28 de Febrero 2005

No estaba muerto

... estaba de parranda.

Trabajar fuera de tu ciudad natal (al menos si la mayoría de tus amigos vive allí) es una putada de mucho cuidado. Ya, menudo descubrimiento, lo sé. Pero lo cierto es que no se me había hecho nada cuesta arriba hasta ayer por la tarde, cuando tuve que huir de una quinta botella de sidra en la carpa del Centro Asturiano de Castellón para no verme atrapado otro día más en las tenebrosas redes de la fiesta, que esta mañana entraba a las nueve y veinte. Suerte que lo pensé la semana pasada y hoy prácticamente tengo examen con todos los grupos, lo que evitará que demuestre públicamente el genocidio neuronal del fin de semana.

Las fiestas suponen también una escapada de la realidad. La política se paraliza, las noticias no atraviesan el enredo que llevan encima las sinapsis. Si esta semana muriera el Papa, en Castellón habría gente que no se enteraría hasta el lunes que viene. De hecho, una de las pocas conversaciones que he tenido sobre la realidad periodística ha sido consecuencia de este weblog, y más concretamente de la entrada de hace unos días sobre el edificio Windsor. La escena es la siguiente: a las tres de la madrugada me levanto de la silla para rellenar el vaso de cerveza y recibo un ataque por sorpresa. "Pues yo creo que te pasaste tres pueblos con lo del Windsor". Así, sin previo aviso. Joder. Procuro desviar la conversación hacia el debate sobre si es lícito o no reírse de las cosas, que me interesa más en ese momento, pero en las conversaciones entre borrachos es difícil manejar el timón con soltura. No lo consigo del todo y la conversación termina sin llegar a ningún punto de acuerdo. Otro día será, Javi.

Algunas otras cosas han logrado filtrarse desde el mundo exterior. El Papa está chungo, chungo. De hecho, el pobre hombre lo ve tan claro que ya ha dejado listo al cardenal que tiene que soltar el habemus papa (¿o era al revés?) cuando haya fumata blanca. Por su parte, los tertulianos de la tele continúan cebándose con el plan Ibarretxe y el tema me cansa ya tanto que el único comentario que haré es que me sorprende que sigan hablando de nacionalistas y "no nacionalistas" en lugar de de nacionalistas vascos y nacionalistas españoles. Amenábar se ha llevado su Óscar por una peli que no he visto pero que, por lo que cuentan, tampoco vale tanto la pena. Pues nada, enhorabuena. Nada nuevo bajo el sol aparte de que hace frío.

Así que, con permiso del respetable y ya que precisamente esta semana de fiestas en Castellón (a hora y media de aquí por medio del transporte público) puedo hacerlo hasta cierto punto, me apeo del mundo. No hace falta que lo paren, que ya me apañaré yo para reengancharme como pueda la semana que viene.

Imagen que no viene a cuento:

Una iniciativa de Jamfris
Más información.

 
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21 de Febrero 2005

Telepatía electoral

Aunque nunca antes había participado en un referéndum, con una vez basta para observar como en jornadas así se hacen evidentes algunos comportamientos paranormales. En unas elecciones típicas, si es que tal cosa existe, las opciones son de lo más variado; siempre hay más listas, muchas más, de las que nadie en su sano juicio está dispuesto a tener en cuenta. Así que por lo general la gente no procura dotar de tanto significado a su voto. No se piensa "votaré a Pepito porque así Juanito interpretará que lo hago para castigar a Monchito por su mala gestión aunque en realidad estoy en contra del proceso democrático", sino "el programa de Menganito es el que más me cuadra, allá va esa papeleta". Como mucho, en unas elecciones normales se aplica el voto de castigo y el voto útil, pero por lo general cada uno otorga su apoyo a la lista que menos rabia le da, y aquí paz y allá (en el congreso) gloria.

Pero un referéndum es diferente. En la llamada a las urnas de ayer solamente se podía votar "Sí", "No" y "Cuadradito en blanco" (que supongo que más de uno y más de dos habrá rellenado con un "Ni" bien hermoso), y un proceso que debería resultar mucho más sencillo que elegir entre chorrocientas mil opciones se complica hasta el infinito porque nadie por encima de los dieciocho años se contenta con dar una respuesta tan corta. Todo el mundo siente la necesidad de explicar sus razones, y como no pueden hacerlo en la papeleta optan por explicarlas en un weblog o soltárselas a la cara a sus amigos tan pronto como llega la primera oportunidad. Un simple "Sí" en una papeleta puede significar desde "Zetapé dice que sí y yo no tengo criterio" hasta "Aunque no me guste este tratado en concreto, sí estoy a favor de que exista una constitución europea", mientras que un "No" puede variar entre el "Me jode que no se aluda al cristianismo en el texto y además el mundo civilizado termina en las fronteras de la madre patria" y el "Me cago en la puta macroeconomía y la madre que parió a todos los políticos". Del voto en blanco y las abstenciones mejor ni hablamos, aunque ahí es donde se escuchan las teorías más descabelladas y divertidas.

En el fondo todo eso no es más que hacerse pajas mentales. Entre las muchas virtudes que nuestros responsables políticos puedan tener hipotéticamente no se encuentra la telepatía, al menos que se sepa. Así que a la hora de la verdad, que traducido al lenguaje democrático significa a la hora del recuento, lo único que importa son los datos puros y duros: la elevadísima abstención y el abrumador número de síes en las urnas. Lo cual significa que todas las dudas, todos los "votaría que no, pero es que eso dará fuerza a la posición de la ultraderecha", son inútiles. Ayer no se estaba votando si Europa debería tener una constitución (esa decisión ya está tomada) ni si los fondos estructurales deberían repartirse de esta manera u otra. Ayer, simplemente, se respondía a la siguiente pregunta: "Señor ciudadano, ¿está usted de acuerdo con este texto constitucional? Diga sí o no". Las interpretaciones, la telepatía social, no es materia de preocupación del individuo de a pie, sino de los tertulianos de las teles y las radios. Y esos sí que deben tener algún superpoder porque si no no se explica que lleven tanto tiempo viviendo del cuento sin pegar un palo al agua.

Otro día hablamos de otro de los inventos más gilipollas de la democracia, incluso más que el referéndum no vinculante: la jornada de reflexión.
 

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15 de Febrero 2005

De experimento

Hoy ha sido el primer día de un experimento científico destinado a demostrar de manera irrefutable que el exceso de trabajo es altamente perjudicial para la mente humana. Yo mismo he sido el conejillo de indias, después de permitir que me enredaran en la academia para dar algunas horas más de clase las mañanas de los lunes y miércoles. Aparte de la necesidad económica (sobre todo por un par de bodas festivas que se acercan), tenía la oportunidad de efectuar un experimento controlado: trabajar seis horas y media al día, dos días a la semana, durante dos meses y medio. Sin ningún compromiso por mi parte a continuar con ello una vez completado el plazo. Seguro y sin continuidad. El Día 1 ha resultado ser como sigue:

  • 08:25 - Despierto tras dormir cuatro horas. El horario diurno no es lo mío.
  • 08:35 - Despierto de nuevo. Definitivamente no es lo mío. Salgo de la cama.
  • 09:25 - Ya duchado, llego al trabajo con cinco minutos de retraso. Me esperan casi dos horas de matemáticas y química sin otra cosa que un cortado en el cuerpo. Comienza la degeneración neuronal.
  • 11:00 - Salgo del trabajo pensando que no ha sido tan duro. Iluso. Me dirijo a casa de Bego y el Doctor Maldad.
  • 12:00 - Periodo de perreo y vagancia. Cocino muslos de pollo al horno, escribo una entrada impopular en el weblog, veo un capítulo en inglés de Stargate.
  • 17:05 - Llego al trabajo con cinco minutos de retraso. Me esperan cuatro horas y media de Repaso (Primaria y ESO), mate, física y química. Degeneración neuronal en estado avanzado. En la clase de química no soy capaz de decir "ce ocho hache dieciocho" sin trabarme y provocar risas. También tiene cojones la formulita, seguro que la puso algún listillo gracioso en el manual.
  • 21:00 - Salgo del trabajo, consciente de no ser más que una sombra de mí mismo.
  • 22:00 - Veo un episodio de CSI Miami y otro de CSI Las Vegas en la tele. Me cuesta comprender los casos. Ceno y me quedo traspuesto diez minutos en un colchón del suelo. Cuando despierto, Bego me cede su puesto ante el ordenador.
  • 01:15 - Decido ampliar un poco el experimento y relleno algunos informes de alumnos. Después cierro el OpenOffice y me enredo yo solo en la red. Una visita a Lametones de amor excita mi única neurona funcional. La sección "Tú antes molabas" de dicho weblog, por alguna razón, encamina mi neurona activa hacia la figura de Ramón Arangüena. Mientras investigo sobre su paradero actual, descubro de refilón que el gobierno pretende tomar medidas contra el tabaco al volante. Descarto por el mometo este hilo de investigación y, para mi sorpresa, termino averiguando que Arangüena tiene una página en la Internet Movie DataBase. Decido inaugurar su foro mientras me planteo su idoneidad como centro de comunicaciones ultrasecreto para un hipotético plan de dominación global en el futuro.
  • 05:15 - El primer día de experimento ha sido todo un éxito. Me preparo para escribir este informe mientras me pregunto vagamente si existirán de verdad las pastillas de extracto de rana y si tendrán algún efecto sobre mi maltrecha psique en caso de existir.

Si los próximos días de hiperactividad laboral arrojan resultados similares a los de hoy, pronto estaré en condiciones de demostrar más allá de toda duda que el exceso de trabajo reglado es altamente perjudicial para la salud. Incluso diseñaré una advertencia como las del tabaco ("Trabajar hace zombi") e iniciaré una campaña para que aparezca por ley en todos los contratos laborales.

O algo.

Imagen que no viene a cuento:

ni.jpg

Cuánto friki suelto...

 
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14 de Febrero 2005

Burn, baby, burn

No ha habido muertos. Ni heridos. En los telediarios se pasarán unos cuantos días dando la brasa (y nunca mejor dicho) con la noticia del edificio Windsor que, en realidad, no lo es tanto. Si nos paramos a mirar los afectados, quienes sufrirán pérdidas económicas serán tres grandes empresas y alguna que otra aseguradora, y por mí les pueden dar bien dados. No se perderán más empleos que los de cualquier regulación cotidiana, así que ante el aluvión informativo que se nos viene encima sólo queda una opción posible: disfrutar del espectáculo.

windsor.jpg
 
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12 de Febrero 2005

Una cita

La ciencia no es una religión. Si lo fuese, no
tendríamos problemas para conseguir dinero.

Leon Lederman, premio Nobel de física.


 

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11 de Febrero 2005

Buen rollito

En el fondo creo que siempre había querido ser ese profesor superchachi del que los alumnos se jactan ante sus amigos. Mi idea era convertirme en ese tipo capaz de dar unas clases divertidas a la vez que útiles, sentarme encima de la mesa y entretener educando, tener la ocasional salida de tono y dar explicaciones ingeniosamente alternativas sobre los temas aparentemente más aburridos. No nos engañemos: El club de los poetas muertos hizo mucho daño en su momento.

Por tanto, cuando empecé a trabajar en la academia vi mi oportunidad de oro. Con las clases particulares me había ido bastante bien, pero ahora tenía un grupo de alumnos a mi disposición y podría maravillarles a ellos y a todo el mundo cuando empezaran a aprobar sus asignaturas por arte de magia. El primer día no me senté en la mesa porque el Doctor Maldad y mis propios jefes ya me habían advertido que los alumnos aprovecharían cualquier muestra de debilidad para tomarme manga por hombro. Pero tampoco creí necesario convertir aquello en Guantánamo Junior y, con el paso de los días, procuré que comprendieran que aunque no toleraría gritos ni peleas, sí disponían de una cierta libertad de comunicación. Los días siguieron pasando y algunos eran mejores que otros. Procuré modular levemente mi actitud, pero no siempre conseguía los mismos efectos. Si tenemos en cuenta que ni siquiera con según qué sistemas operativos informáticos igual acción equivale a igual resultado, era lógico que con niños y adolescentes no hubiera forma de saber lo que iba a pasar. Pero yo lo intentaba de todas formas, buscando la panacea que convirtiera mis clases en las que había visto en las películas.

Imposible. Al menos, imposible tal y como yo planteé la situación. No dejaba de ser normal que llegasen rebotados del colegio y el cuerpo les pidiera jarana, pero los días que se lo tomaban a pecho podía ir dando la clase por perdida. Una explicación que en condiciones normales liquidaría en cinco minutos me costaba media hora de interrupciones constantes para pedir silencio, cambiar a gente de pupitre, exiliar a los instigadores a la celda de reclusión vacía de al lado y, en los casos más extremos, amenazar con llamadas telefónicas a casa. No hacía más que defender el derecho de quienes querían aprender frente a sus agresores, pero de todos modos ellos perdían una clase que podía serles útil y yo perdía los nervios. Hasta cierto punto, claro, que uno tampoco se obsesiona con tanta facilidad. Pero sí llevaba algún tiempo preguntándome si no habría otra manera más eficiente de hacer las cosas y, ya que estamos, evitarme tener que gritar.

Así que el martes, después de dos o tres días seguidos de guerra de guerrillas, me decanté por el ataque preventivo. Escribí una serie de reglas en la pizarra porque, pese a las apariencias, sienten un respeto casi sectario por la palabra escrita. Manu decide los sitios, sin quejas. No se habla si no es para preguntar dudas. Y dos o tres prohibiciones más para enfatizar el aspecto de Lista Sagrada de Mandamientos, muy pobre si solamente son dos. Puse mi cara de póker y repetí la palabra "Silencio" infinitas veces durante los cinco primeros minutos de clase hasta que, milagro, se hizo. También me inventé un sistema complicado de anotaciones en mi agenda (círculos, cuadraditos) del que no expliqué las reglas. Que se entretengan averiguándolas. Y, aunque mi lado antiautoritario se removía inquieto, logré aplacarlo con las excusas de siempre: en realidad lo hago por su bien, así al menos podré conseguir que algunos pasen el curso y de paso aprendan algo, el despotismo ilustrado no es tan mala idea si se aplica a adolescentes. Lo de siempre, como decía. Pero hoy han salido de la boca de un alumno las palabras "campo de concentración", y de la mía las palabras "se acabó la tontería". En realidad ni siquiera le habría dado más vueltas de no ser por la sonrisa divertida de Bego cuando se lo he contado. Se acabó la tontería. Joder, qué frase más fea.

Y entonces he pensado que era yo quien había tomado la decisión, no un viejo profesor resentido por nostalgias de tiempos mejores. Que en las circunstancias no tenía más opciones, que se podía ir a la mierda El club de los poetas muertos. Había olvidado que el hecho de que alguien sea adolescente no significa que no pueda ser un pequeño buscabullas desagradable, sino sólo que todavía no se le puede considerar culpable del todo y que está a tiempo de dejar de serlo. La mismísima palabra, educación, significa cambiar el comportamiento de la gente. Y si tienes miedo de hacerlo, mejor que no empuñes nunca un rotulador de pizarra, pequeño. Andarse con remilgos significa permitir que cuatro cretinos te impidan dar al resto lo que necesita. Yo, el bueno; de eso estoy seguro. Ellos, los malos.

Es posible que más adelante pueda relajar la disciplina, llegar a un punto de equilibrio desde el lado oscuro, pero era imposible alcanzarlo desde mi actitud buenrollista inicial. Funciona en chavales de dieciocho, pero no de trece. Tal y como estaba llevando la partida, mi mejor jugada era el enroque. Y de todas formas, en palabras de cierto personaje de cierta novela de cierto autor, las clases son mucho más interesantes desde que se hacen a mi manera.
 

Enviado por Manu a las 4:47 PM | Comentarios (4)
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8 de Febrero 2005

Nochevieja en París - 3

Los polacos que hacían noche en la misma casa que nosotros eran gente simpática. Yo trabé alguna que otra charla en inglés con el chico (Piotr, creo que se llamaba) pero no conseguí averiguar si estaba en París de turista o de cristiano. Las conversaciones tendían a girar alrededor del heavy metal, así que me formé una opinión que no pude confirmar nunca. Las tres chicas españolas sí tenían aproximadamente nuestros mismos planes aunque no escucharan heavy. Eran majas, e incluso hicimos visitillas culturales y tomamos algunas cervezas con ellas. Pero también eran algo más cortadas que nosotros y decidieron que debían presentarse como mínimo a algunos de los actos de Taizé, aunque fuera por guardar las formas. Nosotros, para entonces, ya habíamos hecho voto de no dejarnos ver en ninguna macroconcentración cristiana, no fuera a ser que lo grabara alguna televisión y acabáramos siendo el blanco de las burlas de los amigos, por entonces todos muy punkis. Además, no teníamos tiempo. Había mucho que ver. De las reprimendas, si es que llegaban, ya nos encargaríamos en su momento.

Estuvimos casi toda la mañana con las chicas viendo la tumba de Napoleón y dejando pasar el rato hasta que llegara la hora de nuestra cita con mi contacto en la ciudad. Marine llegó puntual a la estación donde habíamos quedado, pero creo que fuimos nosotros quienes nos perdimos. De todos modos acabamos encontrándonos (¡sin teléfonos móviles, señora!) y fue de puta madre volver a verla cuando sólo quince días atrás pensaba que jamás nos cruzaríamos de nuevo. Pasamos la tarde con ella en Joinville y, como sospechábamos, fue la intermediaria perfecta para conseguir suministros y recursos lejos del hogar. Respecto a la nochevieja, nos explicó que sus amigos iban a organizarla en alguna casa, pero que la pandilla estaba en un momento difícil (discusiones, líos de faldas y demás) y podía suceder cualquier cosa. Acordamos que yo iría llamando por teléfono a las horas de estar en casa y volveríamos a encontrarnos el mismo 31 de diciembre.

Y el día y medio que quedaba hasta entonces transcurrió a caballo entre las cervezas, el frikismo y los monumentos de París. Recorrimos la ciudad de cabo a rabo, con perdón de la expresión. Tanto entrar en el metro por la gracia de Dios nos parecía abusar demasiado de Su Bondad Infinita (TM) y también nos hacía temer Su Justa Ira (TM), así que a veces saltábamos las máquinas como en las películas. Por lo general íbamos por nuestra cuenta, aunque nos juntamos un par de veces con las chicas y otro par con la hermana de Braktor. Tenían pensado desde el principio hacer lo imposible por colarse en el museo del Louvre, así que no podíamos perdernos aquella jugada. Como mínimo, sería divertido. Un amigo suyo, el organizador y cabecilla visible, llevaba un carnet de Estudiante Internacional al que pensaba sacar un buen partido.

Nos dirigimos directamente a la entrada de grupos y, en la mejor tradición de Superdetective en Hollywood, nuestro amigo le pasó el carnet por la cara al funcionario de turno y empezó a parlotear acerca de la Universidad de Salamanca. Nosotros éramos un grupo de estudiantes que había concertado meses atrás una visita no guiada al museo. El bedel nos comunicó que no le constaba ninguna Universidad de Salamanca. Sorpresa. Nuestro Eddie Murphy le dio más datos: éramos un grupo de Historia del Arte y la facultad nos había becado para una visita a París. El funcionario volvió a consultar sus papeles. Eddie seguía hablando. Hubo algún cruce de llamadas telefónicas. Volvió a pasar ante sus aburridos ojos el carnet de Estudiante Internacional. Y finalmente, tras esos momentos tensos en los que se echa de menos un redoble de tambor, nos entregó el premio gordo: acreditaciones para todos. No creo que haya mucha gente en el mundo que pueda decir que se ha colado en el Louvre. Y supongo que, de ellos, muchos menos podrán decir que lo han hecho mientras estaban de incógnito en una ciudad tomada por las tropas de Juan Pablo II. Muerde el polvo, Código da Vinci.

La tarde del día 31 de diciembre Bolingo y yo hablamos, creo que por segunda vez, con nuestra anfitriona. Fue para decirle que no iríamos aquella noche a dormir: teníamos unos amigos en París y celebraríamos el año nuevo con ellos. Dormiríamos en su casa y oiga, señora, no se preocupe, que nosotros a las ocho de la mañana sin falta estamos plantados como estacas en la iglesia del barrio para la misa de despedida. Cogimos el metro y, ya convenientemente alejados, compramos los ingredientes para el calimocho cutre más caro de la historia. La versión francesa de Cola Tof más Casón Histórico, pero a precio de Rioja. Un día es un día, y por entonces una nochevieja sin calimocho no era una nochevieja. Finalmente la fiesta era en casa de una amiga de Marine, aunque seríamos menos gente de la esperada porque (creo recordar) la pandilla se había deshecho en dos. En aquella fiesta aprendimos algunas cosas y, porqué no decirlo, también nos pusimos como cubas. Lección uno. Las chicas francesas besan en la mejilla al ser presentadas, pero sólo una vez. Es incómodo ir a dar un segundo beso y ver como apartan la cara, así que esto lo aprendimos rápido. Marine era una excepción. Lección 2. No es buena idea pasar la nochevieja junto a un grupo que no sólo no comparte ningún idioma contigo, sino que tiene tantas preocupaciones en la cocorota que ni le importa. De nuevo, Marine fue la excepción. Y si además te dedicas a hacer cosas horriblemente desagradables como mezclar vino barato con cocacola en una cazuela, servirlo en vasos de plástico y tragarlos por docenas, la situación no mejora. Salir de aquella casa a las frías seis de la mañana fue la lección 3, la más jodida de todas. Me despedí de Marine en el portal, convencido de que esta vez sí era la última que nos veríamos en la vida. Falso otra vez, pero el golpe de suerte que me llevaría de nuevo a París más adelante... es otra historia.

El resultado de todo aquello fue que acabamos pasando una de las mañanas más divertidas de nuestra vida. Todavía borrachos, decidimos que la mejor idea era evitar el frío metiéndonos en los vagones caldeados del metro. Nos transformamos sin saberlo en los Tres Viajeros Zen del Sinsentido: escogimos una línea y la recorrimos de punta a punta dos o tres veces mientras bebíamos el calimocho que no habían querido que dejáramos en aquella casa, con lo educados que fuimos al ofrecérselo. El momento Yin tuvo lugar cuando decidimos que nos íbamos a presentar de verdad en la misa de ocho del barrio. Nos pareció una idea estupenda. El momento Yang ocurrió cuando Braktor alcanzó la conclusión de que lo que realmente le pedía el cuerpo era utilizar el pasillo del vagón desierto como escenario improvisado para imitar a Chiquito de la Calzada. No puedo, no puedo. Por supuesto, el vagón continuó desierto hasta que lo abandonamos. Ya no nos quedaba calimocho.

El impacto gélido al salir de la estación y el paseo bajo cero hasta la iglesia consiguieron el mismo efecto que hubiera tenido la vitamina B12 en vena: nos devolvió un poco a la realidad. Visto con perspectiva, fue una suerte. De lo contrario podríamos haber acabado tragándonos la misa entera, y lo que para nosotros era una conversación a susurros debía parecer a oídos franceses una sarta de risotadas etílicas sin control. La sobriedad nos hizo abandonar la iglesia a los diez minutos y esperar fuera, fumando y pasando frío, a que terminara la ceremonia. Recogimos nuestras cosas de casa, nos despedimos de Piotr y su novia y, ya en el autobús, descubrimos que Bolingo y yo habíamos sido los únicos que no sufrimos las iras de nuestra anfitriona durante aquella última mañana. Las pobres chicas habían recibido una enorme bronca a la francesa por pasar completamente de las actividades cristianas y dedicarse a hacer turismo, cuando ellas precisamente eran quienes se habían preocupado de aparecer de vez en cuando. A nosotros no nos dijo ni esta boca es mía; incluso nos despidió con una sonrisa. La vida es injusta. O eso, o Bolingo impone mucho. Que también.

En la primera estación de servicio compramos pilas para los walkmans y dormimos el sueño de los justos durante todo el viaje. Excepto cuando fumábamos, claro. Y cuando parábamos a comer. Y durante otro par de momentos en los que yo, al menos, intentaba asumir todo lo ocurrido y sólo era capaz de concluir entre la vigilia y el sueño que aquel final de año era para contarlo.
 

Enviado por Manu a las 4:24 AM | Comentarios (4)
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7 de Febrero 2005

Estoy que lo regalo

Por si alguien no lo sabía aún, GMail (el servicio de correo electrónico de Google) está ampliando considerablemente su número de usuarios. Supongo que están probando a ver qué tal tira el servidor cuando hay mucha gente consultando su correo y, al menos de momento, sigue tirando bien. Las cuentas pueden conseguirse solamente por recomendación de un usuario, pero recientemente las cuatro o cinco miserables invitaciones de que disponía se han convertido en el siguiente cuadro:

Invitaciones de GMail

Así que si alguien quiere una cuenta, no tiene más que dejar su dirección de correo actual en los comentarios de esta entrada. Sin ánimo de hacer publicidad gratuita, GMail es el mejor correo web que me he echado a la cara. Aparte del conocido gigabyte de capacidad y la búsqueda de mensajes mediante Google, dispone de un sistema de "etiquetas" y filtros muy útil, agrupa los mensajes en conversaciones (lo cual deja la bandeja de entrada limpita y ordenada), filtra bien filtrado el puto correo basura y si no me equivoco se deja hacer mediante los clientes de correo POP, aunque yo no utilizo esta última opción.

¡Así que ya me estáis quitando las invitaciones de encima!
 

Enviado por Manu a las 10:09 PM | Comentarios (8)
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4 de Febrero 2005

Nochevieja en París - 2

Estábamos llegando a París. Nuestros planes para aquel viaje consistían en visitar unas cuantas tiendas de juegos de rol (por entonces en España el material de importación era casi imposible de conseguir), echar un vistazo a algunos monumentos y pasarlo tan bien como pudiéramos mientras tanto. Yo tenía un contacto en París. El nombre es Marine, la había conocido meses atrás en Edimburgo y nos habíamos hecho amigos. Cuando llegáramos a París y estableciésemos contacto con ella, podía proveernos de suministros y hacer de enlace para que disfrutáramos de una fiesta de nochevieja como dios manda. Pero sus agentes en la Tierra (me refiero a los de Dios) no iban a ponernos las cosas fáciles. El sacerdote estaba explicando algunos detalles de nuestra estancia en la ciudad. Había comidas y cenas multidudinarias organizadas cada día a lo largo y ancho de París, y las familias con que íbamos a alojarnos nos indicarían la forma de llegar o nos llevarían allí en coche. Familias. Familias. Íbamos a dormir en casas particulares, no en hostales pagados por Juan Pablo II.

El autobús nos dejó en lo que parecía una parroquia enorme. El edificio se había convertido durante aquellos días en uno de los miles de centros neurálgicos del encuentro parisino. Allí se nos tenía que organizar en grupúsculos y esperar a las familias que iban a hospedarnos. Nos repartieron unos horarios en castellano y un ticket de metro por persona. El ticket llevaba escrita la palabra mística "Taizé" (que en realidad era el nombre de la organización mundial juvenil), y nos franqueaba las puertas de todo el subsuelo mientras durara la concentración cristiana. Nos dieron los datos y números de teléfono de nuestros anfitriones y resultó que Bolingo y yo estábamos en la misma casa. Braktor, no. Desgraciadamente no había sitio para grupos de tres, pero Braktor se alojaría con su hermana, si no recuerdo mal. Por aquel entonces no había móviles, así que nos intercambiamos papelitos con los números de teléfono antes de separarnos.

La familia en cuya casa dormí aquellos días era extraña. En realidad solamente recuerdo a la señora, que era bastante antipática y poco habladora. Fue una suerte, porque aquello significó que (1) ella no pensaba mover un dedo para llevarnos a ningún sitio, y (2) los remordimientos que pudiera tener por el hecho de estar estafando a una pobre mujer de buena voluntad y no al Papa de Roma se evaporaron al instante. Seguro que la Santa Sede le daba una compensación económica; indulgencia plenaria como mínimo. Bolingo y yo compartíamos habitación, y también había en la casa unas chicas españolas y una pareja de polacos heavys que parecían buena gente. De todas formas, nosotros dejamos nuestros trastos y salimos de allí enseguida con la excusa de acudir a algún acto de Taizé. Compramos una tarjeta telefónica según nos habían recomendado, llamamos a Braktor y nos perdimos por las benditas tiendas de rol de la capital francesa.

Después de cenar volvimos cansados a nuestro refugio. Bolingo y yo abrimos la ventana de la habitación para fumar hacia afuera apoyados en el alféizar, pero los sensores de la señora (diría "madame" para que quedara más pintoresco, pero igual se malinterpretaba) debían estar bien calibrados y detectó el olor casi al instante. Antes de aspirar la última calada ya teníamos a una mujer vociferándonos en la cara, diciendo que en aquella casa no se podía fumar. No hubo forma de explicarle que estábamos echando el humo a la calle y no iba a oler a tabaco más de lo que ya olíamos nosotros. Pero tampoco era necesario: al fin y al cabo, era su casa. Dimos la última calada y tiramos el humo y el cigarrito por la ventana. Desde aquel incidente, por alguna razón, no volvió a dirigirnos la palabra a ninguno de los dos.

Sólo era la primera noche en París y ya nos habíamos perdido la primera cena/misa/festival católico. En lugar de acudir habíamos estado dejándonos dinero en módulos del Cyberpunk 2020 y cartitas coleccionables de Jyhad, y dando un par de vueltas por la ciudad. Por si fuera poco, ya habíamos incurrido en las iras de la mujer en cuya casa teníamos que hacer dos noches más como mínimo. Me dormí pensando si no acabaría siendo necesario abusar un poco de Marine y pedirle que diera asilo a dos indigentes en casa de su madre.

¿Conseguirán nuestros héroes escapar de las garras de la Fuerza de la Tradición? ¿Lograrán contactar con su enlace en París? ¿Podrán escapar de allí sin acudir ni a una sola misa? ¿Acabrán imitando a Chiquito borrachos en nochevieja?
Habrá que esperar a la conclusión para saberlo...
 
Enviado por Manu a las 3:37 PM | Comentarios (0)
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3 de Febrero 2005

Cinco razones

Tirando alto, habré conseguido leerme alrededor de diez versículos del capítulo primero de la constitución europea. Solamente he tenido el librito en mis manos una vez, el día que se lo regalaron a mi padre con el periódico. Como buen lector que soy, decidí empezar por el principio y no aguanté ni cinco minutos. Mi análisis preliminar arrojó el único resultado posible: la trama no engancha nada y los personajes no terminan de caer simpáticos. También hay que tener en cuenta que aquel domingo yo estaba recién levantado y el espesor mental que sigue a las noches de sábado tampoco ayuda mucho precisamente. Pero esos diez primeros versículos sí que consiguieron darme una idea aproximada del tipo de literatura al que me enfrentaba. Exactamente el peor tipo. La ley.

El otro día comentábamos el Doctor Maligno y yo que la vida parlamentaria podría ser un poco más simple y directa, y también un poco menos tensa y aburrida, sin tanta palabrería. Antes de que nos entrara la risa floja tuvimos tiempo de parir nuestra idea estrella. Consistía en que para las votaciones del congreso hubiera cuatro botoncitos disponibles: Sí, No, Chachi-Que-Sí y Chachi-Que-No. Como chorrada y manera tonta de tirar el dinero el proyecto no tiene desperdicio, admitido, pero al menos sería gracioso escuchar en los telediarios que "la propuesta de untar con brea y emplumar a Zaplana es aceptada en el senado pese a los 76 votos negativos registrados gracias a unos abrumadores 132 votos de Chachi-Que-Sí". Menos procedimientos y burocracias y más hacer cosas útiles, leñe.

Volviendo al tema de la constitución, entre una cosa y la otra no he tenido el librito de marras ni cerca y, aunque descargué una versión electrónica desde el blog de Germán, nunca he sido demasiado aficionado a leer sobre la pantalla. Así que, si me preguntan, yo conozco de la dichosa carta magna lo mismo que todo hijo de vecino: los artículos bonitos, los textos escritos para la galería que leen en la tele los famosetes de turno. Sin embargo, me resisto a creer que todo ese tocho legal lo hayan escrito cuatro hippies preocupados por la libertad, la fraternidad y las florecitas del campo. Me cuadran más en la ecuación unos cuantos cientos de tecnócratas presionados por los intereses económicos de cuatro gobiernos y los vaivenes bursátiles de la puta aldea global.

Pero me adelanto, y además cuando me suelto se me desata la vena anarca. Y no quisiera juzgar antes de hojear aunque sea unos cuantos versículos más del texto escogidos al azar. Así que diré simplemente que, de momento, mi inclinación es la de levantarme un domingo, comer, acercarme tranquilamente a un colegio a votar y votar que no. Las razones (por llamarlas de alguna forma) son las siguientes:

  1. Si tanto interés tienen los dos partidos mayoritarios en que votemos que sí, por algo será. Cualquier cosa que interese a esos dos monstruos no puede ser buena del todo.
  2. Si tanto interés tiene el gobierno en aprobar un texto del que, sinceramente, nadie fuera de ambientes sadomaso sabe nada, cuidadito. Habría resumido este argumento diciendo que no me fío de la letra pequeña, pero es que toda la maldita letra es pequeña.
  3. Como si no tuviésemos ya bastantes leyes, ahora va y pare la abuela.
  4. En algunos asuntos no estoy nada seguro de querer que se aplique aquí la política común. Y no sólo hablo del tabaco o el horario de cierre de los bares, que conste. Aunque también.
  5. Y el motivo más importante es que, cuando el tocho de marras esté ratificado (que lo estará) y se empiece a utilizar para reformas laborales, trapicheos y pacificaciones por todo el globo (que se empezará), me gustaría conservar mi sacrosanto derecho al pataleo y gritar a los cuatro vientos que yo voté Chachi-Que-No.
 
Imagen que no viene a cuento:

Ay pena, penita, pena...

La nevera ha visto momentos peores, pero tampoco tanto...

 
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2 de Febrero 2005

Nochevieja en París - 1

Los antecedentes. Existe una organización católica formada por jóvenes de todo el mundo que, cada fin de año, hacen una especie de megareunión en una ciudad europea distinta. En realidad no sé si todavía existe, pero desde luego existía hace ocho o nueve años. El nombre es Taizé. Los sacerdotes se encargan de publicitar este hecho entre los jóvenes de su parroquia y animarles a que celebren la nochevieja junto a otros miles de minicatólicos en la ciudad que corresponda. Aquel año tocaba París.

Así que claro, para allá que nos fuimos Braktor, Bolingo y yo. En realidad no nos enteramos del viaje por la parroquia (no es que la frecuentemos demasiado, precisamente) sino por la hermana mayor de Braktor, que era amiga de un cura y ya llevaba años viajando por Europa de baratillo junto a otros colegas. Se limitaban a guardar las apariencias hasta cierto punto para no incomodar a su amigo sacerdote y, una vez estaban en la ciudad de turno, se dedicaban a hacer más o menos lo que les daba la gana. Turismo barato, ya digo. La diferencia de precio la paga el Vaticano. Cuando Braktor nos contó la idea, era difícil decir que no. Además, explicó que su hermana y los amigos solían montárselo bastante bien para aprovechar el viaje al máximo, y que podíamos acoplarnos a ellos sin ningún problema. Y con esto y un bizcocho, un buen día 28 de diciembre nos plantamos en la parte de arriba de un autobús que cruzaba la mañana castellonense en dirección a la autopista.

Echando un vistazo rápido a nuestros compañeros de viaje, parecía que en los asientos del fondo había otro grupete de infiltrados. Ya éramos tres: los mayores, nosotros y ahora ellos. Llevaban melenitas grunge (era la época, qué se le va a hacer) y parecía que hablaban más alto y con más animación que el resto. Pero nuestras esperanzas de colegueo entre topos se truncaron tan pronto como les vimos extender una pancarta contra los cristales que rezaba algo como "Jesús te ama". Los tres llevábamos walkman en previsión de las probables homilías que iban a escucharse por los altavoces del autobús. En principio sonaba música pop, así que nos dedicamos a mentener una charla en voz baja sobre el único tema posible (¿dónde coño nos hemos metido?) y sólo nos pusimos los auriculares para echar la siesta. Pero después sonó un chasquido y se oyó la voz del cura.

- Bueno, amigos, nos dirigimos a París para un encuentro de blablablablablá. Llegaremos a tal hora. Una vez allí blablablablablá. Y para terminar, os leeré un pasaje de la Biblia que viene al caso.

Nos leyó un pasaje de la Biblia que venía al caso. No era muy largo. Pero cuando ya respirábamos tranquilos y pensábamos que no había sido para tanto, el sacerdote preguntó si alguien quería bajar a comentar la lectura por el micrófono. Para nuestro horror, el más grunge de entre los grunges de la parte de atrás se levantó y cruzó decidido el pasillo en dirección a la escalera. La siguiente recreación de su discurso es totalmente fiel a las formas y el espíritu de lo que se escuchó allí, su señoría. Puedo aportar al menos otros dos testigos.

- Pues... yo creo... que lo que dice este paisaje es que Dios es guay, que es nuestro colega. Esto... que a veces nos pone a prueba y tal pero... pero que lo hace de buen rollo. Pa que seamos buenos y eso.

El grunge volvió a su asiento. El pop volvió a la radio. Los casquitos volvieron a nuestras orejas. Parada para mear. Parada para cenar. Supongo que algo dormiríamos en aquellos asientos de autobús, aunque no creo que fuera mucho. Y, ya en territorio francés, paramos por última vez para el desayuno. Nos unimos a la hermana de Braktor y sus amigos, que nos explicaron que una vez llegásemos a París nos disgregaríamos y podríamos ir adonde quisiéramos. Al parecer, la organización había preparado unas cuantas citas multitudinarias (para rezar en masa bajo la Torre Eiffel, comer todos juntos y cosas por el estilo) y algunos encuentros locales en la zona de París que correspondiera a cada uno. La organización del encuentro exigía que cada autobús se disgregara en grupos de dos o tres y se instalara en la misma zona que otros de distintos países, supongo que en aras del entendimiento entre cristianos. Pero como ellos eran los amigos del sacerdote, podían conseguir que uno de los grupúsculos consistiera casualmente en nosotros tres. Una vez separados del autobús castellonense, seríamos más o menos libres. Ellos llevaban años haciéndolo, tenían sus propios planes. Y cuando quisiéramos apuntarnos a alguna visita cultural de las que tenían previstas, el metro de París nos permitiría encontrarnos sin problemas. Empezábamos a tranquilizarnos. Un conocido suyo de otros viajes anteriores se acercó a nuestra mesa, dejó su café con leche, se sentó, sonrió beatíficamente y dijo:

- ¡Abajo la muerte y viva la resurrección!

Y nosotros murmuramos unos tímidos "viva" con los ojos como platos, nos terminamos el desayuno en medio minuto y salimos fuera para que Bolingo y yo pudiésemos fumar. Lo necesitábamos.

¿Llegarán nuestros héroes a París sanos y salvos? ¿Conseguirán disimular su pertenencia al Comando de Infiltración Ateo ante las filas católicas? ¿O serán descubiertos por el Hombre de la Sonrisa y denunciados ante la Santa Sede?
No se pierdan el próximo episodio...
 
Enviado por Manu a las 11:01 PM | Comentarios (2)
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