Einstein no debió pensar demasiado bien en lo que decía [1]. Su teoría acerca del universo se basaba en que las cosas no ocurren porque sí y de un modo absoluto. Cualquier suceso, en realidad, depende de mil factores y uno de los importantes es el punto de vista de quien lo observa, el ojo del contemplador. Por eso se llama Teoría de la Relatividad. Einstein aplicaba sus fórmulas a planetas y galaxias, a tiempo y gravedad, pero incluso él tenía que sospechar que el origen del universo, todavía sin descubrir del todo, es un reto de niños al lado de la maldita mente humana. Mientras tanto, los especialistas en el tema (psicólogos y psiquiatras) emiten teorías como rosquillas, a menudo contradictorias entre sí. Pero tú tranquilo, que si eres un mamón es porque te has quedado en la fase oral, lo arreglaremos con unas pastillitas. Curiosamente, la relatividad y el freudismo coinciden en que ambas teorías exculpan al individuo de sus acciones. A grandes rasgos una y otra afirman que los actos de cada cual son consecuencia de los complejos y de los relojes espaciotemporales. Todo depende de alguna otra cosa. Todo es relativo.
Y así, resulta que necesidades tan evidentes como la de mandar a tomar viento a tantísimo gilipollas suelto como hay se nos vuelven incómodas y resbaladizas. Va a ser que ese tipo es gilipollas porque, pobre, tuvo una infancia jodida. O un mal día, o igual es que no se adapta bien a un ambiente extraño. O le sienta muy mal el alcohol. Que no es que sea gilipollas porque lo es, vamos, sino porque el mundo le ha hecho así o porque nadie le ha tratado con amor. Por cualquier cosa. En el fondo tendemos a justificarlo porque todos hemos hecho el imbécil alguna vez; la mayoría nos hemos levantado en ocasiones con dolor de cabeza y la sensación de que alguien por ahí piensa que somos muy estúpidos después de lo de anoche, y con razón. Y para seguir mirándonos al espejo hemos de admitir que es cierta la hipótesis del mal día, del ambiente extraño, del alcohol. De la relatividad. Y a partir de ahí le dedicamos un segundo pensamiento al tema y nos convertimos en psiquiatras aficionados: claro, si yo mismo (futuro líder espiritual del universo) puedo tener momentos de flaqueza, todo el mundo puede. Y si no son momentos puntuales, si siempre se comporta igual, lo de este tío (o esa tía) tiene que ser por aquello de la infancia jodida.
El problema de este razonamiento es que deja fuera la libre elección. Es totalmente determinista: afirma que las circunstancias de cada cual esculpirán en mármol su grado de gilipollismo. Y aún le veo otro problema más grave: no nos permite mandar al carajo directamente a nadie por mucho que se lo merezca. Porque es que en realidad no lo merece. Lo merecen quienes le han hecho así. Y ni siquiera eso, porque a ellos también les han condicionado sus propias circunstancias. Todo dependía de alguna otra cosa, ¿no? Habría que remontarse al principio del universo para encontrar esas causas a las que echar la culpa de todo, y así poderlas mandar al carajo sin remordimientos. Nada de conversación frívola y escaqueo rapido: os vais a la puta mierda directamente, primeros instantes del universo. Bonito, sí, pero poco satisfactorio: el gilipollas sigue ahí al lado dándonos la murga.
Por suerte, la misma estructura de la ciencia viene en nuestra ayuda. Incluso el desarrollo matemático más complicado se sustenta sobre unos axiomas, y estos axiomas (ahora viene lo bueno) se sustentan en la observación directa. Los tres ángulos de un triángulo suman 180º, por ejemplo. Con el tiempo se vio que esto solamente era cierto sobre superficies planas, así que se cambió el axioma y se creó a partir de ello todo un nuevo y complicado aparato geométrico con triángulos de más de 180º y rectas curvas. La estructura nueva no reemplazó a la anterior, sino que se le puso al lado y se desarrollaron apoyándose una a la otra. Los astrofísicos usan la geometría esférica y en el día a día usamos la plana. Pues muy bien: en el día a día, sobre el pleneta, aquí y ahora, el terreno es plano y las rectas son rectas y los triángulos suman 180º. Y hay mucho gilipollas suelto y no pasa nada por mandarles al carajo. Axioma al canto, apoyado en la observación de que cada uno es dueño de su propio destino, en que ni los padres ni el colegio ni el ambiente determinan al 100% la manera de ser de nadie. En que ser un imbécil puede verse como una claudicación a las circunstancias, pero no como una exigencia del guión. En que si no espabilas es porque no quieres.
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[1] Y de todas formas lo único que hizo Albert fue tener la idea feliz: todo el trabajo matemático duro de verdad lo hizo su amigo Minkowski. Que quede claro. Volver al texto.
... Y un giga de gracias para la señorita Sto Helit.
Así que de ahora en adelante también estoy disponible en la dirección que sale en la imagen. Gracias por su atención. Buenas noches.
Lo dicen los anuncios. Se comenta en la calle. La difusión de contenidos ilegales por internet es un delito penado por la ley. Probablemente la tenencia también lo sea, aunque de esto último no estoy demasiado seguro: a lo mejor, si no tienes demasiado material, se considera destinado al consumo propio y la ley se contenta con una sanción administrativa, con una multita para que tus papás se enteren de lo que consume su hijo por ahí y le reconduzcan al camino recto. El caso es que, al menos según la última campaña publicitaria del gobierno, ahora la ley actúa.
El problema es que "contenidos ilegales" es una expresión bastante confusa. Me imagino (y espero) que las fuerzas del orden estarán más que dispuestas a liberar todo su poder contra quien ruede, tenga o distribuya videos de menores. Pero sinceramente, no me imagino a los GEOs descolgándose desde el tejado y atravesando la ventana del comedor -semiautomática en mano- para detenerme por tener el Más chutes no de Los Calis guardado en el disco duro. (A lo mejor si me descargara cositas de Bisbal o el señorito Sanz sería otra cosa, porque todo el mundo sabe que mis actos causarían un daño irreparable a la industria discográfica y la creación artística mundial.) No creo que el gobierno tenga pensado meter en el mismo saco a los amigos de los niños y a los de la música por la jeta: si ponen al mismo nivel los derechos de unos y los beneficios millonarios de otros, mal está la cosa.
Lo que supongo que harán es copiar el método a Estados Unidos, y sin pagar derechos de autor tampoco. Multarán a cuatro pardillos al azar, darán bombo al asunto en todos los informativos y confiarán en que al resto se le pongan por corbata y, al menos, se moderen un poco con el ancho de banda. Lo llevan claro, sobre todo si dejan algo de tiempo al pirata para que presente sus CDs originales en comisaría y disfrace sus descargas de "copias de seguridad". Vale que localizar físicamente cosas como el anuncio antidroga original del cantante de Eskorbuto o un disco de Cristinita Percances (no preguntéis, escuchad Amor Fallero directamente) puede ser complicado, pero estoy de acuerdo con mi amigo el Doctor Maldad en que sería gracioso verlo. Y aunque las multas sean directas, sin derecho al pataleo, la probabilidad de que se descuelguen los GEOs hasta tu comedor es tan escasa que no da ningún miedo. Les iría mucho mejor si amenazaran con enviar a Ramoncín casa por casa a soltar charlas de las suyas a los piratas. A mí, como mínimo, se me haría menos cuesta arriba endeudarme para pagar un multazo que aguantar las moralinas del Rey del Pollo Frito una tarde entera. Aunque sí que pagaría por poder decirle que adónde va con sus discursitos sobre el respeto un tío que no hace tanto meaba encima del público.
En el fondo de todo está que las discográficas y ya-sabéis-qué-sociedad tienen mucha mano. Y que al personal se la trae al pairo que la Virgin pierda 15 euros por su culpa, para qué engañarnos. Otra cosa sería si tanta descarga fuera a llevar a gente como Joaquín Sabina a la mendicidad, pero no es el caso. Sin entrar en el miserable porcentaje que se llevan por CD, no creo que nadie pagara dinero ni por la décima parte de lo que se baja de la red si un día les cerraran el grifo. Y tal y como está la situación, lo ideal sería que volviéramos a los orígenes de la música, que los intérpetes vivieran de tocar en público y las discográficas se reciclaran para dedicarse a tramar maldades que no tuvieran que ver con el cuarto arte. Ni con ninguno.
Lunes 22 de noviembre. Me tienen rodeado. No sé si podré resistir mucho más tiempo. Se acercan. Las tropas enemigas tienen capacidad para minar mis defensas psicológicas, así que esta puede ser mi última oportunidad para transmitir los conocimientos sobre guerrilla educativa que he acumulado últimamente. Sirva este escrito como testamento y crónica de mi final si no logro sobrevivir a este envite, como guía para quienes vengan tras de mí.
Cuando se tiene un aula llena de chavalines (entre 9 y 15 años, aproximadamente) hay dos errores básicos que deben evitarse. El primero, igual que en casi cualquier faceta de la vida, consiste en creerse las películas: una horda adolescente jamás reaccionará bien ante la amabilidad sin matices. No habrá un momento en que recapaciten y se den cuenta de que su profesor sólo quiere lo mejor para ellos. El aula jamás se convertirá en un remanso de paz, florecitas y alegría al estilo de El club de los poetas muertos. No te dejarán manzanas encima de la mesa para que meriendes. No funciona así. Para colmo de males, la horda maligna viene a mí después de pasar todo el día en el colegio, con lo que sus ganas de jarana se multiplican hasta lo indecible. Ante tal situación solamente se puede reaccionar con calma (callar, reclinarte en tu silla y dejar bien claro sin palabras que no explicarás nada hasta que reine el silencio) o bien convertirte en su Némesis y gritar y castigar (un ratito a solas en el aula vacía de al lado, nada del otro mundo) y cambiar de sitio a la gente. Mi principal descubrimiento es que los dos métodos se desgastan por el uso, y se desgastan a buen ritmo. Por tanto el secreto consiste en combinarlos, y aunque uno tienda más a la calma que a los gritos, cuando tengo que desatar el infierno lo desato a base de bien. Mal que me pese.
Dos errores, decía. El segundo consiste en pensar que se interesarán lo más mínimo por los estudios. Y no sólo porque están entre la preadolescencia y los granos (y por tanto sus intereses andan entre Yu-gi-oh y las razones de esos granos), sino porque por fin se empiezan a notar los efectos de ese lavado de cerebro al que llaman ESO. Con lejía incluída, señora. Un par de ejemplos. Primero. La agenda como instrumento de control mental. En los colegios obligan a los niños a comprarse una agenda igualita que la mía, con la diferencia de que yo escribo lo que me da la gana (algún día escanearé la sección "Cosas que bajar de internet") y ellos solamente lo que les dice el profesor. Tanto el maestro como los padres tienen permisos ilimitados de lectura y escritura en la agenda, y de hecho lo que más temen los pobres chavales es que exista comunicación entre uno y otros. Las notitas de siempre, sólo que en versión extendida. En mis labios, la frase "tendré que escribírtelo en la agenda" se convierte en una amenaza terrible porque creen que si lo hago su profe les reñirá por permitir que un extraño mancille las Tablas de la Ley. Y vamos con el segundo ejemplo, que es el gordo. La promoción automática como método de anulación del pensamiento. En la ESO no se repite curso a menos que uno quiera, y no es muy difícil imaginar las consecuencias que eso trae. Muchos de mis alumnos son disléxicos funcionales: saben leer, saben escribir, comprenden la relación entre letra y sonido, pero no entienden lo que leen. Todavía no estoy seguro de si es por falta de interés ("total, paso de curso de todas formas") o por falta de costumbre, pero estoy por llevarles cómics a clase, a ver si se vician. O mejor revistas de tuning, en vista de cómo está el percal. El caso es que si un chaval se sorprende cuando le dices que se lea el texto de arriba para contestar a las preguntas, algo anda mal.
Por suerte, soy un tipo optimista. Así que he decidido tomarme las dos horas que paso con esa jauría de lunes a jueves como una cruzada personal, a ver si en mayo (que es cuando se me acaba el contrato) algunos de ellos son capaces de hacer los deberes por sí mismos. Aunque algunos días, hoy por ejemplo, me tenga que conformar con que no se maten entre ellos.
Había un anuncio de una compañía aseguradora que circulaba por internet. Salían dos chavales discutiendo sobre quién era mejor superhéroe, Superman o Spiderman. Tenían un diálogo bastante ridículo (sobre todo porque está claro que Spiderman mola más y no hace falta discutirlo), que acababa dejando paso a una voz en off que decía: "Esta es la generación que ha de pagar tu pensión. Seguros Patatín". Me gustaría animar a sus creadores a que se vengan una tarde cualquiera y graben la segunda parte del anuncio en mi aula. Aunque se me ocurre uno más terrorífico: "Esta es la generación que votará a nuestros gobernantes. Exíliate a la Luna." En fin, digo yo que todavía tendrá arreglo.
O: Una de excusas, señora.
Ando liadísimo. Ya sé que últimamente siempre estoy con la misma cantinela, pero es que cada vez me doy más cuenta de que no tengo término medio. En las últimas dos semanas he pasado de hacer seis horas semanales en la academia, sin contrato y sudando la gota gorda para llegar a final de mes, a tirarme 19 horas metido allí entre el lunes y el jueves, 13 de ellas perfectamente reguladas en un pacto con Belcebú que firmé casi con sangre. Aquel bolígrafo iba como el culo, ya ves. También estoy haciendo unos ejercicios de estadística para un tipo que necesita tanto un título a distancia para promocionarse en su trabajo que me paga por ello. Paga bien y yo automatizo bastantes cosas con la hoja de cálculo del OpenOffice, pero me sigue quitando tiempo (aunque esto sea temporal y bastante encaminado a comprar Going Postal, una caja de DVDses vírgenes y la versión real de El Retorno del Rey, que la de los cines es la reducida). Y conservo algunas de las clases particulares que daba, aunque sólo las dos que me son más cómodas y cuyas alumnas me caen bien. Y cualquier día de estos me llamarán de P&J para que les revise Interesting Times, digo yo. Sí, ahora me llega el dinero hasta para algún caprichito de vez en cuando, pero la contrapartida es que tengo menos tiempo para disfrutarlo. El dilema de siempre. Y como no sé cuándo parar en nada (y así me va), voy y hago una prueba para una empresa de traducción de videojuegos y me arriesgo a incurrir en las iras y la justa venganza del Comando Kamikaze de Traductores de Carrera, capitaneado por cierto patricio que circula por la red. La verdad es que no sé si es mejor que me cojan o que no, pero la prueba ya está enviada. Y costó lo suyo: frases como "Oh man, fa real dun! You comin' up in the CC", sacadas de contexto, no se traducen solas.
Y paro, antes de que alguien empiece a dejar comentarios en plan "eres un llorica, yo me hago ocho horas diarias cargando vigas de metal de cuatro en cuatro". Bien por ti, machote, pero yo siempre he opinado que la jornada completa (y levantarse antes de las 10) es algo inhumano y que parecemos gilipollas por aceptarla sin protestar. A lo que iba es a que, necesariamente, las otras cosas que he estado haciendo estos años de bendita pachorra han quedado un poco relegadas. Hasta hace poco no tenía una conexión a internet a mi disposición y, cosas que pasan, ahora que la tengo no puedo dedicarle tanto tiempo como antes.
La Concha lleva bastante tiempo sin actualizarse, y últimamente recibo e-mails y comentarios preguntando si ha muerto definitivamente o animándome a que me ponga a ello. Mil gracias por el interés, claro. Y diré a los cuatro vientos (o más bien a los cuatro gatos que se pasan por aquí) que no ha muerto. Tengo un par de cosas en marcha, pero requieren tiempo de traducción o de HTML, así que tendrán que esperar un poco. Por supuesto, veo claras las opciones: podría delegar trabajo, pero por alguna razón la gente que se ofrece a colaborar a lo bestia se echa bastante atrás y deja de contestar los e-mails cuando le digo que no voy a darle la contraseña para subir cosas directamente. Que todo tiene que pasar por mí, vamos. Sí, sé que las webs en equipo son mucho más dinámicas y que con unos toquecitos de PHP la cosa funcionaría bien, pero resulta que (1) yo me entiendo con mi código y preferiría que no se trastease mucho con él, y (2) qué leches, La Concha es mi primogénita, mi niña bonita, y no me da la gana que le metan mano.
El Puercoespín sale cada mes y (de nuevo en las mismas) sale de mi cuenta de correo, aunque más de un mes se habría juntado con el siguiente de no ser por el patricio mencionado antes y Aranluc, que Om los tenga en su gloria. Tal y como están las cosas, la salida se retrasa hasta el día 8 o 9 de cada mes y la culpa es toda mía. Y que conste que no lo digo para que la gente me dé palmaditas en la espalda en plan "pobre chico, ya se lo curra bastante": simplemente constato que me parieron sin frenos de serie, y luego pasa lo que pasa.
Seguiría (la página de los coleguitas, el fichero de anotaciones de Pratchett, y ahora que lo pienso en algún momento me mandarán los subtítulos de Troll Bridge para traducir, aunque pasaré gran parte del muerto a Veti), pero sólo conseguiría acercarme más a una conclusión sobre la que ya he saltado. Y es que mi vida ha consistido hasta ahora en largos periodos tranquilos de hacer lo que me gusta cuando yo quiero, puntuados por cortos periodos de estrés en época de exámenes o de entrega de revisiones. Ahora está por ver cómo me manejo en las distancias largas, sobre todo teniendo en cuenta que no me sale de las narices renunciar a mis ratitos de esparcimiento (que pueden ser tan absurdos como entrar en la Camarera Virtual y darle la orden "Fight", gracias, Jamfris) y que por tanto duermo poquito. Death or glory, que decían los Clash. Si las vitaminas que me compró mi madre no me salvan (o si me salvan pero a cambio me hacen trempar fuera de tiempo, con la clase llena, que el ginseng es muy malo), ya le daré recuerdos al esqueleto de parte de todo el mundo. Pero no será hoy.
Trece horas semanales en una academia, aunque en la práctica vayan a ser dieciséis o más (cobrándolas todas), tampoco son tantas. Y la verdad es que enseñar se me hace muy llevadero. Los únicos que dan problemas son un grupo de chavalines que tengo de alumnos, pero las tácticas de guerrilla que empleo en su contra serán objeto de otro post que llevará por título The Spawn from Hell.
Me acojona un poco, porque esto tiende a enganchar. Me siento como ese chavalín que conoce a un camello y consigue costo para sus amigos, y ahora mismo acaba de dar el paso y lleva una cuarta recién comprada en la mochila para venderla postureada. Seguro que se le pasa por la cabeza que vendiendo cocaína en vez de costo ganaría mucho más dinero y cargaría con menos peso. Pero también es mucho lo que se juega y la cocaína, igual que la jornada completa, no es para tomársela muy a cachondeo.
Fuera de símiles rebuscados, por fin colaboro con el sostenimiento económico de nuestra monarquía parlamentaria, como Dios manda, sí señor. Tengo un contato. Tengo un montón de alumnos. Tengo una agenda que me ha regalado Bego. Tengo un horario.
Tengo miedo.
El valenciano y el catalán son un mismo idioma. Tan sencillo como eso. Y no porque lo diga yo, sino porque (a) cualquiera con unos conocimientos mínimos de lingüística estará de acuerdo, y (b) porque solamente hace falta escuchar a hablantes de uno y otro lado de la frontera autonómica para saber que hablan la misma lengua. Los catalanes lo tienen claro. Los baleares también. Incluso en la Comunidad Valenciana, cuanto más te alejas de Valencia ciudad, menos problemas encuentras al respecto. Catalán igual a valenciano igual a Balear. Cierto. Claro. Verídico.
Y por tanto, un tema genial para el rifirrafe político. Por aquí ya llevamos años aguantando a los partidarios del secesionismo lingüístico (a los que, más o menos, llamamos blaveros por su interesante afición a las franjas azules en las banderas). Se empeñan en que no hablan catalán porque tenemos una pronunciación diferente y llamamos a algunas cosas de distinta manera. También tenemos cuatro o cinco desinencias cambiadas, sobre todo en los verbos. Nada de que alarmarse, claro, que estas cosas pasan en las mejores familias. Su postura se basa más en su anticatalanismo que en fundamentos lingüísticos claros. Por poner un ejemplo, sería como si de repente brotara en Andalucía un movimiento que sostuviera que el andaluz y el castellano son dos lenguas diferentes. Ridículo. (Aunque, ahora que busco en Google, también los hay. En fin, el sinsentido no es una exclusiva de Valencia al fin y al cabo.)
El blaverisme viene de lejos. En 1933 se acuñó una normativa lingüística alternativa a las Normes de Castelló, que tenían un añito de edad y a prácticamente todo dios de acuerdo. Las Normes del Puig, que así se llamaba la alternativa, regulaban algunas particularidades del habla valenciana, exageraban otras y quitaban todos los acentos gráficos por inútiles. Una chapuza. Desde entonces ha llovido lo suyo, pero ahí siguen los cuatro gatos buscabroncas de siempre creyendo que si seguimos así vendrán los catalanes a robarnos la paella, la horchata, las mascletades, el zumo de naranja y hasta las mismísimas fallas. No se notaba demasiado en Madrid porque hasta hace poco nos guardábamos nuestras vergüenzas para nosotros. El gobierno catalán mantenía una discreción exquisita sobre el tema para no levantar más los ánimos. Los distintos gobiernos valencianos (PP incluído) hacían concesiones simbólicas a uno y otro bando para tenerlos calladitos y, ante la duda, optaban por usar el castellano. En los últimos tiempos, con la creación de la Acadèmia Valenciana de la Llengua (¡obra de Zaplana, créanlo o no!), las aguas estaban bastante calmadas porque dio cargos bien remunerados a los principales agitadores y los mezcló en salas de reunión con representantes de las universidades. Parecía que la cosa iba bien, que había un acuerdo tácito en no sacar demasiado el tema a relucir.
Y llegó la Constitución Europea. Y con ella se abrió la caja de los truenos, porque permitía que se presentara el texto en las lenguas cooficiales. Gallego, ningún problema. Euskera, ningún problema. ¿Valenciano y catalán? Hubiera sido demasiado esperar. La Generalitat catalana, al menos en principio, actuó con sabiduría y adaptó "su" texto a las formas valencianas (igualmente correctas) para presentar una única versión del tocho, con lo que Zapatero se llevó dos libros a Bruselas que contenían exactamente las mismas palabras y en el mismo orden. Parecía una solución aceptable, pero creo que hubiera sido mejor que pasaran del tema y presentaran un texto distinto. Al fin y al cabo, tampoco es tan raro que haya dos versiones en el mismo idioma: los libros de escritores ingleses se traducen al americano sin que nadie ponga en duda la unidad del inglés. Y para colmo de males, ERC va y decide denunciar al gobierno por presentar cuatro libros en vez de tres. Razón no le falta, y más teniendo en cuenta que hay sentencias firmes de altos tribunales a favor de la unidad. Pero sabiendo cómo se las gastan los cuatro falleros de turno, hubiera sido mejor para todos que se estuvieran quietecitos. Ahora todo es llenarse la boca hablando de injerencias políticas, hacer gestos inútiles en favor de la identidad valenciana amenazada y seguir con lo que llevan toda la vida haciendo: marear la perdiz e impedir que la Generalitat (Valenciana) se ocupe de lo que se ha de ocupar, que es apechugar con la macrodeuda que se dejó Zaplana cuando salió de aquí por patas.
Lo más tragicómico de este asunto es que todo el cacao, absolutamente todo, se ha montado porque Zaplana -el mismísimo diablo- orquestó hace años una maniobra de las suyas para fagocitar al único partiducho que defendía el secesionismo lingüístico, la llengua valensiana que no emplearé aquí. Y ahora el PP no puede renunciar a ese puñado de votantes. Muchísimos habitantes de la Comunidad Valenciana (por no decir casi todos) lo tenemos claro, pero sigue quedando en Valencia ciudad un núcleo duro, pequeño pero escandaloso, que defiende lo indefendible. Y el resultado, ahora que la patata caliente ha pasado a Madrid, será que los políticos de la Villa y Corte piensen que el catalán viene a ser como el dios cristiano, uno y trino a la vez.
Toma Misterio.
Maldición. Ha vuelto a ganar Bush las elecciones en los Estados Unidos. Y esta vez, saliéndome de mi habitual tono moderado y reflexivo, debo unirme a las diversas voces que han dicho en infinidad de medios (periódicos de gran tirada incluídos, creo) que la única explicación posible es que existe un número elevado de millones de gilipollas al otro lado del charco. Seguramente ser gilipollas no será culpa suya, no nacerían así, pero no por ello dejan de serlo.
No es que las opciones fueran muy buenas: me remito a lo dicho hace poco sobre elegir entre mierda caliente y mierda fría. La única alternativa creíble a Bush era un tipo que no tenía pensado hacer ninguna modificación sustancial en la política estadounidense al margen de las apariencias. Escuchar a la ONU, tener en cuenta a la comunidad internacional, esforzarse por mejorar la atención sanitaria, bla, bla, bla. En otras palabras, el único mérito del pobre pelele de Kerry era, simplemente, no ser Bush. Pero tampoco había mucho que esperar de un país donde el partido mayoritario más de izquierdas está a la derecha de nuestro querido PP patrio.
Y ahora llega el llanto y el rechinar de dientes. Que si salta la noticia de que los votos de Ohio no están nada claros, que si Michael Moore abronca a sus compatriotas y aboga por una anexión del norte yanqui a Canadá (no sé hasta qué punto en serio), que si el sistema electoral -o más bien, el montón de sistemas- hace más aguas que nuestro Prestige. Que si la cosa podría haber ido de alguna otra manera, vamos. Pero el problema es que tal y como está la situación, esto no podía haber ido de ninguna otra manera, aunque yo mismo tuviera mis esperanzas puestas en un vuelco repentino. Tal cual están algunos de los estados del sur, una victoria demócrata es muy complicada. Y dan igual los millones de dólares que se inviertan en una campaña electoral si tienes una base social que va a votar de cualquier manera al candidato con los misiles más gordos. Ahí es donde está la base del problema. La única solución efectiva a largo plazo sería lo que yo llamo la Opción Rincewind: construir un buen montón de bibliotecas en los estados en cuestión y dejar la puerta abierta. Y al menos en un principio, regalar una buena ración de costillas por cada libro del que seas capaz de escribir un resumen. Algo que implique actividad mental al margen de la SuperBowl. O mejor cambiemos las costillas por un rifle. Total, ya pueden conseguir tantos como quieran de todas formas. Cualquier otra cosa no es más pan para hoy y más rifles para mañana.
Por cierto, ya es raro que los comentaristas izquierdosos no hayan atribuído masivamente la victoria electoral al famoso video de Bin Laden que se emitió poco antes de las elecciones. La derecha no hubiera dudado ni un segundo en tener su momento pataleta, y a las pruebas nacionales me remito.
Apañados estamos, en resumen.
Ahora es cuando Veti reune un comando de traductores en paro y salen con guadañas a por mí...