Lunes, una y diez del mediodía. Estoy en la estación de Castellón esperando al tren que me llevará de vuelta a otra dura media semana de trabajo en Valencia. De camino a la estación he sacado algo de dinero porque tengo intención de pasarme por la Fnac antes de tener que dilapidarlo todo en juergas caras, que estas fechas obligan mucho. Me siento en un banco y saco el Criptonomicón de Neal Stephenson. No está mal, pero lo abandonaré si mi misión de hoy tiene éxito. Leo.
Se me acerca un tipo mayor y desaliñado. No es la primera vez: siempre anda rondando por la estación, pidiendo algo suelto para comer. Le digo que yo también estoy bastante tirado y le ofrezco un cigarrillo. Lo rechaza, y entonces se gira porque alguien le está llamando. Es otro de los sospechosos habituales de la estación, que acaba de comprar una botella de whisky en la barra y la agita en el aire, invitando a mi amigo a compartirla. Él niega con la cabeza. Tendrá prisa. Mientras baja al andén de espaldas a mí, pienso que es la primera vez en mi vida que le digo a un mendigo eso de que yo también ando flojo de pasta y es mentira. Pero no pasa nada, porque él también me mentía a mí: no necesita el dinero para comer. Si de verdad fuera así, o si directamente me hubiera dicho que le apetece un brick de vino, posiblemente me hubiera rascado el bolsillo.
Duermo una hora a pierna suelta en el tren, no porque los asientos sean precisamente cómodos sino para evitarme escuchar los villancicos de siempre. Cuando suena el despertador ("Din don din, próxima parada, Valencia, correspondencia con las líneas C1, C2, C3, C4, C5, final del trayecto") abro un ojo y veo que mi mendigo está esperando para salir en el mismo vagón. Parece que ha decidido ampliar el negocio. Salgo de su vida, le adelanto en el andén, abandono la estación, entro en la Fnac.
Dejo la mochila en el suelo y tomo asiento sobre la moqueta, ante la estantería baja donde colocan los libros en inglés de Terry Pratchett. Por más que miro, no encuentro Going Postal. Pierdo un rato curioseando fuera de la vista del resto de la humanidad y, mientras decido comprar Monstrous Regiment en edición de bolsillo, noto un olor a azufre. Un guardia de seguridad se ha materializado a mi vera. Buena maniobra, amigo: ahora ya sé que robar libros en la Fnac es más fácil de lo que parece, que seguramente no pitaría a la salida. Me levanto, cojo el libro, cojo la mochila y entonces veo por el rabillo del ojo una portada que conozco. Bien. Going Postal estaba en la mesa de novedades después de todo. Lo cojo, miro la etiqueta, calculo el precio total, levanto la vista por última vez hacia el seguridad, le lanzo media sonrisa y voy al mostrador a pagar. Neal Stephenson tendrá que esperar. Terry Pratchett siempre ha tenido preferencia.
Con un poco de suerte podré leer media horita antes de entrar en la academia. Enciendo un pitillo y camino hacia la boca de metro. Pago dos cigarros de peaje a un violinista callejero. Pago un euro treinta a los ladrones de FGV. Ya es navidad.
Esto es serio, gente.
La tía abuela de una amiga mía ha desaparecido en Madrid. Por favor, si pudiérais difundir un poquito esta foto o el link a la página de desaparecidos que hay debajo, os lo agradecería muchísimo.
Mil gracias.
Las leyendas urbanas ya no son lo que eran. Atrás ha quedado la inocencia del conductor que recoge a una abuelita autoestopista (¿o era al revés?) que después resulta ser una asesina en serie. O la niña fantasmal, también autoestopista, que anuncia a los camioneros que la recogen que morirán en la próxima curva de la carretera, precisamente la misma donde murió ella junto a toda su familia tiempo atrás. Y muchísimo más atras ha quedado el Arca de Noé, ya puestos. Las leyendas que brotan en la actualidad son igual de morbosas, pero con un tipo diferente (dejémoslo en diferente) de morbo.
Alejandro Sanz ingresó en un hospital con un desgarramiento anal considerable, aunque maquilló la visita a urgencias con alguna otra chorrada. O eso se decía. Posiblemente no sea más que una ficción, sobre todo porque historias como esa las hay a miles. Ahora mismo me viene a la cabeza la de la pareja gay que gustaba de introducir a su mascota, un hámster, allí donde el sol no brilla. En una ocasión el hamster no quiso salir, así que acercaron un mechero al tubo de entrada para que el animalito se guiara por la luz. La llama prendió una bolsa de gases que a su vez prendió al hamster, que a su vez prendió una segunda bolsa más profunda de gases intestinales. El resultado fue un hamster balístico que salió disparado por el tubo y golpeó en la cara al amigo del mechero. Por internet circulaba un informe médico (creo que todavía lo tengo guardado) que incluía quemaduras rectales y narices rotas y, suponiendo que sea ficticio, es una obra de arte. Y ahí es justamente donde quiero llegar: ¿tan difícil era que Alejandrito hiciera público el informe médico del hospital para acallar los rumores? Tal vez sea que la discográfica de turno se decidió por aquello de "bueno es que hablen de uno, aunque sea mal" y todo sea por vender cuatro discos más. O tal vez sea que el informe del supuesto culo partío fuera a ser más aburrido de leer que otra cosa.
No hace tanto saltó también la leyenda de Ricky Martin en Sorpresa, sorpresa. Al parecer unos padres solicitaron la colaboración del programa televisivo para dar un buen regalo de cumpleaños a su hijita adolescente: el programa consiguió -o eso se decía- que el mismísimo Ricky se presentara en casa para cantar una canción en vivo a la joven, que en ese momento estaba en su habitación haciendo los deberes. Ricky subía las escaleras seguido por las cámaras del programa, dispuestas a inmortalizar la emoción de la criatura al ver entrar a su ídolo. Pero lo que inmortalizaron fue a la chavala desnuda en la cama, con las piernas abiertas y un bote de mermelada en la mano, mientras su perrito Bobby le procuraba un tipo diferente (dejémoslo en diferente) de emoción a lametones. Algunas versiones decían que era paté en lugar de mermelada, o que Ricky estaba escondido en el armario mientras la joven jugaba con su perro. Pero, por extraño que parezca en un programa que tenía tanta audiencia, nadie ha sido capaz de confirmar o desmentir sin lugar a dudas la existencia de esas imágenes. Un amigo de una amiga me juró en una fiesta que él había visto el programa y que la historia era cierta. Y para colmo no cuadraba con mi teoría de la leyenda falsa que se deja correr para obtener beneficios, con lo bonita y conspiranoica que me había quedado, porque una reemisión del programa (aunque solamente sirviera para desmentir los rumores) habría tenido un pico de audiencia estupendo. ¿Por qué no hacerla, entonces?
Al final, no se trata de fe. No se trata de creer o no que algo ocurriera de verdad. Pero sí es cuestión de calidad. No creo que Alejandro Sanz sufriera un desgarro anal tan bestia como para requerir servicios médicos (igual que no me creo la historia del hámster, sólo que es mucho mejor). Supongo que, incluso si tiene sus secretillos, irá con cuidado y utilizará vaselina de la mejor calidad. Además, la historia es demasiado... esto... "causal". Salta la noticia de su visita al hospital y, ¡pum!, al día siguiente empiezan a llegar e-mails con el supuesto desgarro. En una escala de calidad del uno al diez no pasa del dos. Pero la de Ricky es otra cosa. Tampoco es que me la crea (al fin y al cabo, todo el mundo parece tener clarísimo que es falsa), pero si se trata de una invención, entonces es una invención muy bien planeada y ejecutada. No había causalidad, no venía a cuento de nada. No beneficiaba a nadie. Pero tenemos algo en el cerebro que desea que una historia como esa sea cierta. Eso es calidad.
Tal día como hoy, hace un año, un servidor decidió poner a prueba sus poderes precognoscitivos (no, no he mirado si la palabreja consta en el DRAE, ya se encargará alguien) haciendo una serie de predicciones para 2004. Desde entonces hasta ahora, la realidad se ha encargado de tirar por tierra todo lo que escribí. Yo pensaba que Saddam "confesaría" el paradero de las dichosas armas químicas y resultó que los yanquis tuvieron que admitir que no estaban por ninguna parte; pensaba que el PSOE perdería las elecciones y resultó que no. Lo más terrorífico de todo es que creía que David Bisbal grabaría una canción a dúo con Enrique Iglesias, clara señal de que tenía el pesimismo alto por esas fechas. Nada de todo eso ha ocurrido. De hecho, en lo único que acerté es en que ningún conocido mío iba a acertar una quiniela de catorce y en que la película de animación sobre la trilogía de los gnomos (de Terry Pratchett) se aplazaría un año más. Pero no cuentan porque eran dos apuestas seguras. Queda demostrado, pues, que no poseo dones sobrehumanos de ninguna clase. Podéis pensar de mí lo que queráis mientras estoy delante, chicas, que no os estoy leyendo la mente. Ojalá pudiera.
Pero para que no se diga que los simples humanos nos dejamos vencer por las adversidades, allá van las predicciones para 2005:
... y que ningún argentino haga comentarios en esta entrada, por favor.
Ha costado lo suyo, pero después de casi 8 meses por fin le he hecho una actualización a mi página web del Mundodisco, La Concha de Gran A'Tuin. Se trata de las anotaciones (una especie de guía de lectura) a Soul Music, la penúltima novela de Terry Pratchett que revisé para P&J. 103 cosas que comentar sobre la novela. O más bien 103 traducciones de comentarios, que aunque la revisión haya dado cosas que explicar, la mayoría están plagiadas de The L-Space Web. Al césar lo que es del césar.
Y a ver si no pasan otros ocho meses antes de la próxima actualización.
Ya lleva algún tiempo ocurriendo. De vez en cuando suena el timbre de casa y resulta que no es ningún amigo que viene de visita, ni siquiera la casera a protestar porque tardamos en pagarle el mes. Es un tal "Correo comercial", aunque a veces utiliza el nombre de "Propaganda" y yo no sé cuál de los dos da más miedo. Hasta aquí la historia no tiene nada de raro: todo el mundo recibe su pequeña dosis de spam físico dos o tres veces por semana. No es demasiado traumático porque normalmente la trampa se ve venir de lejos, el señor Correo Comercial llama a todos los timbres del edificio al mismo tiempo y, dado que las paredes no suelen aislar demasiado bien el sonido, se le reconoce y no hace falta que uno se levante a abrir. Seguro que en el vecindario hay alguien más aburrido. O más sordo.
Pero en mi piso es diferente. Don Propaganda llama solamente a mi puerta. En el edificio no suena ningún otro timbre. Y claro, sin esa cacofonía de ruiditos en la escalera es muy complicado distinguir a la maravillosa escoria de la sociedad que nos visita normalmente de las últimas ofertas de Carrefour. Así que toca dejar el Final Fantasy VII y levantarse a abrir. No sería tan grave de no ser porque, luego, uno no puede volver a concentrarse en lo que estaba haciendo. No hace más que preguntarse: ¿Por qué cojones llama solamente a mi timbre?
Hasta el momento se me han ocurrido dos explicaciones. La primera es la más conspiranoica de las dos, y consiste en que el Gremio de Repartidores de Publicidad tiene montado todo un sistema secreto de signos que va dejando en los portales para quien venga detrás. Debe escribirlos con tinta invisible o utilizar algún otro truco hiperinteligente porque, por más que reviso el timbre de casa, no encuentro ninguna cosa anómala. La histora tiene cierto sentido porque, al fallar nuestro interfono más que una escopeta de feria, normalmente abrimos el portal sin preguntar quién es. Somos un blanco perfecto para los spammers a sueldo. Tengo amigos que han trabajado repartiendo publicidad y nunca me han contado nada de símbolos ocultos, pero tal vez están bajo coacción por parte del gremio. Aunque dudo que les preocupe demasiado.
Así que no nos queda más remedio que dar por buena la segunda opción: los repartidores tienen poderes mentales. Cuando llegan a un portal se concentran unos momentos, comprueban las mentes del edificio y dan con el blanco más fácil, que normalmente es un melenudo preocupado por dar caza a Sephirot en su videojuego. Llaman al timbre, entran, cometen su fechoría y pasan al siguiente portal mientras el melenudo se pregunta porqué tardará tanto la visita en subir. La teoría no es tan descabellada como pueda parecer a primera vista. La existencia de poderes mentales en la vida cotidiana está demostradísima: es imposible andar por la calle fijándose en el culo de una mujer sin que esta, tarde o temprano, lo note y se gire para intentar avergonzarte con su mirada. Servidor se limita a pensar "mira, pues también es guapa de cara" y seguir su camino, pero entonces llega a la academia donde da clases y, al poco tiempo, observa que sus alumnos huelen la incomodidad, el nerviosismo, la situación tensa de después de una bronca, y lo aprovechan en su beneficio. Poderes mentales por todas partes, que no hacen sino confirmar esta segunda explicación de los timbrazos de Correo Comercial.
Pero entonces, ¿por qué no dominan el mundo los repartidores de publicidad? Probablemente sea porque tienen que mantener un equilibrio de poder con las mujeres de pantalón ceñido y los alumnos de academia.
Ojito: Pese a lo sencillo del argumento de la peli, es posible que no quieras leer esto si no la has visto entera. Tú mismo.
Kill Bill es un peliculón y quien diga lo contrario miente. Así de sencillo. Me he esperado a ver la segunda parte antes de emitir el veredicto y, circunstancias de la vida, ha tenido que ser tarde y en DVD. Pero en realidad me alegro de haber visto el segundo volumen cuando ya tenía claro que había un cambio sustancial respecto al primero, que no había una segunda orgía visual de violencia. Sabiendo de antemano que Kill Bill 2 era una película de Tarantino pura y dura. Seguramente a los críticos profesionales les habrá gustado más el segundo volumen que el primero, pero supongo que es porque los críticos profesionales tienen problemas con las orgías y yo no. Lo que no se puede negar es que la última película del bueno de Quentin es una y dos a la vez. Y, malversando una frase suya, que nadie me pida que compare una película de Tarantino con otra; pedidme que la compare con una película de otro director.
La historia es simple y, por mucho que se coman la cabeza en el como-se-hizo, queda bastante clara desde el principio. Uma Thurman, ex-asesina con nombre en clave exótico, es puteada hasta no poder más por un tal Bill y sus secuaces en el ensayo de su boda. Le dan la mayor paliza posible y, justo después de que ella diga a Bill que el bebé que hay en su vientre es suyo, éste le pega un tiro en la cabeza. Por supuesto, ella sobrevive y clama venganza tan pronto como recupera el conocimiento. En la primera parte se cobra algunas víctimas, y lo cierto es que la película no tiene demasiado secreto: tal y como la han tratado a ella, se merecen incluso más de lo que reciben, que no es poco. Obviaré las referencias a películas antiguas de artes marciales porque en realidad no son necesarias. Kill Bill vol. 1 es un regalo para la vista (y para el oído) por sí misma. Y poca gente se hubiera atrevido a rodar un derroche de efectos especiales como el del combate contra los 88 Maníacos en blanco y negro, o a poner una versión aflamencada del Don't let me be misunderstood como banda sonora del clímax final. O a incluir 10 minutos de excelente (y efectista) animación japonesa en mitad de una película de imagen real.
El segundo volumen no nos revela la historia completa, como se han hinchado a decir en las promociones. La historia (resumida en la palabra "venganza") está clara desde el principio. Lo que hace la segunda película es matizar algunos aspectos que veíamos clarísimos en la primera y que tal vez, sólo tal vez, no lo sean tanto. Sí, la Novia está más que justificada en sus ansias de acabar con Bill. Pero es que, coño, Bill es un tío muy majo para ser un cabrón despiadado. En el mundo en que vive, lleno de asesinos y katanas, parece ser el bueno: trata bien a su hija, cuida de su hermano y procura que sus discípulas reciban la mejor instrucción de manos de su propio maestro. Que es un cabronazo de mucho cuidado, igual que su padre adoptivo, lo cual en cierto modo (retorcido, claro, no olvidemos quién dirige la película) justifica muchas de sus acciones. Para ser un asesino, Bill no está mal. Y la Novia también es una asesina, así que Tarantino nos fuerza a ver la situación desde un punto de vista en el que matar no es algo malo por sí mismo. La característica que convierte a Bill en merecedor de la venganza que recibe es que jamás discrimina. Cualquiera que le traicione morirá la peor de las muertes. Cualquiera. Sea quien sea. Incluso la Novia. Lo que hace malo a Bill es que no es un ser humano: no tiene excepciones a las reglas que sigue, nunca dice "todos menos ella". Es una máquina de impartir justicia (a su manera, claro) que jamás piensa a quién se la imparte ni intenta comprender sus razones. El problema de Bill es que no tiene empatía. Que, a diferencia de los otros personajes de la película, no le preocupa el destino de quien ha compartido tanto con él. Que es un psicópata.
Hay más lecturas. Por supuesto que las hay, desde "mola y todos se dicen frases macarras y a Uma la entierran viva" hasta "es un alegato en favor de la maternidad". Pero la mía es que el auténtico protagonista de Kill Bill no es otro que Billl, y la Novia es quien le juzga correctamente a partir del tiro en la cabeza y decide quitarle de enmedio, primero por venganza y luego, cuando llega hasta él, para impedir que siga haciendo daño. Por mucho que le duela. Pero pasando finalmente del llanto a la risa al ver que (dentro de su mundo de katanas) ha hecho lo correcto.