Ha sido una semanita ajetreada, entre unas cosas y otras. Pero por fin he terminado de revisar El país del fin del mundo (The last continent, de Pratchett) y, aunque queda curro por hacer antes de que acabe el año, creo que podré ir un poco más suelto. De todas formas, los twiteos apenas llevan tiempo y luego te apañan una entrada de vez en cuando, así que vamos con ella...
Youtube da bastante información sobre el público de los vídeos a quien los sube, y durante los dos o tres primeros días que el vídeo del concierto de Barón Rojo estuvo en línea, la sección de Demographics daba bastante miedo. Sin embargo, acabo de llevarme una agradable sorpresa cuando, al ir a capturar el pantallazo para ponerlo aquí, me he encontrado lo siguiente:
Eso sí, la media de edad se ha decantado un poco hacia los viejos rockeros...
Se trata de una web en la que niños de todo el mundo imitan los sonidos de distintos animales y vehículos. Curiosamente, las vacas de todo el mundo suenan más o menos igual. Pero son de los pocos animales que no hablan distintos idiomas...
Hace ya tiempo que inicié una cruzada personal (basada en despotricar y despotricar hacia todo aquel que quiera escucharme) contra los anuncios ñoños, sobreactuados y repelentes de las infinitas variedades de chocolatinas Kinder. Ahora les ha salido un serio competidor en el último anuncio de Renault, el que intenta convencer al espectador de que, ya que antes decía que no haría mil cosas y las está haciendo –usar ordenadores, cortarse el pelo, obviedades por el estilo–, bien puede renunciar a otro de sus principios y comprarse un Renault. Ya que eres un mierda, condúceme. Un mensaje bien pensado, ya lo creo que sí. Pues yo no me he cortado el pelo ni tengo intención de hacerlo. Mamones.
Maravilloso. Como los deportes no están lo suficiente cubiertos con patrocinadores, emisiones en todos los canales y mucho tiempo en los informativos (¡si hasta Gabilondo hace sección de deportes!), el gobierno Zapatero ha decidido tomar cartas en el asunto y, presumiblemente, inyectar más dinero público en el tema y meter en nómina a unos cuantos altos cargos más. Total, el tesoro público anda sobradísimo.
Y además, rebota, rebota y en tu culo explota. Estaba yo poco inspirado ese día para los insultos, pero casi mejor, que ahora se me ocurren demasiados. Don Enrique Múgica, supuesto defensor del pueblo, decidió que una parte considerable de sus defendidos –los que creemos que la tortura como espectáculo debería ser ilegal, sin matices que valgan– son tontos. Y, ni corto ni perezoso, así lo afirmó en una entrevista para la COPE. Vale la pena leer unos cuantos extractos de sus palabras, aunque solo sea para evaluar la talla moral e intelectual del fulano este que dice defendernos a todos.
¡Otro día, más!
Supongamos, solo por suponer, que el ayuntamiento de una localidad costera decide imponer las siguientes reglas en sus playas:
· Nadie podrá acceder a la playa entre las seis y las once de la mañana. A lo mejor hay gente durmiendo y no sería de recibo que los domingueros invadan la zona con sus sombrillas, sus bolsas nevera, críos y abuelas gritonas. Un respeto. El incumplimiento de esta norma conllevará una sanción de 750 euros.
· Los niños no podrán correr por la playa a una velocidad superior a 7 km/h, ni levantar arena cerca de otra gente. No se podrá dar paseos fuera de las zonas delimitadas a tal efecto, lejos de las mozas de buen ver que están poniéndose morenas en sus toallas. También queda prohibido a los paseantes hurgarse cualquier zona protegida por el bañador. La sanción, en cualquiera de estos casos, será de 120 euros.
· Queda prohibido el consumo de bebidas no alcohólicas en la playa. Mínimo, minimísimo, cerveza con gaseosa. Basta ya de llenar la arena de latas de Coca Cola o envases de Sunny Delight vacíos, que luego hay que recogerlos. Las latas de cerveza, obviamente, no son un problema. Quien sea sorprendido ingiriendo bebidas prohibidas deberá pagar 300 euros de multa.
Igual de absurdas, solo que por supuesto al revés, son las nuevas reglas con que se ha descolgado el Ayuntamiento de Benidorm, por la espalda y por sorpresa, en pleno noviembre. Menos mal que, por mucho que nos vendan el pueblo como "un destino turístico excepcionalmente ponderado por cuantos lo conocen", no hay dios que se quiera tomar unas vacaciones a lo hippie por esa zona, ni siquiera antes de que la tomaran al asalto Zaplana y sus amigotes. Eso sí, como empiece a cundir el ejemplo en otras playas, vamos apañados...
No sé si será porque acabo de ver Zeitgeist (disponible en streaming con subtítulos) o porque el jaleo lo iniciaron medios afines al PP y esas cosas siempre dan recelo, pero la que se está liando con la cúpula de la Alianza de las Civilizaciones y los fondos de ayuda al desarrollo me parece una polémica más bien superficial. Soy el primero en oponerse a las obras faraónicas de autobombo, y más todavía a que se destine medio millón de euros –hay que ver lo rápido que se escribe la cantidad– de proyectos de ayuda a construir un megapastel de cumpleaños poco hecho y colgado al revés. Pero, como de costumbre, el tratamiento mediático se queda en las virutas tutti-frutti y no le mete tajada al mazapán de abajo. O arriba, en este caso.
Porque, que yo sepa, el Gobierno puede asignar partidas presupuestarias como le venga en gana. Su mayor problema es tener que sobornar a algún partido nacionalista en caso de no tener la mayoría absoluta para aprobar los Presupuestos Generales en solitario. Dicho de otra forma, poco le habría costado asignar medio kilito menos al FAD y que la tarta de marras hubiera estado costeada por, yo qué sé, los gastos de representación del Ministerio de Exteriores. Si hubieran sido un poco más cautos y un poco menos vivalavida, nosotros ni nos habríamos enterado del precio del caprichito.
Lo cual nos lleva a que, básicamente, damos por hecho que los distintos gobiernos van a dilapidar nuestro dinero hagamos lo que hagamos, y al final solo nos escuece un poco cuando nos pinchan en las ONG o cuando alguien, sea quien sea, quiere sacar rendimiento político del escándalo y nos las toca. No hace tanto, el Ayuntamiento de Valencia se dejó un buen fajo de billetes patrocinando el estreno de la última película de James Bond, con los actores dando vueltas por la ciudad, alfombra roja y vestidos de diseñador a tutiplén. No pasó nada. El propio Ayuntamiento, la Generalitat y el Estado han soltado buenos sacos de euros de nuestro bolsillo para el circuito urbano de Fórmula 1, y luego levantaban tapias para que no se pudieran ver dos curvas mal contadas de la carrera desde un puentecito cercano. Cap problema, ché. Y a estas alturas, ¿alguien se acuerda del Fórum de Barcelona? ¿Terra Mítica? ¿Roldán, Juan Guerra, Gescartera?
Y si ya tenemos asumidísimo el derroche en las obras grandiosas y no reaccionamos ni en plena recesión económica, las pequeñas chorradas son el pan nuestro de cada día y nos las comemos con patatas sin mirarlas dos veces. Recepciones oficiales, comilonas en el ayuntamiento, banderas de quinientos metros. Policía destinada a espectáculos deportivos: pagamos el dispositivo de seguridad entre todos y luego son el club de fútbol y la Liga BBVA quienes se llevan los beneficios de las entradas y las retransmisiones. Asesores de cargos públicos elegidos a dedo que, en esencia, cobran por asesorarse su santa entrepierna; solo Carlos Fabra ya tiene 33, no quiero ni imaginarme el resto.
Y no sigo con ejemplos, porque nunca se acaban y creo que mi postura ya queda bastante clara. ¿Leña a las estalactitas de Barceló? Por supuesto que sí. Que sea ración doble, de hecho. Pero ya puestos, y ya que lo de Ginebra es solo la punta mediática del iceberg, leña a todo, que hay muchísimo listillo de bolsillo público agujereado a quien repartir estopa.
¡Grandes inventos de la humanidad, señora!
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Ya que tengo puesto el Twitter ahí al lado y no encuentro la forma de que se publique automáticamente una entrada-resumen cada cierto tiempo, aprovecharé que lo hago a pelo para extenderme un poquito en lo que más me haya gustado de la semana.
Y además pasa continuamente. No es por ofender la memoria de nadie ni faltar a los heridos, pero ¿qué demonios tiene de heroico ser presa de un atentado? El gobierno cambió la ley en 2007 para establecer que "el fallecimiento en acto de servicio participando en misiones en el exterior como consecuencia de acciones violentas de elementos hostiles" hará a un soldado merecedor de la Cruz al Mérito Militar con Distintivo Rojo, pero yo sigo sin verle el mérito. Será que soy poco marcial.
Espero que ahora quede claro por qué no hay columna derecha con chorraditas y por qué la página principal del blog no está centrada. Así los visitantes siguen teniendo espacio para pegar post-it y chicles mascados, que es para lo que Nuestro Señor diseñó las pantallas de ordenador.
Doña Espe se pasó toda su intervención en La 1 diciendo lo que le salía de sus santas narices (porque evidentemente del cerebro no era) para evitar responder claramente a las preguntas de la presentadora y los colaboradores del programa. Pajas mentales sobre el liberalismo, las elecciones yanquis, privatizaciones y demás. Hay un recopilatorio cortito y bastante gracioso (o deprimente si vives en la Comunidad de Madrid, supongo) en YouTube.
Esto lo vi en Papel en blanco. El buen hombre se pasó un año entero vistiendo de blanco sin mezclar tejidos, predicando la palabra de dios, respetando el Sabbath a rajatabla, lapidando a pecadores (aunque con chinillas pequeñas, ya que la Biblia no especifica tamaño) y sin sentarse en sillas donde antes hubiera estado una mujer con el período. Esta última costumbre molestaba bastante a su esposa, que se sentaba en todas las sillas del apartamento para tocarle las narices. Como si el pobre hombre no tuviera bastante siguiendo más de 700 instrucciones entre las que, me juego euros contra doritos, seguro que había algunas contradictorias.
Berto Romero, colaborador de Buenafuente, se propuso hace un par de semanas averiguar la fecha exacta en que el rey Juan Carlos pasó a tener dos cejas. Tras unas cuantas fotos iniciales que ayudaron a concretar un poco el momento, por fin el jueves pasado supimos la fecha exacta en que nuestro bienamado monarca separó sus cejas:
Conciertazo. Grupos de heavy tocando con orquestas los hay a carretadas, pero no sé si los Metallica o los Rage disfrutaron tanto interpretando sus canciones con arreglos orquestales tanto como parecían hacerlo los Barón Rojo. La Banda Sinfónica de Mislata, viento por un tubo y un pellizquito de cuerda, también ha dado la impresión de pasárselo pipa. Aplaudían las canciones, se sacaban fotos, el director (con muñequera de tachas a lo Bruce Dickinson) hacía aspavientos en sintonía con el grupo y todos levantaban los instrumentos durante los acordes finales de las canciones. Solo les ha faltado hacer cuernos. Grandioso.
Me temo, sin embargo, que el bar del polideportivo de Mislata no estaba preparado para la horda heavy. Las colas en la barra podían durar perfectamente tres canciones, los vasos de litro se han acabado a la primera de cambio y a veces había que esperar para conseguir cerveza fresca o fanta de limón para el vodka. O eso, o mangar botellas de ron en un descuido como ha hecho mi compadre de barra mislatero.
Pero una vez alcanzada la conclusión de que había que pillar los cubatas de dos en dos y beberse rápido el primero, el concierto ha sido una delicia. De los que ponen los pelos de punta a ratos y todo. Quería grabar un trocito de Resistiré o de Hijos de Caín, pero malditas las ganas de tener el móvil levantado con el concierto en marcha y un cubata en cada mano. Os dejo con minutito y medio de Cuerdas de acero, que también es un temazo, y me voy al sobre a dormir la mona. ¡Salud y rock and roll!
El Doctor Maligno, que es el compañero de piso heterosexual de un servidor heterosexual, lleva ya algún tiempo siendo fiel a una fea costumbre. Antes de irse a dormir busca entre todos los canales televisivos aquel que esté emitiendo los contenidos más inmundos, una decisión normalmente muy reñida a la una y media o dos de la madrugada. Sintoniza el canal escogido y, dejando encendido el televisor, desaparece hasta el día siguiente. Yo me quedo en el comedor, a lo mío con el portátil. Y cuando aparto la vista del monitor me encuentro, por sorpresa y de repente, con la perla que el Doctor Maligno haya tenido a bien seleccionar para mi disfrute. Ayer fue Marisol ya casi con tetas traumatizando a unos pobres críos a base de hacer muecas y cantarles a dos centímetros de la cara.
En realidad todo lo anterior no tiene nada que ver con lo de hoy, pero me parecía peligroso que el mundo no supiera de la ruindad del Doctor Maligno y he metido la historia aquí con calzador. Hoy no hablamos de una trampa planeada: él estaba sentado en el sofá viendo su programa favorito, El juego de tu vida. La mecánica del concurso es simple. Una persona se somete a un interrogatorio sobre su vida privada y Emma García le va dando dinero mientras vaya contestando la verdad. Las preguntas son cada vez más íntimas y echan una cantidad ingente de mierda sobre la familia y amigos cercanos, también presentes en el plató. No vale la pena preguntarse cómo saben si el concursante dice la verdad o no: es espectáculo puro.
El diálogo anterior tiene más lagunas lógicas que un episodio de Smallville.
Que la concursante se plantee mentir en la pregunta 11 ya es incoherente. Si no hubiera dado ese ultimátum a su novio, podría decir la verdad sin tener que pensárselo. Le ha dado ese ultimátum, por lo tanto ya se lleva mal con su familia política. Entonces, ¿qué más le da decirlo? ¿Para qué se lo piensa?
Pero es que en la pregunta 12 lo bordan. La concursante ya ha dicho que odia a la familia de su novio. Es un hecho. Si les quedaba alguna duda al respecto, ella misma acaba de disiparla en la pregunta anterior. Y sin embargo, ahora miente en algo que prácticamente ya va incluido en el odio general y, como resultado, se va a su casa sin un miserable euro.
No sé, yo daba por hecho que los guionistas tenían que preocuparse de la coherencia interna. Aunque claro, si yo currara en El juego de tu vida también me la traería todo al pairo.
Y al final me ha quedado una entrada de lo más gay. Qué cosas.
Pensaba yo que la jornada laboral de ocho horas al día, cinco días a la semana, había sido un logro social de cierta magnitud. Digo "cierta" porque cuarenta horas siguen pareciéndome una aberración en términos de tiempo de vida. Incluso la propuesta que se puso de moda hace unos años, la de reducirla a 35 horas, no me parece aceptable a menos que la gente esté disfrutando mínimamente con su trabajo; sigue siendo inhumana para el resto. Pero basándome absolutamente en nada (no me había molestado en mirarlo), por alguna razón tenía metida en la cabeza la idea de que los sindicatos habían luchado a brazo partido hasta que, en algún momento indeterminado del pasado, obligaron a los empresarios a ceder: ¡La estrategia de la huelga japonesa ha fallado, así que nos toca ir a las barricadas, hermanos! ¡Mierda para el empresario!
Y es cierto que algo de eso hubo. Bastante, más bien. Con muertos y todo. Así que mi intuición original no iba desencaminada, al fin y al cabo. Pero me ha sorprendido descubrir que, aunque los movimientos obreros ya reclamaban las 40 horas a finales del siglo XIX, las grandes empresas solo empezaron a adoptarlas en masa después de darse cuenta de que, coño, les salía rentable. En la primera década del siglo XX se publicaron distintos estudios que demostraban algo obvio para cualquiera con dos dedos de frente: un trabajador cansado rinde menos. Y no solo eso, sino que también la caga más. En términos empresariales, trabajar demasiado afecta negativamente a cualquier tipo de producción, aunque los efectos son más acusados en la intelectual que en la física. Esos estudios y otros que les siguieron acabaron hallando la milagrosa cifra mágica, el cero en la primera derivada, el punto G de los patronos: 40. Ese es exactamente el número de horas semanales que optimiza la producción de un trabajador. Con 40 horas se cansará y odiará la vida, pero no lo suficiente como para perjudicar su rentabilidad, que es lo que interesa. Y así, en 1926 Henry Ford estableció en sus fábricas el modelo que más le convenía y que, de rebote, dejaba tiempo a sus trabajadores para que consumieran y así el dinero fluyera de vuelta a sus legítimos propietarios. Casualmente también era lo que las organizaciones de trabajadores pedían, aunque por razones completamente distintas. No importa. La medida de Ford y el hecho de que los demás empresarios, que no se habían parado a sacar estadísticas, se le pusieran automáticamente en contra lo convirtió en un héroe popular. Y el resto es historia, como si todo esto no lo fuera bastante.
A lo que voy es a que, si bien es cierto que las 40 horas fueron un logro, también lo es que fueron un logro consentido. Si el tope de productividad estuviera en 72 horas repartidas en seis días, probablemente esa seguiría siendo la media a fecha de hoy. Después de enterarme de esto, me he dado unos pocos cabezazos contra el teclado por no haber pensado antes algo tan obvio como que no se estaría haciendo si no conviniera económicamente. A continuación mi cerebro me ha hecho la jugarreta de recordar las maravillosas y justísimas medidas que hasta ahora han tomado los gobiernos contra la actual crisis: básicamente, transferir nuestros impuestos a los bancos. Por último me he quedado un momento quieto, he encendido un cigarro y he decidido escribirlo. Y ahora creo que dejaré pasar algún tiempo antes de investigar otros logros sociales de la humanidad, que con la de curro que tengo encima solo me falta deprimirme.
Hoy me ha llegado la última factura de Yoigo a casa, e incluía el siguiente texto:
Verdaderamente nos da mucha rabia que te vayas, porque estamos trabajando un montón para ser la alternativa a los demás operadores móviles y estamos totalmente convencidos de que una tarifa barata y sencilla, y una comunicación clara, sin letra pequeña ni trucos, es lo que necesita la gente.
Pero para los gustos se hicieron los colores, no podemos ser la mejor opción para todos. Y este ha sido tu caso.
¡Ah!, no somos nada rencorosos, por supuesto si algún día quieres volver a Yoigo llama gratis al 800 602 800.
Un saludo y muchos gracias.
Es posible que la redacción se pase un poco de amistosa para venir de una gente que no conozco de nada, pero lo que dicen, a grandes rasgos, es cierto. No ha habido ningún problema serio con Yoigo, y me impresionó la rapidez con que se solucionó el único asunto que tuvimos, cuando me cargaron seis euros de más al pasarme de tarjeta a contrato. En esa ocasión llamé a atención al cliente y me conectaron inmediatamente con alguien del departamento de facturación, a quien ni siquiera tuve que volver a explicar el problema.
Las tarifas son económicas y, sobre todo, cómodas: nada de "por cada llamada que hagas durante un eclipse lunar en meses impares, te damos un 34% de descuento en los próximos trece mensajes que envíes a operadores con tres siglas, IVA no incluído". No. Mismo precio a cualquier hora, cualquier día. Mismo precio para tarjeta y contrato. En breve, no hace falta que pienses en tu móvil más de lo estrictamente necesario.
Para esta última factura ni siquiera me han aplicado el consumo mínimo de seis euros mensuales que ya venía dispuesto a pagar. Y si me he largado, de hecho, ha sido simplemente porque me mangaron el teléfono a finales de verano y no estaba dispuesto a gastar dinero comprando uno nuevo, ni tiempo liberándolo. Y así se lo habría explicado al empleado que intentó contactar conmigo si –el único pero que les pongo– no lo hubiera hecho ocultando su número. Nunca cojo el teléfono si la llamada no va con la cara por delante; tiendo a pensar que, sea quien sea, no querrá nada bueno.
En el otro lado del espectro encontramos a casi todos los demás operadores, por no decir todos directamente. Tarifas complicadas, caras y expresamente mal explicadas en sus páginas web. Una atención al cliente semirrobotizada cuyo único objetivo es marear. Teléfonos preprogramados para conectarse a internet con el más mínimo error al pulsar las teclas a no ser que pases algún tiempo reconfigurándolos. Empresas que, básicamente, creen que consiguiendo la exclusiva en España del nuevo Blueberry con Chimichurri Integrado (TM) ya lo tienen todo hecho, y viven de explotar la vanidad de la gente, sus ganas de lucir lo último en tecnología.
Admito que los cacharritos molones me han gustado toda la vida, pero de todos modos habría terminado comprándome un móvil barato por mi cuenta si las condiciones del cambio no hubieran sido relativamente sencillas o la tarifa no me permitiera mantener el nivel de gasto reducido con poco esfuerzo. Ojalá cambie la tónica general de los operadores móviles con esto de la crisis, pero mucho me temo que las compañías telefónicas saben perfectamente en qué mundo viven: viven en un mundo en el que puede aparecer durante unos días el siguiente programita para iPhone en la tienda de Apple...
... y hay gente que no pilla la broma.
Quien haya leído a Neal Stephenson últimamente sabrá ya que no tiene ningún miedo a publicar novelas larguísimas. De hecho, las ediciones españolas de Criptonomicón y El ciclo barroco se han cortado en varios libros, posiblemente lo mismo que ocurrirá con las más de 900 páginas de Anathem. Igual que en sus últimos títulos, al final las 900 páginas terminan siendo pocas; a diferencia de ellos, esta última novela abandona a los Shaftoe y los Waterhouse de los libros anteriores y vuelve con fuerza y juguetes nuevos al viejo patio de recreo de Stephenson: la ciencia-ficción.
Anathem está ambientada en un mundo llamado Arbre, unos cuatro mil años en el futuro. Los avatares de su historia han llevado a una separación total entre el mundo científico/filosófico (los avout) y el resto de la sociedad. La gente de ciencia vive recluida en una especie de monasterios, que a su vez están compartimentados según sus integrantes hayan hecho votos de no abandonarlos salvo durante diez días los años acabados en un cero, en dos ceros o (para los monjes-científicos más psicópatas, los milenarios) en tres ceros. Esto les permite centrarse en sus estudios, lejos de los teléfonos móviles, los feeds de noticias del mundo secular y las estrellas mediáticas. Y, en la práctica, divide el mundo entre seres humanos capaces de centrar su atención y seres humanos que en general no lo son.
Erasmas, el protagonista y narrador de la historia, es un decenario a punto de reencontrarse con el mundo exterior en su primer Apert desde que hizo los votos, pero su mundo (su mundo literal, Arbre) está a punto de dar el mayor bandazo de su historia. Una amenaza, que no detallaré porque averiguar su naturaleza centra la acción de buena parte del primer tercio de novela, se cierne sobre sus habitantes. El mundo secular requiere de las habilidades de los avout para hacerle frente y decide poner en práctica una antigua cláusula de su acuerdo con el mundo científico: su derecho a evocar habitantes de los monasterios en tiempo de necesidad. Y así es como Erasmas y sus amigos –un grupo que, como era de esperar, es lo bastante variopinto como para incluir un fanático de las artes marciales y la historia militar, un hacker o un milenario extraño y dotado de una voz y una narrativa casi mágicas– se embarcan en una aventura cuya recompensa bien puede ser el mismo futuro de su mundo.
Mundo que, pese a ser necesariamente parecido a la Tierra, tiene gran cantidad de vocabulario propio, por lo que al final del libro hay un anexo que yo no tuve que consultar ni una vez pero que será de utilidad al suertudo que vaya a traducirlo al castellano, espero que de nuevo Jorge Romero porque me sabría mal que el sargento Pauix tuviera que leer una versión con errores en conceptos matemáticos. Algunas explicaciones teóricas están apartadas de la narración principal, en otro anexo: una sobre geometría y medición de cantidades irracionales, otra sobre espacios de configuración y una tercera de la que, de nuevo, no hablo para no espoilear. Que nadie dude en leérselas, que son interesantísimas... y amenas. La trama principal no tiene tantas digresiones –gamberradas, vamos– como el Criptonomicón o el Ciclo barroco, pero a cambio mezcla perfectamente cierto aire de divulgación científica, imprescindible para la trama filosófica global, con la aventura pura, dura y acelerada. Platón, artes marciales, indeterminación cuántica, supervivencia en entornos muy, muy hostiles, geometría y catástrofes planetarias.
Y dado que llevo todo el texto mordiéndome la lengua y procurando describir el libro sin reventarlo demasiado, y dado que con esta novela es un objetivo casi imposible porque el descubrimiento de un mundo coherente basado en lo que a primera vista parece un absurdo hace disfrutarla desde la primera página, creo que trazaré aquí la línea y lo llamaré el final de la reseña.
(Se puede pillar en Casa del Libro.)
Con la tontería de las elecciones, casi se me olvida mencionar que ayer volví a levantarme con paquete abultado:
En pleno siglo XXI, en la denominada "era de la genética", una cuestión tiene en jaque a la comunidad científica: ¿conserva nuestro ADN fragmentos de su pasado acuático? El doctor Gastro Nister es uno de los investigadores que está trabajando en esta línea hasta que logra alterar el cromosoma en el que reside esa información; los resultados de su experimento están llamados a abrir un nuevo horizonte para el futuro de la raza humana...
Tan escalofriante como La isla del doctor Moreau, tan inquietante como El señor de las moscas, y con el veloz pulso que transmiten las novelas de Michael Crichton y Clive Cussler. Un vibrante thriller que no dejará impasible a ningún lector.
"Sin lugar a dudas, Cromosoma 8 es la mejor novela que he leído en mucho tiempo."
Book Review
Título original: Chromosome 8.
Encuadernación: Tapa dura.
Se puede comprar en Casa del Libro (18,90 euros) y leer el capítulo 1.
Vaya por delante que no puedo alegrarme más de que George W. Bush vaya a hacer las maletas el 20 de enero y salir de la Casa Blanca con una metafórica patada en el culo que muchos habríamos querido real y bien sonora. Vaya también por delante que, dentro del mierda-caliente-o-mierda-fría que empapa la política bipartidista, me alegro de que el presidente número 44 de Estados Unidos sea negro. Aunque en realidad, Historia con mayúscula aparte, me alegro más de que no sea republicano: de esta forma no me veo obligado a reducir este texto a un simple "esos tíos son gilipollas de remate". Es momento de alegría (o al menos de alivio) global, y el menda lerenda, trabajando al ordenador con Gabilondo de fondo, ha levantado un puño al aire como el que más. De hecho, hasta le ha entrado un escalofrío al pensar en la cantidad de humanos que estarían haciendo lo mismo, igual de satisfechos o más, en el mismo momento. Pocas veces tenemos el gusto de alegrarnos muchos a la vez en este cacho de roca.
Durante la campaña hemos sido aporreados sin piedad con datos sobre los competidores por la presidencia. Ahora mismo conozco más detalles de la vida privada de Barack Hussein que de la de Zapatero (y seguro que eso es síntoma de algo), pero es normal que los medios de comunicación se hayan centrado en los candidatos. Entre las piezas de informativo y los artículos de prensa, sin embargo, había algunos que trataban otros aspectos de las elecciones. Las encuestas en la calle, la gente diciendo que todo el planeta debería haber votado hoy. Los reportajes sobre el sistema electoral estadounidense, clónicos en todas las cadenas. Eran los mismos vídeos de siempre, los que nos explicaban de nuevo que cada estado norteamericano va más o menos a su aire, que los sistemas para depositar la papeleta son dudosos como mínimo, que hay que apuntarse por anticipado para recibir el derecho a votar... Curiosos, pero repetitivos.
Repetitivos lo son con ganas. Es cierto que volveremos a ver algo similar dentro de cuatro años, y dentro de ocho. Lo que me sorprende es la parte de "curiosos". Y me da cierto repelús que, informativo tras informativo, los reportajes sobre la forma de elegir presidente esté enfocada como una simple anécdota. Ja, ja, mirad qué lerdos son; nosotros lo tenemos mejor montado. Pero de los distintos estados con leyes graciosas, de esos estrafalarios ingenios mecánicos para votar que fallan como escopetas de feria, de que Joe el fontanero se tenga que acordar de registrarse, depende en buena medida el destino del planeta entero. Así que sí, cierto, todos deberíamos haber podido votar en las elecciones de esta noche. Pero no solo eso.
Hace cuatro años Bush no ganó unas elecciones dignas de ese nombre, y aun así se convirtió en presidente. Su hermanito, gobernador de Florida, había eliminado a miles de votantes negros, hispanos y demócratas de los censos electorales con artimañas casi legales. E, inexplicablemente, se dejó por contar buenos porcentajes de votos en los condados con muchos negros. Como resultado, Bush se llevó la representación del estado sin la cual no habría sido presidente estos últimos cuatro años. Para colmo, terminó legitimándolo un tribunal porque la situación estaba tan llena de mierda que era mejor cualquier presidente que seguir como se estaba. Y esto es lo gordo, lo que termina sabiéndose. Ni imaginarme quiero las miles de pequeñas triquiñuelas y abusos locales que se cuelan bajo el radar. Pero la prensa, en general, se empeña en seguir quitándole hierro al asunto con sus reportajes desenfadados. Y los demás países, al menos que yo sepa, no hacen ninguna presión para eliminar al menos la soplapollez de tener que registrarse para poder votar. Porque claro, a ver quién le discute algo al jefe en voz alta.
Barack Hussein ya me ha dado una alegría esta noche, y si él y Bush escenificaran el 20 de enero la patada en el culo posiblemente eyacularía y todo. Pero no conseguirá que me quede un poco más tranquilo hasta que esos tíos del otro lado del charcho planten los codos en la mesa de una vez y organicen un sistema de representación en condiciones, resistente a los problemas mecánicos y a los caprichos de caciques y también, si no es mucho pedir, que sea menos permeable al poder económico. La política exterior puede esperar unos meses, en serio. Que barrer de puertas afuera ya lo han hecho bastante, y todos sabemos las escobas que se gastan.
No, yo no. El blog.
Por la presente se hace saber que los contenidos de este blog quedan licenciados bajo un sistema que es superchuli, muy Web 2.0 y hasta metrosexual: una Creative Commons.
Chula, ¿eh? De ahora en adelante se puede coger entradas y cachos de entrada de este blog y colocarlos en cualquier parte. Eso sí, mientras no se gane dinero con ello, mientras se deje claro que está sacado de aquí y escrito por mí y mientras no se modifique. Hay barra libre pero se me pide permiso antes de usar los vasos de tubo para medirse el diámetro, que luego friego yo.
Lo cual lleva a preguntarse quién iba a querer hacer algo así. Reproducir mis desvaríos en otros sitios, digo. Afirmaría que nadie, y añadiría que en realidad ponerse una Creative Commons es de megalómanos. Pero en mi caso lo hago más bien por colar de moderno, dinámico y cool. Al fin y al cabo, todos escribimos por follar.