¡Paquete abultado esta tarde en casa Manu!
Jennifer no duda en viajar a la India para investigar por sí misma los detalles de una muerte tan inesperada como repleta de interrogantes. Allí descubre que el caso de su abuela no es único: varios pacientes más han fallecido en circunstancias parecidas...
Título original: Foreign Body.
Encuadernación: Tapa dura. 444 páginas.
Sale el 8 de mayo. Se puede encargar en Casa del Libro (21,90 euros).
El próximo martes 21 aparece en DVD Caprica, la película de dos horas que sirve de episodio piloto a una serie que empezará a emitirse en 2010. Caprica está ambientada 58 años antes de los acontecimientos que se narran en Battlestar Galactica, aunque no hace ninguna falta haber visto la serie para entender o disfrutar esta peli.
Caprica es un planeta rico y evolucionado, altamente tecnológico. Los chavalen juegan, pelean y follan en ambientes virtuales, el ejército anda intentando desarrollar combatientes robóticos y para trasladarse de un planeta a otro en las Doce Colonias basta con llevar la maleta hasta la estación de metro-tren a dos manzanas. Pero en esa sociedad avanzada, adoradora de los antiguos dioses griegos y ya casi falta de objetivos, está aflorando un peligroso movimiento monoteísta. Y la amenaza del Único Dios acaba por materializarse en el explosivo atentado que pone en movimiento la película.
Caprica no es una peli de acción. Ni casi de ciencia-ficción, aparte de los robots, la realidad virtual, los ordenadores-papel y chorradas por el estilo. Lo que pretende esta película, al igual que toda Battlestar Galactica y supongo que también la serie que vendrá, es establecer un drama terrenal que permita tratar los asuntillos que interesan a sus escritores: en este caso, la definición correcta de «vida inteligente». Nada nuevo en la ciencia-ficción, claro, pero un tema tratado con frescura. Puede que no sepamos lo bastante del cerebro humano para duplicar directamente sus procesos, pero teniendo en cuenta que contiene menos información en crudo que una peli de dos horas en XVid, ¿no habría algo que pudiera hacerse, contando con la suficiente potencia computacional?
Lo que no se puede negar, sin embargo, es que aunque no sea necesario haber devorado Battlestar Galactica para ver Caprica, el tono y el ritmo de ambas series va a ser parecido. Joseph Adama (en la foto) es el padre del almirante Adama de Galactica, que aparece de niño en la película. El ejército, básicamente, está creando centuriones Cylon. Y me huele a mí que no van a ser los únicos dos vínculos importantes entre ambas series, cosa que por otra parte es de cajón tratándose de una precuela. Sin embargo, la película y la serie que llegará en 2010 están pensadas como las novelas de Pratchett: se enriquecen al haber leído las anteriores, pero son válidas y suficientes por sí mismas. Además de excelentes.
No negaré que llevo siendo fan de Battlestar Galactica (2003) desde que vi su episodio piloto y no pudimos parar, al ritmo de tres o cuatro capítulos al día, hasta que nos pusimos al día con las emisiones estadounidenses. El fondo de escritorio de mi móvil es el logotipo de la nave. Por tanto, no es de extrañar que vaya a recomendar encarecidamente Caprica, una película con el mismo equipo creativo, forma de contar historias y universo que la serie anterior. Y sin embargo, estoy convencido de que gustará incluso a quienes no se engancharon a Galactica con la miniserie inicial. Incluso a esos putos psicópatas.
Sobre todo ahora que estamos en una época del año supersticiosa, es conveniente tener claras las opciones de que disponemos para nuestras necesidades sobrenaturales. Distinguir entre una religión y otra consiste básicamente en elegir qué leyenda nos gusta más, a qué grupo social o geográfico preferimos discriminar y qué forma de autoflagelación es la que mejor nos satisface, cosa poco difícil a poco que nos conozcamos a nosotros mismos. Pero en el campo de la videncia, existe una variedad tan abrumadora de opciones que un estudio a fondo y exhaustivo resulta imprescindible.
Veamos en primer lugar el vidente típico, del montón:
Alpha es deliberadamente vago en el origen de sus poderes y amplísimo en la descripción de sus efectos beneficiosos. Destaca en último lugar su efectividad contra la impotencia sexual, reclamo seguro para los vergonzosillos que se niegan a pedir Viagra en las farmacias. Videntes como Alpha los hay a carretadas, y antes de contratar sus servicios deberíamos saber que, en la práctica, estamos jugando a la lotería. Sus poderes podrían no ser tan espectaculares como se anuncia, por lo que los brujos de esta clase no están recomendados a menos que ya los conozcamos.
Este segundo anuncio ya es otra cosa. No solamente es vidente, sino también profesor y curandero. Además se llama Adama, lo cual debería dar confianza a cualquier persona razonable. Sin embargo, siempre debemos leer los anuncios hasta el final. En este caso, vemos que los poderes místicos y rápidos de Adama pueden atraer clientes para la venta. ¿Por qué, entonces, repartir anuncios en los limpiaparabrisas?
Los videntes por los que, sin duda, debemos decantarnos para nuestra sesión sobrenatural son los del tercer tipo:
No he destacado nada en el anuncio porque absolutamente todo es destacable, pero si tuviera que quedarme con algo, sería que «desintegra a los demonios del infierno». Observad que Demba utiliza incluso menos signos de puntuación que los demás profesionales, claro signo de la potencia de sus espíritus mágicos. Demba sería la elección correcta para ver a nuestros enemigos de rodillas o mejorar el aspecto de nuestra vida que deseemos.
Así que, si las procesiones ya no nos dicen nada y las religiones no llenan nuestras necesidades arcanas, la elección está clara: 610 927 485. Y, desde la Nave del Misterio, felices vacaciones a todo el mundo.
Si es cierto lo que me recordó el otro día Taladro, que la valía de un hombre se mide por la talla de sus enemigos, entonces el siguiente documento demuestra que lo mío es lamentable...
... pero me toca los cojones la gente a la que cualquier poder (por nimio que sea, como es el caso) da todas las alas que necesita para creerse un amo de cortijo y andar pisoteando por ahí a su antojo. Y me los escuece que, encima, se salgan de rositas. Aunque si he de ser sincero, lo que de verdad me los patea a base de bien es que el pub en cuestión ni siquiera me gusta.
No soy muy dado a leer libros de testimonios sobre los grandes acontecimientos de la historia, pero la reciente Guerra Mundial Zombi fue tan devastadora y la Guía de Supervivencia Zombi de su mismo autor salvó tantas vidas (la mía incluida) que no pude resistirme a encargar este libro. Max Brooks hace un recorrido exhaustivo por los diez años que duró la lucha de la humanidad contra la horda de no-muertos, desde los primeros brotes en China hasta la purga de las grandes ciudades, pasando por el Gran Pánico durante el que la humanidad quedó diezmada.
Los relatos no están sometidos a absolutamente ninguna censura, ni siquiera aquellos narrados desde los países donde la libertad de expresión no se da por sentada, como el Sagrado Imperio Ruso. La descoordinación de los servicios de inteligencia en las primeras fases de la infección planetaria, la gran cagada estratégica que fue la Batalla de Yonkers o la incapacidad de los gobiernos para regular el éxodo de sus ciudadanos durante el Gran Pánico se narran con todo lujo de detalles, lo cual es de agradecer en este mundo casi postbélico nuestro donde todo son palmaditas en la espalda.
Guerra Mundial Z es una historia oral sobre los peores años de la humanidad. Max Brooks deja hablar libremente a los protagonistas en los distintos capítulos del libro, aunque en ocasiones ayuda a conducir el relato con preguntas o peticiones de aclaración. Si bien bastantes de las historias están protagonizadas por héroes de guerra estadounidenses, como el inventor del señor Lobo (el hacha-azada para eliminar zombis que probablemente salvó más vidas que la penicilina), son los personajes casi anónimos quienes otorgan verdadero valor a esta obra periodística. La historia de los astronautas que decidieron permanecer en la Estación Internacional y encargarse de mantener los satélites de comunicaciones en un mundo incapaz de nuevos lanzamientos orbitales no podía caer en el olvido, y Brooks hace un gran trabajo recopilando confidencias que nos ofrecen unos impagables puntos de vista alternativos sobre los Años Oscuros, que redefinieron nuestra forma de ver el planeta y a nosotros mismos.
Guerra Mundial Z se puede comprar en Casa del Libro.
Inspirado por el potaje de vigilia del chef Falsarius, retomamos la sección de cocina de vuestro blog favorito con un plato que, si no se le había ocurrido antes a nadie, por algo será. Contundente, cochino (porque parte de él se come con las manos) y sin mucho sentido, pero sabrosón.
Precio para cuatro personas: Cuatro o cinco euros (dependiendo del precio del pollo) si ya tenéis aceite y esas cosas.
Dificultad: Facilete. Se mejora repitiendo el plato, si os dejan.
Tiempo en la cocina: Diez minutos en total.
Tiempo fuera de ella: Otro cuarto de hora.
Factor romanticismo: (A petición popular.) Escaso, para qué engañarnos.
Ingredientes para cuatro personas:
Hala, al tajo:
Poner una paella (también conocida como paellero o paellera) a fuego medio, con un chorrito de aceite. Trocear las alitas si hace falta y salarlas mientras se calienta un poco la paella. Echarlas en la paella. Si tenemos pimiento, cortarlo y echarlo ya. Si son alcachofas, deberíamos haberles quitado las capas exteriores, cortado el corazón en cuatro trozos y dejado un rato en agua con un chorro de limón, para que no nos pongan negro todo el plato. En todo caso, vamos a tener las alitas al fuego hasta que se doren, y para entonces la verdura debería estar cocinada también. Así que id echándola en la paella según convenga. Tenemos cierto margen porque luego todo se pasará un ratito hirviendo con el caldo, pero conviene que todo esté sofrito en su momento.
Cuando las alitas estén casi doradas y la verdura casi hecha, echamos el ajo troceado y el diente de ajo entero (imprescindible). Si usamos ajo en polvo, esperamos. Cuando ya estén doradas, echamos el pimentón, el tomate rallado, el tomillo, el romero y el ajo en polvo si es el caso. Removemos un poco y dejamos que el tomate se fría un pelín.
Vamos a rematarlo. Echamos los fideos y les damos unas vueltas para que se impregnen del sofrito. Procurad que el fuego no esté muy alto para que no se os socarren los fideos, que luego crujen. Los cubrimos totalmente con el caldo. Dependiendo del tiempo de cocción de los fideos que se usen, hace falta más o menos líquido. Si usáis fideos muy finos, al ras, o incluso que se vea alguna islita. Si usáis gordos (de fideuà), que cubra casi un dedo por encima del nivel sólido. Y recordad que, a falta de caldo, buena es agua con media pastillaca de carne. En todo caso, ya podéis subir el fuego; los fideos se beberán el caldo y se cocinarán. ¡Listo para zampárselo!
Nota: Si por lo que sea no le habéis echado pimentón, el plato se os quedará muy blanquito. Para evitarlo podéis ponerle un poquito de colorante alimenticio o azafrán si sois ricos.
Esto estaba en un tejado visible desde el castillo de Praga.
¡La gente es rara en todas partes!
El documental se estrenó en 2007, pero a mí me pilla completamente de nuevas. Retrata la lucha de un aspirante al trono mundial del videojuego clásico Donkey Kong, que ha ocupado durante veinte años el icono de masas Billy Mitchell. Billy es un auténtico American Winner, seguro de sí mismo, triunfador en los negocios y parte de la organización que establece los récords oficiales de videojuegos, Twin Galaxies. Frente a él se alza el protagonista, Steve Wieve, que se sabe capaz de superar los 800.000 puntos de Billy y terminar el juego, pero debera internarse en un ambiente cerrado y hostil para alcanzar el reconocimiento que busca.
En el fondo, es la historia de una pandilla de frikazos del copón (algunos mezquinos y sucios, otros simplemente viviendo en su mundo paralelo), que me han sacado bastantes carcajadas. En particular, el árbitro y el segundón mediamierda que hace de lacayo maligno son de pura antología. Pero al final es la lucha de Steve, por poco trascendente que parezca, la que termina atrapándote hasta que acabas dándole ánimos con el puño levantado, sobre todo si (como yo) no has mirado la página de récords para conocer el final de antemano. La música está elegida a la perfección, y ayuda a completar el ambiente de recreativo ochentero, cochino y macarrilla, que empapa todo el documental.
En breve, me ha hecho tanta gracia que hasta he subtitulado el tráiler.