Esta entrada solamente sirve para (si todo lo demás no falla) confirmar que este blog de ustedes es mío en Bloguzz, una empresa que manda productos de gratix a la gente con blogs con la única condición de que escriba sobre ellos. Y debo admitir que el Johnny Walker de doce años que han mandado a Santo me ha dado una envidia terrible...
Aquí no ha pasado nada. Circulen.
Leo en Público, antes de irme al sobre, que en la página web Catholic.net hay un artículo que equipara el hábito masturbatorio con la adicción a las drogas. Por mi parte el tema iba a quedarse en sonrisa y twiteo, que tampoco me gusta palmear demasiado las soplapolleces episcopales, pero ya a punto de cerrar la noticia me he fijado en que el ensayo católico en cuestión está escrito por el padre Loring, jesuíta famoso por sus descabelladas apariciones televisivas que a veces recoge El Intermedio, y que le han ganado el cariñoso mote de «Padre Sonrisas». Sabiendo que todo lo que sale de labios de este gurú de los tiempos modernos es digno de comentario, no me he podido resistir a convertirlo en entrada completa. Y si no convence como motivo suficiente, ahí va un vídeo cortito de su programa. (Lo mejor está cuando empieza a hablar de neandertales.)
Me permito, pues, resaltar algunas perlitas del artículo Adicción a la masturbación que ha pasado por alto el redactor de Público:
Este párrafo destila una noción tan profunda e intrincada en sus magras veintisiete palabras que no me siento digno de comentarlo siquiera.
La neurastenia, niños y niñas, es una enfermedad mental consistente en experimentar un cansancio injustificado después de un esfuerzo intelectual. De las palabras del padre Loring parece deducirse, en consecuencia, que zarandear a Miniyo se considera una actividad digna de la medalla Fields, el no-Nobel de las matemáticas, a ojos de los jesuitas. Señores del jurado, cuando lean estas palabras sírvanse incluirme entre los candidatos a la próxima medalla: muchas variedades diferenciales no sabré, pero me controlo el ritmo que da gusto. Bien es cierto que, salvo alguna molestia muscular aislada en los días de mayor inspiración deductiva, no reúno los síntomas de la neurastenia y tal vez no sea digno del galardón, pero nos darían una alegría al padre Loring y a mí, y además me sé de cierta doctora albaceteña que se subiría por las paredes si me viera luciendo la medalla Fields al cuello por desembozar la pileta.
[...]
Pero no has de considerar pecado todos los tocamientos en tus órganos genitales. Pueden ser pecado los tactos encaminados a excitar el placer sexual; pero otros actos que se hacen por necesidad o por higiene, no son pecado alguno. Y en las conmociones orgánicas que sientas involuntariamente, reprime el consentimiento, y en paz. No has pecado contra la pureza. Aprende a distinguir entre el sentir y el consentir. Puede ser que a veces sientas movimientos contra tu voluntad en tus órganos genitales. Acostúmbrate a prescindir de esas sensaciones.
Posiblemente el padre Loring haya concentrado en los sanísimos consejos de su último párrafo la sabiduría de todas las fuentes citadas en su artículo, que incluyen a profesores universitarios –de instituciones católicas, por supuesto, nada de esos rojeras proonanistas por los que las universidades laicas parecen manadas de bonobos–, conferenciantes de los años setenta y la mismísima editorial del Vaticano. Para que luego digan que el hábito (de hablar de la masturbación al menos) no hace al monje.
Estimadas lectoras, permítanme que concluya sumando mi voz a la del Padre Sonrisas, prócer a escala planetaria, y advirtiéndoles contra la calamidad: si han sentido ustedes movimientos contra su voluntad en los órganos genitales al leer esta entrada mientras me imaginaban desnudo escribiéndola, como sé que hacen siempre, quédense tranquilas sabiendo que no han pecado contra la pureza, pero repriman el consentimiento. Que tampoco soy tan difícil de localizar y les escribo tres sin sacarla.
Feo estaría que, después de aguantarme las bobadas durante tantos años, no diera un poco de bombo al nuevo impulso que el Roge está dando a ZonaLibre. Aunque los cuatro gatos que lean normalmente estas bobadas mías tengan ya su blog montado o jamás vayan a hacerse uno, si sacamos un solo resultado de más cuando alguien busque «blog de gratix» en Google daré por bien empleada esta entrada.
La publicidad general de ZonaLibre se limita ahora a la franja gris que hay en la parte de arriba, al menos hasta donde yo tengo entendido. Y al haber pasado a una versión de Movable Type de código abierto, no hay límite al número de blogs que puede albergar. Hay más detalles en este tema del foro, y quien quiera comerse un rato la cabeza con un blog nuevecito de trinca y totalmente configurable, puede hacérselo desde el popup que sale pinchando aquí. Por supuesto, si alguien quiere anunciarse en la franja gris también será más que bienvenido. ¡Que nos lo quitan de las manos, señora!
Antes que nada, quiero elevar una enérgica protesta a los fabricantes de teclados, que llevan años sin incluir el rayo de AC/DC en ninguna tecla pese a que la sociedad, evidentemente, lo demanda. Dicho queda.
A finales de la semana pasada se empezó a rumorear que AC/DC añadiría unos cuantos bolos en estadios grandes a su gira mundial de 2009, porque al parecer mi lamentable historia con las entradas se repitió en bastantes puntos del planeta. Yo me levanté después de dormir solamente tres horas para estar delante del ordenador a las nueve y veinte, cuarenta minutos antes de la hora oficial en que se ponían a la venta. Me era indiferente Barcelona o Madrid, aunque Bilbao me queda algo lejos; simplemente buscaba cuatro entradas. Ya treinta minutos antes de la hora H se hizo evidente que, al menos por internet, no iba a conseguirlas. La web de Servicaixa y la de El Corte Inglés estaban exactamente igual de saturadas, y yo sabía que no me serviría de nada acercarme al centro comercial del triangulito verde porque allí se conectan al servidor de la misma forma que yo en mi casa. La única esperanza era que Servicaixa diera prioridad a sus propios cajeros de Servientrada sobre las conexiones domésticas.
Pero ni con esas. Por fin encontré un cajero con servicio de entradas, tras mucho patear Valencia; el tío que estaba delante de mí, que iba a por lo mismo que yo, me explicó que ya era el tercer lugar donde lo intentaba y que solamente en el primero había llegado a ver dos entradas, sacadas un grupo que buscaba tres. Después de eso, ni se conectaba al servidor. Ni el siguiente cajero donde había probado suerte. Ni tampoco en el que le encontré yo. Aguanté media horita charlando con él y con otro desesperado antes de optar por volverme a casa, dada la falta de sueño que llevaba, en vez de proponerles que nos tomáramos unas cervezas para cagarnos en los hipotéticos tres modernitos que verían a los AC/DC en nuestro lugar.
Esta vez las entradas se ponen a la venta en grandes cantidades por el aforo de los estadios, el 6 de febrero a las once de la mañana. Y si eso falla, según la web de Hipersónica solamente hay que esperar doscientos años para tener otra oportunidad:
Dudo mucho que yo aguante hasta 2209, pero seguro que los AC/DC (¡queremos el rayo ya!) siguen vivos. Y me juego lo que sea a que los Stones también.
Me ha parecido bien que se haga, pero nunca le he visto demasiado sentido a manifestarse, aquí en Castellón por ejemplo, contra el asalto israelí a la franja de Gaza. Se supone que el objetivo de una manifestación es manifestarse, y hasta ahí ningún problema. Pero el objetivo de manifestarse no es hacerlo porque sí, sino para que se te escuche y, con un poquito de suerte, que alguien –la persona contra quien sales a la calle– cambie de actitud tras ello y deje de joder la marrana ya. Por eso me parece a mí que gritar y enseñar pancartas contra el gobierno israelí, por divertido que pueda resultar, es como escupir cara al aire. Por bestia que pueda sonar, las pedradas contra la embajada cumplieron mucho mejor su objetivo.
No ocurría lo mismo en las manifas contra la guerra de Irak. Entonces teníamos un gobierno implicado activamente en el crimen, y tocaba que se enterara de lo que opinábamos más del 90% de sus gobernados. Una y otra vez, sin dejarles tranquilos, gritando bien fuerte para que a los muy mamones les resonara el «asesinos» en la conciencia cada maldito día. Porque, aunque todo el mundo estuviera en contra del ataque estadounidense a Irak, las manifestaciones apuntaban claramente al gobierno de Aznar.
Y eso es lo que veo que ha fallado en estas de ahora. Que, salvo honrosas excepciones en las propias calles y en los medios, el mensaje apuntaba fuera, lejos, a alguien que sin duda iba a hacer oídos sordos. Otro gallo habría cantado, y este gallo servidor de ustedes se habría unido a la alborada, si nos hubiéramos puesto las pilas recriminando a Zapatero la venta de armas a Tel Aviv, que fue muchísimo más rentable durante los seis meses anteriores a la invasión que en todo 2007. Esta vez no enviamos tropas pero, salvando esa diferencia, fuimos tan responsables de muertes musulmanas como en el ataque a Irak. Pero las miradas de los manifestantes no iban al Congreso ni a Moncloa, sino a los judíos y sus cosas. Y difícil es que los fundamentalistas (judíos, musulmanes, cristianos) vayan a preocuparse mucho por lo que digan cuatro punkis.
Por mucho que duela, el pepero de a pie dio una lección al progre que vota socialista tiempo atrás cuando se echó a la calle contra una decisión de los suyos. Y el progre no la aprendió. Tampoco lo aseguro porque no soy ninguna de las dos cosas, pero supongo que cuesta lo suyo manifestarse contra el partido que tú mismo has aupado al poder. Y los votantes socialistas no tenéis huevos.
Porque titular «Correos más» daría una idea errónea del sentido de esta entrada, claro. Aunque también podéis hacerlo si... si podéis. En fin, yo a lo mío.
He terminado una traducción hace poquito, así que en teoría al menos ya ha pasado la fase «Bajo Ataque por las Fechas de Entrega» y volvemos a la alerta amarilla, tirando a naranja, más típica del cubil del mal. Al disponerme a imprimir las cuatrocientas cincuenta paginazas a doble espacio me he dado cuenta de que mi impresora se comporta como una mascota caprichosa. Se ha negado a imprimir nada hasta que le alimentara cartuchos nuevos de amarillo y cian, que los viejos se los había bebido ya enteros. De nada ha servido intentar convencerla de que solo necesitaba tinta negra para lo que iba a encargarle, hasta el punto de prohibirle usar los demás colores para hacerme la traducción. Pero ni con esas. Que no y que no, o me enfado y te downgradeo el USB. Al final, como tiende a pasar con las mascotas caprichosas, he tenido que bajar a la calle y comprarle el caprichito de marras. Aunque luego ella no lo haya usado para nada e incluso me haya echado la bronca por no traerle los cartuchos de marca que le gustan.
Pero lo peliagudo del asunto ha venido luego. Como tenía la impresora de morros, ha costado horrores que procesara el paquete casi entero de folios que, acompañado de dos copias de la novela original, debía enviar a Barcelona. Me he copiado la dirección y, tras dejar dormir a la maquinita de marras, he bajado cargando los tres bultos a la oficina de Correos más cercana. Ya era casi la hora de cerrar, y yo llevaba desde antes de las ocho y media de la mañana en pie. En la oficina había cola única de clientes, pero dos mostradores atendiendo. Uno de los mostradores avanzaba a ritmo normal. El otro es el que, circunstancias del destino, me ha tocado a mí.
Ni gracias ni adiós, pero es que en la cabeza me hervía la respuesta que tendría que haberle dado si no fuera casi un zombi a esas alturas: «Para tenerlas ahí porque si alguien las ve y las pide, le dirás que no te quedan, ¿no?». Me habría servido de poco, y seguramente me habría puesto a la oficina completa en contra, cosa que me interesa poco si les quiero encomendar mi trabajo. Pero ninguno de esos razonamientos ha pasado por mi cabeza mientras balbucía mi burda ironía como despedida y me marchaba con el rabo entre las piernas a buscar un sobre acolchado por ahí. Solo una idea rebotaba en mi poco lúcida capacidad craneal: que cuando se es funcionario, se es funcionario hasta la muerte.
Pero raro de cojones. O de lo contrario me habría ido guardando imágenes para ponerlas de adorno en las entradas. Pero he recopilado demasiadas y tengo demasiado poco tiempo, así que allá van. Flipen, señores.
La limpieza de los patios de luces corresponde a la comunidad y vamos a tener que pagar horas extras si las personas que tienen esta falta de respeto a los demás no se toman en serio lo que tantas veces se ha dicho.
Se ruega a quien vea tirar por las ventanas cualquier cosa tenga a bien comunicarlo para tomar las medidas oportunas