la mano del letrista de Extremoduro, y mucho. Pero lo cierto es que, si no fuera él quien escribió la novela y hubiera caído en mis manos por casualidad, no dudaría en afirmar sin matices que me ha gustado (no es una puta obra maestra, pero mola) y recomendar su lectura.
Que es lo que, vencidos el complejo de fanboy y la idea de que un poeta no sabrá escribir en prosa, voy a hacer.
(El viaje íntimo de la locura se puede pillar en Casa del Libro.)