Noche del miércoles al jueves, 02:50
Manu, no te pongas en modo editor cuando pases esto al blog, que nos conocemos. Recuerda que yo también soy tú.
Llevo una del 15. He pasado la fase de risotadas con los colegas y ahora ellos se han ido a dormir y yo todavía no me he acostumbrado a acostarme tan pronto. Así que toca fase mística. He decidido hacerme el horario de clases del cuatrimestre para saber a qué atenerme cuando (espero) haya de empezar a poner hora a las clases particulares que (espero) daré. He registrado todas las carpetas y no aparecen los datos que necesito [1], pero he encontrado algunas cosas interesantes.
Resulta que conservé algunas cosas del instituto que ni siquiera recordaba. Tenía fotos, claro, y algunos objetos emblemáticos como una botella vacía de Jack Daniel's que me regalaron llena sin ninguna razón particular. Pero no sabía que había conservado folios de examen del I.B. Francisco Ribalta de Castellón, núcleo generador de un buen número de amantes de la fiesta y marginados sociales leves. Hay que ver. En COU fui lo bastante cabrón como para planear un ataque de nostalgia con ocho años de antelación.
Había algunas otras cosas en esa carpeta vieja: papel milimetrado que me recuerda que en el instituto ya había asignaturas que me pasaba por el forro [2], o una hoja de personaje en blanco de Rolemaster que me recuerda que va volviendo a ser hora de matar orcos. La misma carpeta está forrada con recortes muy buenos de El Jueves de aquella época. Pero lo único que supera al impacto de la hoja de examen ha sido un "no cambies nunca" que me dejó en el interior de la carpeta mi compañera de pupitre, la que escribía su nombre con Z y ahora lee el Mini Cosmopolitan en el tren. Y creo que la he obedecido, en el fondo. Como su autora.
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Sí, incluso en mi estado escribo notas al pie. Debe ser patológico.
[1] Como las asignaturas de las que me matriculé el otro día. Volver.
[2] Sólo que entonces las aprobaba. Volver.
A finales de la semana pasada recibí un e-mail comunicándome que ZonaLibre había muerto. Definitivamente. Y es curioso que una panda de ateos como la que (sospecho) lleva todo este cotarro tenga que ponerse a creer en la resurrección de repente.
En todo caso me alegro de estar de vuelta. Durante este tiempo he abierto cuentas en tres servicios de blogs gratuitos diferentes, aunque solamente había empezado a montarlo en Blogger.com. Ni punto de comparación, y eso que era el mejor de los tres. ZonaLibre está a años luz técnicamente y, encima, hay un "sentimiento de comunidad" (entrecomillo porque a veces me da vergüenza decir cosas como ésta) que no se da en ningún otro lado, que yo sepa.
Para celebrarlo, allá va mi foto, que todavía no la había puesto.
Acabo de leer (en los comentarios a este post del blog de MiBoliBic) una frase atribuída al Che Guevara: "Desgraciados los tiempos en los que hay que explicar lo obvio". Si de verdad es suya, se acaba de convertir en mi frase favorita del Che. Mucho mejor que la de "Prefiero morir de pie que vivir de rodillas", que nunca he entendido porque prefiero vivir que morir en cualquier circunstancia. Vivir de rodillas hoy te permitirá levantarte mañana, y en todo caso es mejor que estar a dos metros bajo tierra. Digo yo, vamos.
En estos tiempos demasiadas veces es necesario explicar lo obvio. Explicar que somos nosotros quienes crean las leyes, y no al revés. Que ninguna guerra es necesaria. Que un contrato laboral no dignifica a nadie, sino que es un mal menor. Que ninguna religión sabe nada de cosmología. Que las opiniones imparciales no existen. Que los chicos y las chicas somos diferentes. Que lo de "nadie regala nada" sólo será cierto mientras queramos que lo sea. Y podría seguir y seguir, que cuando me pongo positivista me cuesta lo mío frenar, y encima son las 7 de la mañana.
A estas horas, hace algún tiempo, iba a trabajar desmontando casetas de hierro en coche (sólo aguanté dos días, a duras penas) y miraba las caras de la gente. Todo era apatía y pocas ganas de hacer lo que se estaba haciendo. Pensé en que si todos nos pusiéramos de acuerdo en entrar a trabajar a las 10 el mundo sería un sitio mejor, y a ver quién nos iba a chulear con amenazas de despido. ¿A quienes, a todos? Muy bien, machote, ahí te quedas con tu línea de producción. Pero sé que es imposible que lo hagamos.
Los humanos (¡metafísica, vamos allá!) tenemos tantas macroestructuras montadas que muchas veces no vemos lo que tenemos delante de las narices. Tal vez eso sea lo que nos hace humanos, pero hay tantas cosas que se dan por hechas que ha llegado a costarnos esfuerzo pensar en cómo sería la vida sin ellas, y no vuelvo a poner ejemplos porque no sé si podré parar otra vez o moriré de viejo delante del ordenador, que los hay a carretadas. El "ya crecerás" de papá es un "ya interiorizarás toda esta porquería social de la que no sabemos librarnos". Y tanto autoengaño para morirnos y aspirar solamente a un plagio del "Disculpen que no me levante" en la lápida.
Desgraciados los tiempos en los que todas las frases buenas están cogidas.
Me doy cuenta de que desde que inicié este blog no he escrito ni una sola historia en tiempo real. Ninguna empieza con ese "Hoy me ha pasado algo extraordinario" tan típico. Todo son empanadas mentales mías, historias que ocurrieron a mis colegas y alguna batallita, como esta que voy a contar hoy. La culpa de todo la tienen los exámenes, digan lo que digan los Def Con Dos. Días y más días recluído, sin nada más interesante que contar que no sea que "por fin he comprendido el Teorema de los Aproximantes a la Identidad". Y en unos días no cambiará demasiado la cosa porque ahora que he terminado he de ponerme a revisar la novela Brujas de Viaje, de Terry Pratchett, que la peña de la editorial no tardará en avisarme que entrego con retraso. Las entradas del blog serían algo más divertidas ("¡Eh! La traductora no tuvo agallas para escribir 'cojones'"), pero tampoco ninguna maravilla. Habrá que esperar a que pasen cosas...
La Familia Monster
El segundo año de facultad (ya hace de eso) alquilamos un piso de estudiantes David, Joel y yo. Una casa vieja, llena de abuelos y sin más estudiantes que nosotros tres, pero era eso o nada. Nos instalamos en septiembre, cuando los vecinos todavía se bajaban las sillas a la calle para estar fresquitos y controlar quién entraba o salía del portal. Al principio parecían simpáticos. Nos contaron que en el piso que íbamos a ocupar había unos estudiantes muy problemáticos, que siempre estaban montando juerga con la música altísima y fueron un quebradero de cabeza para el vecindario. Nosotros sonreíamos y pensábamos que no tendríamos problemas allí aparte de su curiosidad (cualquier bella joven que saliera del edificio era sometida a un interrogatorio en el que sólo faltaba la pregunta de en qué cama había dormido). Por supuesto, nos equivocábamos.
Cuando empezaron a quitarse la careta descubrimos que nuestra vecina de abajo (una vieja muy fea que vivía con su marido y su hija de treinta y tantos) era la caudilla del edificio, generalísima de todos los vecinos por la gracia de algún dios cabrón. Su segunda de a bordo vivía en nuestro mismo piso. Estábamos rodeados. No diré que éramos unos vecinos tranquilos, pero sí que si alguna fiesta se prolongaba más allá de las 11 de la noche procurábamos bajar la música y el tono de voz. Teníamos la costumbre de montar fiestas los lunes y los jueves (aquel año estuvo muy bien), pero empezaban después de comer y si se prolongaban mucho acabábamos saliendo o tranquilizándonos. Pero trajeron problemas. Los vecinos de abajo cogieron la costumbre de golpear su techo (nuestro suelo) con la escoba cuando pensaban que hacíamos demasiado ruido, y pronto bajó su umbral de tolerancia. En una noche tranquila podía estar yo haciendo cualquier tontería con el ordenador, levantarme a mear y provocar una guerra mundial de escobazos contra el suelo. Unas carcajadas al ver una peli de risa podían ser el detonante del fin del mundo.
La caudilla empleaba a su segunda de a bordo con sabiduría. Casualmente, las mañanas siguientes a una Noche de Escobas Afiladas siempre nos tocaba limpiar el rellano, y la vecina de al lado se encargaba de recordárnoslo llamando a la puerta a las nueve de la mañana, cuando yo (más dado a trasnochar que mis compañeros) llevaba apenas cuatro horas dormido. Cuando nuestra única aliada en el edificio, una abuelita muy maja a la que siempre pedíamos sal, nos contó que aquellas dos siempre habían sido igual de cabronas, empezamos a responder a los escobazos con taconeos, a ignorar las llamadas a la limpieza de rellano o a cerrarle a la vecina la puerta en las narices tras alguna respuesta cortante. Entonces pasaron a mayores. Nos cortaban el agua cuando lo consideraban apropiado [1], y la primera vez que lo hicieron descubrimos que su llave de paso tenía cadena y candado. No era la primera vez que empleaban esa técnica y se habían asegurado de que no se les atacara con su misma arma. Nuestro buzón amanecía lleno de huesos de aceituna [2], que ya hay que estar loco para guardarse los huesecillos, y en la panadería nos miraban raro, claro signo de guerra psicológica.
La batalla definitiva tuvo lugar una noche que vinieron unos amigos a ver el fútbol y beberse unos litros de calimocho. Yo sólo bebía. Serían las once de la noche y unos golpes en la puerta nos indicaron que la Familia Addams en pleno había pasado a la ofensiva. Salimos David y yo a abrir y confirmamos nuestras sospechas: estaban como cabras. La señora no paraba de llamarnos anarquistas borrachos o algo así, el señor decía que iba a coger su escopeta y la hija simplemente berreaba. Intentamos tranquilizarles pero no había manera. El hombre cogió a David y le apretó el puño contra la cara mientras nos amenazaba y entonces les alejamos a empujones de la puerta y la cerramos. Ya en el comedor analizamos la situación y vimos claro que acababan de amenazarnos con un arma de fuego, por no hablar del intento de agresión. Las raznes que pudieran tener (que no las tenían) eran lo de menos. Aquello rebasaba el castaño oscuro y salía por el otro lado. Decidimos bajar a la cabina y avisar a la policía, aunque sólo fuera para acojonarles y que aquello no se repitiera.
De camino pasamos por su rellano y les dijimos lo que pensábamos hacer. Bajamos a la cabina, llamamos, contamos nuestra historia y volvimos a casa. Un cuarto de hora después teníamos a los maderos a nuestra puerta. Les recibimos con un "menos mal que habéis venido" que les pilló de sorpresa, a juzgar por sus caras. La vecina les había avisado antes que nosotros y les había contado una historia bastante distinta. Les explicamos nuestra versión, agresión y amenaza incluidas. El policía jefe nos dijo que él no era juez y que igual que se creía nuestra historia tenía que creerse la de la caudilla, pero que si estuviera en nuestro lugar pondría una denuncia. Le explicamos que estábamos casi de exámenes y no queríamos jaleo, en un tono de voz lo suficientemente alto como para que no sólo lo oyera nuestra amiga, que sin duda estaba escuchando. Y volvimos dentro a acabarnos el calimocho.
Después de aquello se instauró la guerra fría. No nos atacaban directamente pero nos hacían la vida ese poquito más incómoda con escobazos, cortes de agua e insultos. Colgamos un papel de la pared del comedor e iniciamos una competición para ver quién de los tres recibía más insolencias, en la que Joel obtuvo una victoria muy ajustada. Fantaseábamos con las putadas que íbamos a hacerles cuando nos fuéramos de allí. Joel quería guardarse su propia mierda y echársela en el buzón (tampoco estaba demasiado bien de la cabeza), la de David no la recuerdo muy bien, y yo quería que ellos mismos fueran los agentes de su desgracia: limpiaría toda la casa y dejaría el cubo de agua sucia apoyado contra su puerta para que al abrirla fueran ellos quienes dejaran su recibidor lleno de nuestra porquería. Pero al final nos fuimos de allí sin hacer nada, aparte de explicárselo todo con pelos y señales al dueño del piso y dejar una carta bajo el colchón con consejos para los futuros inquilinos.
Pero durante el año siguiente, si la casualidad me llevaba a pasar por allí de noche, me quedaba diez segundos con el dedo apoyado en su timbre. La familia Monster tiene el dudoso honor de ser las únicas personas que han hecho que las ganas de tocarles las narices me duren más de unos días.
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[1] Intercepción de la línea de suministros.
[2] Guerra bacteriológica. (Volver al texto)
Y en lugar de guardarse su autobiografía, escribir "Mi diario" en la tapa y partirle la cara a quien pillara leyéndola, quiso darla a conocer. Utilizó todos los medios a su alcance en la época, es decir, escribió para periódicos underground y poco más, y por eso creo que es muy posible que tuviera un blog si hubieran existido entonces. Aunque posiblemente sus editores le hubieran obligado a cerrarlo para tener la exclusiva de sus andanzas.
Ya me gustaría a mí beber, andar con mujeres y escribir la mitad de lo que él lo hizo (y la mitad de bien) y llegar a los 74. No caerá esa breva, no.
Es jodido saber que tu futuro no depende de ti, aunque sea siempre (más o menos) el caso. Esta vez estoy seguro de ello. No pinto nada en mi propio porvenir. Esta tarde he hecho mi examen de álgebra, uno de los últimos de la carrera, y de la nota que tenga depende que reciba la licenciatura en mates en febrero o en junio del año que viene. El examen bien, gracias. Holgado. Si lo tuviera que puntuar yo, un 6,5. Cualquier profesor razonable no bajaría del 5. El problema es que mi profesora no es razonable. Debería serlo, se le supone como matemática, pero no lo es. He oído historias... (Fundido en negro.)
Mi amigo Paco la tenía como profesora en una de sus últimas asignaturas. Por suerte para él, era optativa. No fue a clase porque tenía apuntes de un curso anterior y se presentó directamente al examen. Allí empezó a sudar sangre. "Oye, yo no te conozco, ¿eres alumno mío?". Lo era, pero no había ido a clase. "¿Por qué?" Porque tenía apuntes de un año anterior. "Um... tampoco me suenas de otros años". Ya, porque antes la asignatura la daba otra profesora. "Bueno, pasa". Durante el examen le pidió el DNI, el carnet de la Universidad e incluso hizo llamar a la otra profesora para que confirmara su historia. Después de eso estuvo todo el santo examen mirando lo que escribía por encima de su hombro. Mi amigo se sabía la asignatura, no se dejó intimidar, entregó el examen y se vino a mi casa a tomar unas cervezas pensando que había terminado la carrera. Craso error. Cuando salieron las notas tenía un flamante suspenso.
La revisión fue para contarla, y temo no hacerle justicia. Paco se esperaba un notable y tenía un 2,5. En su examen había errores tan sumamente graves como expresar las soluciones por comprensión ("la solución son todos los pares de números naturales que suman 3") en vez de por extensión ("la solución es (1,2), (2,1)") cuando cualquier bachiller sabe que designan exactamente al mismo conjunto, y otras lindezas por el estilo. Pronto le resultó obvio que se lo había cargado por la cara, y que no iba a aprobar por mucho que razonara con la buena mujer. Enseguida se hizo evidente la razón. Mi amigo acabó diciéndole que si le quería suspender, le suspendiera, pero que sabía muy bien que no tenía razón. La señora respondió algo como: "¿Tú te crees que si mi hija le va a un profesor con ese rollo después de no aparecer ni en una clase le van a aguantar tanto como yo te estoy aguantando a ti?". Ah... así que era eso. Paco le soltó alguna chuscada que no recuerdo, se fue de allí, aprobó la optativa de emergencia de la que se había matriculado y se licenció.
No he aparecido por clase de álgebra en todo el curso. Y no puedo licenciarme sin la asignatura. Pero si tengo que ir a revisión de examen, me llevaré una grabadora y la entrada de este blog con la transcripción será épica.
El futuro depende de una profesora de álgebra con vocación de dar clases en secundaria. Pero allí se cobra menos.
Voy a mudarme muy pronto a un piso nuevo para pasar el próximo cuatrimestre universitario, que de verdad espero que sea el último. En estos años he cambiado bastante de casa, y todas ellas tienen historias que contar sobre mí, pero no pueden. Yo sí puedo, pero en mis historias el bueno siempre soy yo. Muchas de las cosas que podrían contar las casas tienen que ver con los estupendos vecinos del pueblo de Burjassot, y hay dos de ellas que sería una lástima que cayeran en el olvido. Una la cuento hoy, y la más bestia la dejo para otro día...
El Autobusero Psicópata
En el último piso donde estuve viviendo tenía unos vecinos cuyo dormitorio estaba al otro lado de la pared del mío. Las paredes tenían la principal desventaja del papel de fumar (que deja pasar el sonido) y ninguna de sus ventajas, pero el problema no era ese. Por desgracia, jamás tuve la oportunidad de armar escándalo en esa habitación. Pero sí llevaba una vida bastante nocturna y tenía la costumbre de acostarme pasadas las cuatro de la madrugada. Por supuesto, todo previsión, siempre entraba una botella de agua en el cuarto y bajaba la persiana para que Lorenzo no me despertara a horas intempestivas. Pues parece que al Autobusero Psicópata le molestaban muchísimo esos cinco segundos de ruído leve (iba con cuidado), y me lo dijo un par de veces. (Una de ellas, en el autobús que él conducía, delante de todos los demás pasajeros; fue divertido.) Era imposible que ese ruido le despertara si no estaba esperándolo. Estaba obsesionado. Un buen día me desperté a las nueve de la mañana con un escándalo vengador de bakalao a todo volumen sonando desde el otro lado del papel de fumar.
Me fui al comedor a intentar dormir ("a mí este tipo no me va a joder"), pero era imposible. Golpeé las paredes y le grité por el patio interior, pero no se dignó a aparecer hasta que cogí una escoba y empecé a dar golpes contra su persiana con ella. A continuación reproduzco el diálogo, aunque un poco editado ya que él hablaba muy mal y yo estaba muy somnoliento:
-¿A que jode? -me dijo.
-Pues sí. ¿Apagas la música?
-A mí también me jode que tú bajes la persiana.
-Ya. La diferencia -dije yo- es que lo mío son cinco segundos y no está hecho a propósito, y esto es una putada.
-Pues cada vez que bajes la persiana, tendrás lo mismo.
-¿Sí? Pues entonces esto será una escalada. A mí no me importa tener la música puesta hasta las 5 de la mañana -y además me gusta el heavy, pensé, y bien que lo sabes-. Tú verás.
El tío no respondió. La noche siguiente bajé la persiana a la hora de cenar como símbolo de buena voluntad, pero la siguiente me olvidé, la bajé de madrugada y no tuve represalias. "He ganado", pensé. "Le he acojonado". Ya. Claro. En junio la dueña del piso me dijo que tenía que irme de allí. Al parecer el Autobusero Psicópata tenía su número de teléfono y había estado dándole la brasa todos los santos días con lo de la persianita. Se me quedó cara de gilipollas porque no comprendía que la tomara conmigo cuando era obvio que quien estaba molestándola era él, pero no le dije nada. Si quiere que me largue, me largo y punto.
El último día que vi a la dueña del piso antes de ser desalojado volví a hablar con ella del tema. Le dije que el anterior inquilino de la habitación ya había tenido problemas con el Autobusero; yo los había tenido; y ahora que yo me iba, le convenía tener claro que volvería a tenerlos el próximo pardillo que metiera allí. Me dijo que ya lo sabía, que el Autobusero era un pesado, pero... Lo comprendí. No quería enfrentarse con él. Bueno, era problema suyo. Incluso le recomendé que llamara a Telefónica y bloqueara las llamadas que llegaran desde el número del Autobusero. A veces soy demasiado bueno.
Ahora, cada vez que paso por delante del portal del Autobusero Psicópata, me planteo posibles putadas que podría hacerle: algunas fuertes, como llenarle el buzón de porquerías o llamar a su timbre de noche y fijarlo con cinta adhesiva para que tenga que bajar, y otras más suaves, como dibujar una historieta paródica y repartirla por el vecindario, pero todas requieren demasiado esfuerzo por mi parte y no creo que merezca la pena. Además, el pobre gilipollas ya tiene bastante con lo que tiene.
Pero ahí no obligarán a poner los cartelitos, no...
Eso sí, qué a gusto me he quedado.
Creo que los franceses tienen un concepto que se llama el "espíritu de la escalera". Consiste en que cuando te marchas de un sitio (cuando bajas la escalera) siempre piensas en lo que deberías haber dicho en algún momento puntual de la conversación. Una frase que expresara perfectamente lo que te pasaba por la cabeza, o una frase rompedora en lugar de la sarta inconexa que largaste.
El fin de semana pasado estuve en las fiestas del pueblo de una amiga (Vistabella, un sitio precioso) y, como de costumbre últimamente, me dediqué a soltar frases de ligoteo macarra a las amigas para hacerles reír. Harto del "¿Vienes mucho por aquí, guapa?", opté por esta otra: "Hola, nena. Yo soy un hombre de verdad, no un producto de gimnasio". Horrible, lo sé. Y como el tema de la frase perfecta me ronda la cabeza estos días, se me ocurrió que la respuesta perfecta era un "Ya se nota, ya". Se nota que no eres un producto de gimnasio, pero de alguna manera no niego que seas un hombre de verdad. Mi amiga Sara me dejó impresionado soltándome esa misma frase a la primera, palabra por palabra, sin pensarla.
Hay personas con más capacidad que otras para soltar la frase perfecta en el momento adecuado. Creo que depende de las distracciones, los miles de pensamientos secundarios que entorpecen a veces la línea principal. ¿Se mosqueará si digo eso? ¿Realmente tiene tanta gracia? Cuando resolvemos esas dudas, normalmente ya es demasiado tarde o hemos optado por largar la sarta inconexa para no mojarnos. Lo mejor es no dejar las frases en la recámara mientras las piensas, pero hay que ser muy buen conversador para acertar el punto justo que roza la impertinencia o el absurdo sin alcanzarlos. Y yo no suelo serlo. Tengo mis momentos, como todos, pero sin la ayuda del alcohol para anular esos pensamientos secundarios, muchas veces descubro la frase perfecta demasiado tarde.
Releeré el mensaje mientras me tomo otra cerveza, lo enviaré, bajaré las escaleras y me iré a la cama. Te espero aquí mañana, muñeca.
Éste es un post global. La gente que escribe blogs en ZonaLibre se ha medio- puesto de acuerdo para hablar sobre un mismo tema, de vez en cuando. Si esto se repite muy a menudo supongo que acabaré pasando, pero como novedad me ha hecho gracia. El tema de hoy: el mundo dentro de veinte años.
Me he despertado tarde y me he mirado al espejo. Sigo calvo, feo y sin trabajo. Me recuerda a una tira cómica que leía hace 20 años: Baldomero, gordo, feo y sin dinero, o algo así. Y precisamente hace 20 años fue cuando terminé de forjar definitivamente el hombre que soy hoy. No cuidaba nada bien de la melena que lucía entonces y por eso ahora soy calvo. Me gustaba demasiado la fiesta y, en parte, por eso ahora soy feo. Y me dedicaba a escribir este blog en vez de estudiar el examen que tenía dos días después, y por eso ahora sigo sin licenciarme en matemáticas y no tengo trabajo. Aguanto haciendo chapucillas: una clase particular por aquí, algo de trabajo físico por allá cuando no me llega con las clases.
El mundo ha cambiado lo suyo, pero cualquiera lo diría. Las ciudades siguen igual de feas. Todos pensábamos que se "limpiarían" y se harían más tecnificadas, con ascensores transparentes y tubos elevados para conducir dentro de ellos. Mucho más diseño por todas partes. O eso, o que evolucionaríamos hacia una estética más cyberpunk: todo más cochino, chupas de cuero, pelos de colorines e implantes cibernéticos. Pero todo sigue igual de mundano que siempre. Acaba de ponerse de moda el electro-cabaret, un revival de la música de hace un siglo. (Lo único que me consuela es que no llegaré a 2080.) Y la música ligera, el pop sin sentido, no ha muerto. Ya lo decía Ramoncín y, a principios de milenio, no supimos ver cuánta razón llevaba su advertencia: "Si vuelve el pop es que algo anda mal".
Mientras escribía el párrafo anterior mi impresora ha saltado y ha escupido mi periódico del día, el Ankh-Morpork Times [1]. Creo que debo ser de los pocos que todavía piden sección de política, aunque todo es muy aburrido ahora que han terminado definitivamente con las ideologías. Coño, David Bustamante ha muerto de sobredosis. Bueno, a lo que iba. La política española se ha convertido en una copia de la estadounidense de principio de siglo. Dos partidos, distintos en las formas pero tan parecidos en el fondo que se podrían llamar "Partido A" y "Partido B" si no fuera porque ambos ven desventajas estadísticas en ser el B. El asalto que el PP hizo a la educación hace veinte años dio sus frutos: terminó con la transmisión del pensamiento. Evitó que los chavales se formaran una ideología y les convirtió en robots: técnicos sin ninguna formación fuera de su área. En poco tiempo todos los partidos minoritarios desaparecieron y no creo que vuelvan jamás. Tampoco supimos verlo venir cuando podríamos haberlo evitado. La red se ha convertido en la única alternativa, la única forma de juntarte con otros como tú. Y la fantasía, la ciencia-ficción, se ha convertido en la única forma para que un chaval vea el Mundo que Pudo Haber Sido.
Otros titulares de hoy: "Primera prueba de armamento de fusión en Marte". "Los ascensores espaciales geoestacionarios superan las primeras pruebas de funcionamiento". "EE.UU. sostiene que Bin Laden escondía sus armas en Vietnam y plantea atacar". "El 90% de la población afirma que no llega a fin de mes" (¡y seguimos sin hacer nada al respecto!). "Viviremos 130 años". "Sacan a Fraga de su estado de criogenización y empieza su regeneración celular" (seguramente se presentará a las elecciones gallegas el año que viene). "La SGAE plantea gravar con impuestos los alimentos porque utilizamos la energía que nos proporcionan para piratear discos".
Terry Pratchett murió anteayer. Y yo, gilipollas de mí, sigo manteniendo la esperanza.
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[1] Sí, puedes personalizar incluso el título. Llevo tiempo pensando en cambiarlo a "Distinto día, misma bazofia", pero no me decido. Demasiado hardcore para leerlo cada mañana...