Sí, vale, ahora todos somos supercool y usamos el Firefox, pero...
... el mío mola mucho más que el vuestro.
Pimpzilla, nena.
Sí, señora. La pérfida empresa ferroviara ataca de nuevo a nuestro héroe.
He cogido el tren de las nueve y media de la noche para volver a Valencia. Es tranquilo, hay sitio de sobra y se puede dormir un rato, que buena falta hace los domingos. El único contra es que llega uno muy justo a coger el último metro que puede dejarle en la puerta de casa. Un retraso de cinco minutos me obliga a transbordar a un tranvía y hacer parte del recorrido a pie.
Hoy el tren se ha retrasado tanto que ni siquiera ha llegado a su destino. Nos hemos quedado parados diez minutos a mitad de camino, con lo que mis esperanzas de un regreso tranquilo al hogar se han evaporado ya desde el principio. Nos ha adelantado un Talgo, así que he asumido que se trataba del servilismo característico de RENFE para con los clientes de trenes caros. Pero a punto de entrar en el túnel que da a la ciudad, un segundo y repentino parón acompañado de fallos eléctricos sugería que había alguna otra cosa fallando.
Ante la insistencia de una pareja que ya había perdido el tren a Gandía con el que querían enlazar, el revisor se ha dignado a informar al pasaje de que la diferencia de potencial de la catenaria se había ido a la mierda por alguna razón desconocida, y que no tenía ni idea de cuánto tardaríamos en continuar. Han sido unos diez minutos. Pero al llegar por fin a la estación subterránea de Cabanyal, nuevo parón. Y a la tercera va la vencida: según el revisor, había un trozo de catenaria colgando un poco más adelante, arrancado por el viento. La cosa iba para largo, así que he decidido bajar a fumar al andén y, vaya, el Talgo de antes estaba parado justo delante de mi Cercanías.
Justicia kármica. O simple "mal de muchos, consuelo de tontos", da igual. Cerca ya de las once de la noche, me veía obligado a pagar un taxi o molestar a mi colega el Avatar del Caos para que me recogiese en coche, que es lo que he terminado haciendo. En el lado positivo, mientras esperaba en la calle me he encontrado a una amiga que no veía hace años y había quedado allí con alguien por casualidad. En el negativo, que incluso en un imprevisto provocado por la naturaleza sea posible encontrar razones para cagarse en RENFE. Obviamente, su primera prioridad tenía que ser restablecer la electricidad el tiempo suficiente para que pudiéramos aparcar detrás del Talgo, en el andén de Cabanyal. Pero para entonces ya debería haber un autobús de camino que recogiera a los pasajeros y se nos llevara a la estación de destino, cosa que brilló por su ausencia. En otras palabras, una vez restablecida la seguridad y los clientes están en un edificio con electricidad, la prioridad absoluta debe ser cumplir con lo que se promete implícitamente al venderte el billete. Y los pasajeros deberían estar informados en todo momento de lo que sucede, no tener que encadenar e introducir agujas bajo las uñas al revisor para enterarse de algo. El único mensaje enviado a megafonía desde la cabina ha sido un utilísimo "Señores viajeros, por avería técnica permaneceremos detenidos hasta nuevo aviso" durante el primer parón. Información de calidad, sí señor.
Esta vez no se libran de la reclamación. Aunque solamente sea para que me devuelvan los 3,65 euros que me han estafado. Ya está bien de lloriquear: la guerra abierta ha comenzado.
Mira que estaba yo tranquilito en mi respiro espiritual casero, viendo temporadas enteras de A dos metros bajo tierra y evitando la tele en general y los informativos en particular. Qué gran serie, sí señor. Cuánta mala baba. Pero Nerea, que se pasó el otro día por casa, me ha obligado a volver a la primera línea al contarme lo que se está publicando últimamente en las hojas parroquiales valencianas. Al parecer, un catedrático en teología (jubilado) se dedica a justificar en la publicación Aleluya la violencia doméstica contra las mujeres. Aleluya, sí. Como me niego a hacer mías sus palabras, mejor cito un par de perlas de un artículo al respecto, publicado en El Norte de Castilla:
Gironés afirma que en el año 2005 hubo 63 mujeres muertas a manos de sus parejas en España y añade que «por cada mujer muerta a manos de un hombre, hubo 1.350 niños asesinados por voluntad de sus madres. Es peor».
No es que haya ninguna necesidad de convencer a nadie de lo inapropiada, rancia y despreciable que es una opinión como la de don Gonzalo, pero siempre es divertido ofrecer una cucharada de su propia medicina a los gilipollas. Por esa misma regla de tres es justificable la violencia contra los catedráticos jubilados que escriben estas cosas y contra las instituciones que las publican: más de una vez los autores de escritos sexistas provocan con su pluma. El lector, generalmente, no pierde los estribos por dominio, sino por debilidad, no aguanta más y reacciona descargando su fuerza que aplasta al provocador. ¿Ve usted que fácil, don Gonzalo?
Es más, ya puestos a hacer comparaciones cachondas, por cada catedrático jubilado vapuleado a las puertas de la iglesia mueren al año montones de africanos de SIDA gracias a la política vaticana de convencerles para que no utilicen preservativos. Parafraseando al lúcido catedrático: por cada imbécil a favor de la violencia doméstica apaleado, hay miles de seres humanos asesinados por voluntad de la Iglesia. Es peor.
Ojalá no fuera tan fácil escribir una entrada sobre este tema. Y ojalá no fuera tan fácil para según qué gentuza ver publicadas sus palabras en una hoja parroquial. Amén.
O: ¡Historias del instituto!
Hace unos días llegó un comentario de un tal Nota a una entrada de este weblog llamada The Spawn from Hell, en la que relataba las tácticas de extorsión que me veía obligado a utilizar con mis alumnos de la academia. El comentario, sin editar y en todo su esplendor ortográfico, es el siguiente:
Paz, tío. Y hoy, precisamente, he tenido una conversación sobre las tácticas que empleábamos en el instituto para medir las tragaderas de los profesores, escaquearnos de clase o simplemente divertirnos, ya que estábamos allí. Puestos a pasar información a un enemigo que en su mayoría será incapaz de asimilarla, al menos que sirva para que no se pierdan en el olvido.
La Paella siempre ha sido un clásico, yo creía que exclusivo de Castellón hasta esta noche, que he descubierto que se practicaba en toda la Comunidad Valenciana. (Puede que existan versiones regionales como el Cocido o la Fritura de Pescado, aunque no tengo noticia de ellas.) Es un procedimiento algo extremo que puede emplearse para medir la resistencia mental y el autocontrol de un profesor sustituto en su primer día de clase. Hay que prepararla con cierta antelación, antes de que la víctima entre en el aula. Se asigna a cada alumno de la clase un ingrediente de la paella (pollo, conejo, arroz, judías, bajocons, ajo, tomate, sal, romero, alcachofa o caracoles si es época). Como no habrá bastantes ingredientes, lo ideal es que varios alumnos que se sienten lejos tengan el mismo. Varios pollos, varios conejos.
Un alumno (generalmente el más salao, que se sienta en última fila) hará de cocinero. Todo el mundo entra en clase y pone cara de buen chico mientras el profesor nuevo saluda, se presenta y comienza a explicar. Durante un tiempo se guarda silencio y se finge atender a la lección. Y cuando al cocinero le venga en gana, generalmente con el profesor girado hacia la pizarra, dice un ingrediente de la paella. Como la clase está callada, basta con que lo susurre para que su voz sea irreconocible. No hay que revelar el mando. Si dice "judía", todas las judías se pondrán de pie durante un segundo y volverán a sentarse, sin decir nada. En esta fase se busca el efecto "rabillo del ojo", en el que la pobre víctima intuye que sucede algo pero no sabe exactamente qué. Cuando el cocinero decida que ya ha habido bastante sutileza, o si se pretende medir la resistencia al encabronamiento del novato, puede pasar a hacerse con el profesor de cara. Diversión garantizada.
Es relativamente fácil manejar a un profesor a tu antojo: se pone todo blandito y babosín cuando parece que aprendes algo o cuando muestras cualquier clase de iniciativa que pueda clasficarse como travesura graciosa, y se puede utilizar esto para servir a tus propósitos malignos. Como ejemplo, los propósitos malignos que tenía mi amigo, al que llamaremos Corto Maltés para preservar su identidad. (No creo que a Andrés le importe que escriba esta jugada después de tanto tiempo.) Corto era bastante enamoradizo por aquel entonces, y se le metió entre ceja y ceja impresionar a una chica bien de la clase de al lado. Después de unos cuantos intentos no espectaculares y fallidos, decidió organizarlo a lo grande. Reunió un comando en el que tuve el honor de incluirme y metió en el ajo a un profesor que se ponía blandito y babosín con las travesuras graciosas, y que lo único que tenía que hacer era llegar cinco minutos tarde a clase después del recreo. Trajimos un cassete y una cinta con la Marcha Imperial grabada, nos pusimos unas cajas con agujeros en la cabeza durante el recreo (el plan original era un traje más elaborado, en plan Storm Trooper, pero qué se le va a hacer) y nos dirigimos con paso firme a la clase de la amada del Corto.
Los dos primeros soldados abrieron las puertas del aula y apartaron a un lado algunas mesas para crear un camino recto hasta el pupitre de la chica, camino a cuyos márgenes montamos guardia los demás, con pose marcial y vista al frente. Finalmente el Portador (que no era Corto, por cierto), con la cabeza inclinada, avanzó por el pasillo de soldados portando una rosa roja, que depositó con una genuflexión en la mesa de la amada. Épico y resultón, señora, como debe ser.
Así que ojo al dato, queridos alumnos de hoy. Algunos de vuestros profesores nos hemos ido del aula a gatas, en plena clase, por la puerta de atrás. Algunos hemos jugado a póker mientras a nuestro alrededor tenía lugar una clase de historia. Algunos hemos tomado unas cervezas y unos carajillos en el mismo bar del instituto antes de entrar en clase. Mi colega Corto incluso consiguió que sirvieran cerveza negra allí. Puede que algunos estemos un poquito más al tanto de las cosas de lo que parece.
Otro día, niños y niñas, juegos de beber. Que también me sé unos cuantos...
O: "Habemus Papa".
Uy, qué ilusión. Por si no bastara con la tontería de la Copa América, a la alcaldesa de Valencia se le ha metido entre ceja y ceja organizar el Encuentro Mundial de la Familia el próximo julio. Se trata de una cita que la iglesia católica (el Pontificio Consejo para la Familia, para ser exactos) organiza cada tres años en una ciudad diferente, con la colaboración de la diócesis de turno. Y Valencia, como no podía ser de otra manera, se ha volcado en el montaje de tamaño evento. Sobre todo, supongo, porque incluye una visita de Ratzinger Z. Se ha proyectado un macroescenario multimillonario, una serie de infraestructuras necesarias para el acontecimiento y, probablemente, un dispositivo de seguridad que tenga la ciudad tomada mientras dure el encuentro de marras. Maravilloso. Loado sea Dios.
Se podría argumentar que, en la práctica, la invasión de los Flanders podría tomarse como una oportunidad económica y promocional para la ciudad, y no nos alejaríamos de la realidad. Es cierto que, por mucha inversión que haga la ciudad (y por mucha que exija del gobierno central, que ya están en ello), el Encuentro con toda probabilidad será rentable. O al menos se nos presentará como tal. De hecho, parece que se van a vender unas mochilas Familypack a 35 que contendrán unos bocatas, planos y programa de fiestas. Pero a pesar de la rentabilidad, a pesar de los Familypacks, me gustaría ver a doña Rita prestándose a organizarle las quedadas a otros jefes de estado de países no democráticos que se me pasan por la cabeza. Pagaría por ver cómo salen del paso los informativos de Canal 9 si a la señora Barberá se le ocurriera organizar el I Encuentro de la Horda Comunista, starring Fidel Castro.
Pero ahora vete y explícaselo a la panda de beatos que tiene tomado el Ayuntamiento.